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sábado, 18 de julio de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio IV

(Ver lo publicado anteriormente)

En los diez o doce metros que me separan de la pista transportadora, intento aplacar esta tensión. Los sensores no deberían detectarla, ignoro lo que puede ocurrir en ese caso y eso significa que no sé nada de nada, o lo que es lo mismo, soy una moribunda. Desde luego, no auguraría nada bueno ni para él ni para mí. Él por la audacia de hablarme, yo por mostrarme receptiva a sus palabras.

Sé que este contacto no es personal sino político: por algún motivo, él ha supuesto que su mensaje no caerá en saco roto. Y creo que ha sido así, no por la persona elegida –tanto da quién sea, yo o cualquier otro– sino por la elección cuidadosa de los significantes. Ahora que has completado la frase, sé lo que quieres decir y, como cualquiera que haya nacido en este siglo, comprendo que tienes razón, que habría que hacer algo aunque siempre con muchísima cautela. Yo, desde luego, no me siento capaz, nunca he sido una heroína, solo una profesional común y corriente, madre de familia y esposa, aunque estos dos últimos roles los ejerzo cada vez menos. Ya hemos procreado en la cantidad y calidad esperadas, después educamos a nuestros hijos para que se integren, convenientemente adiestrados, en esa sociedad que los espera. A partir de ahí, cada uno tiene que ir por su lado, mantener un contacto mucho menos estrecho. Son las normas.
Si el hombre de la sonrisa espera una respuesta por mi parte, acabará decepcionándose y eligiendo a cualquier otro. Lo habrá intentado más veces, unos habrán aceptado el reto y otros, como yo, se habrán mantenido a distancia. Supongo que será el reclutador de alguna célula revolucionaria. Son cosas que se comentan, incluso hay películas sobre esos seres misteriosos que siempre acaban derrotados. Fantaseo con esta idea, que me parece seductora y estimulante, hasta que estoy sentada en mi puesto. Ahora que las yemas de mis dedos han de pulsar las teclas y mi pupila concentrarse en la pantalla tengo que dejar mi mente en blanco, enviar mis sensaciones al rincón más alejado de mi consciencia. Sin entender muy bien por qué, no me cabe duda de que sería peligroso que me delatase ante los algoritmos.
A la hora de la Convivencia observo a mis compañeros. Se comportan como siempre, su estado de ánimo es plano, nunca son efusivos, no expresan alegría, enfado, dolor, ni siquiera aburrimiento. Un día tras otro, escucho los mismos comentarios, jamás están en desacuerdo, parecen ciborgs y quizá lo sean. Pienso que, junto a mi familia y al Controlador-Que-Me-Sonrió-Una-Sola-Vez, puedo ser uno de los últimos humanos de este mundo, entonces experimento un vértigo salvaje que oscila entre el gozo y el pánico.
Luego viajo y viajo, sobre todo con la mente. Vuelvo a casa, procuro dejar activos el menor número de sensores posible, prescindir de esas bebidas homologadas que tanto influyen en mi estado de ánimo, de lociones y colirios, que aparecen en la Plataforma de Acceso por gentileza de algunas empresas sin que nadie los haya encargado, seleccionar mejor los alimentos. Y, lo más importante, requiero la presencia de mi hijo. “Mira chaval, si no te dan tiempo suficiente para llevar a cabo lo que te piden, protesta, pero tienes que ver a tu madre, con la que vives, al menos un rato todos los días”. Va a ser difícil lograr mi propósito: esta generación no tiene idea de lo que significa protestar, están absolutamente entregados al Sistema. Pero puedo provocar ese instinto, latente en la especie y que no puede haber desaparecido tan pronto, instalándole en el conflicto: yo exijo una cosa y tus superiores la contraria, a alguno de los dos has de oponerte, y una vez hayas aprendido cómo se hace, ya solo tienes que elegir. No lo va a tener fácil, pero entiendo que eso es educar. Me doy cuenta también de que, a mi modo y aunque él nunca llegue a saberlo, estoy reaccionando al mensaje de Sonrisa Única. Y que esto es solo el comienzo, porque Jaime y Medea no se van a librar tan fácilmente de mí. Ese Gran Propósito, quienquiera que sea, va a tener que pelear duramente si de verdad pretende separar a mi familia. Por mi parte, no tengo ninguna intención de rendirme.

3

Este sol deslumbrante no ilumina nada. Voy y vuelvo del trabajo bajo su foco, dejándome inundar –¡qué remedio!–  por las imágenes que emite el mono-tranvía, por la publicidad animada que nos rodea, por la omnipresente música ambiental. El martilleo de las sienes es tan rutinario que apenas lo noto, incluso, y a pesar de él, siento alegría porque ayer conseguí que Tarsi bajase a verme. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos? Calculo que unos tres meses y me asombro, casi me asusto, al comprobar que han pasado sin apenas darme cuenta y que mientras tanto el chico ha dado un buen estirón.
Solo al comprender lo preocupada que estaba accedió a abandonar un rato la tarea. Cenamos juntos anoche, me explicó sus éxitos con mucho más detalle que lo hace a través de la Luna-Exprés. Lo noté algo pálido, pero saludable y muy contento, incluso se dejó abrazar.
-Estás rara, madre –repetía.
-Mmm, es que te echo de menos.
-¿Por qué? Nos vemos todos los días. Es normal que tenga más responsabilidades y esté más atareado que cuando era pequeño.
Verse a través de una pantalla no es lo mismo que compartir espacio, lo pienso y estoy a punto de callármelo. No querría discutir con él.
-Tarsi, eres muy joven para decidir por ti mismo lo que es normal y lo que no, –bajé la voz– para hacerlo se necesitan referencias. A mí, que soy más vieja, verte cada día a través de una pantalla no me parece tan lógico. Tenemos que reunirnos cada noche  diez minutos como mínimo. También podríamos salir de vez en cuando a divertirnos, ¿te apetece?
Se ruboriza:
-Ya soy mayor, madre.
Lo encuentro tan reacio que ni me atrevo a plantear el asunto de su padre y su hermana. Si consigo establecer esa rutina de diez, veinte minutos, ya tendré tiempo de insistir.
Y otra vez estoy en la cola.

-Soy yo, ¿me reconoces?

(Continuará)

viernes, 12 de junio de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio III

Aprovecho esos minutos para programar el Suministrador de Alimentos instalado en mi Luna-Exprés. En eso de preparar los menús, el chico es más eficiente que nosotros. Pero es que antes no era así, había cocinas y almacenes donde íbamos a hacer la compra. Hace años de esto, mis hijos no ha llegado a conocerlo, pero para alguien de mi edad resulta difícil acostumbrarse. Recuerdo también que las familias eran más variadas, no estaba reglamentado el número de hijos ni su sexo. Nosotras fuimos tres chicas, en cambio ahora es obligatorio parir al cincuenta por ciento. En poco tiempo, el número de mujeres y hombres será exactamente el mismo.
Me siento bien porque ahora todo empieza a cobrar sentido, pero cuando llego al vestíbulo me espera una sorpresa inquietante. El joven controlador no está en su puesto, su lugar lo ocupa una mujer que me observa con atención. Pero esos ojos, incluso esa mirada, son los mismos de antes, aunque trasplantados a un rostro femenino y bastante más maduro que el otro. Estoy desvariando. Puede que tenga que pasar por el Revisor de Emociones, más conocido como loquero. O pedir unos días de descanso para restaurar mis circuitos. Sé que es una forma de hablar, que el lenguaje de las máquinas invade nuestro vocabulario, pero sigo obsesionada con el asunto de la mujer ciborg –o sea, yo– que no se reconoce a sí misma. ¿Será esto posible? ¿Estaré perdiendo la razón?
Mientras pulso la Luna-Exprés para regular la temperatura y el alimento antes de llegar a casa, pienso en la penumbra que me espera, en los asientos mullidos, los Conectores de Entretenimiento. Necesitaría descansar durante meses. Será fácil, pues voy a pasar sola muchos días. Jaime se ha enrolado en una exploración científica por los desiertos del sur y cuando vuelva dedicará una semana a impartir conferencias por toda la región central, a Tarsi no lo veré tampoco: su Escuela le ha encargado un proyecto y tiene que encerrarse en su estudio vigilado a distancia por un Asistente Pedagógico. Ninguno de los dos me preocupa, sé que a su modo son felices. Pero pienso en Medea y en ese ensimismamiento tan extraño. Aunque estos tiempos son raros para todos los que pasamos de los treinta. Me dicen que hoy día a los jóvenes les suele pasar esto, tienen que madurar, emanciparse en cuerpo y mente, pensar en su futuro, adquirir otra perspectiva, que su familia de origen debe quedar atrás cuando se está a punto de formar una nueva y comienza una etapa laboral brillante. Pero me importa un bledo lo que hagan los demás jóvenes, si lo tolero no es porque sea costumbre sino porque ella lo quiere así. Si es que interviene su voluntad y no está manipulada por alguna autoridad o abducida por una máquina. Ya sé que estoy pasada de moda, intento ajustarme a estos tiempos pero es un hecho que me vienen un poco grandes.



2

Ha amanecido un día tibio, brumoso, sin ese sol cayendo siempre a plomo que te amartilla el cerebro. Me siento descansada, como si hubiera dormido varios días. Veo en la Luna-Exprés la cara de mi hijo que come y bebe antes de seguir trabajando, me habla de perfiles y de áreas coloreadas que comprendo vagamente. Vuelvo a pensar en el Controlador de mi Unidad. ¿Habrá vuelto a su puesto de trabajo o le seguirá reemplazando aquella mujer? ¿No serán ambos la misma persona bajo aspectos tan distintos? Hay algo detrás de esas mejillas que transpira complicidad.
Se me acelera el corazón cuando me incorporo a la fila. Al principio, no me atrevo más que a mirar de reojo. Allí está. El hombre de la sonrisa no es muy alto, tiene las mejillas un poco hundidas y el pelo gris oscuro debajo de la gorra reglamentaria. Me siento halagada cuando noto –gracias a un parpadeo acelerado, al iris que se desplaza insistentemente hacia el borde del ojo–  que está pendiente de mí, que aguarda quizá con impaciencia los dos segundos que estaremos a menos de un metro de distancia. Apenas llego a  su altura, me fijo en su boca. Tiene un rictus severo y no habla hasta que  nos separan escasos centímetros, yo de perfil, él susurrando entre dientes.
Dice:
-Solo está vivo el que sabe.
Pero este hombre es un fenómeno. La frase de ahora enlaza con la anterior.
¿Cómo se llamará este individuo de ojos azul marino y mirada de hielo? Ya no quiero que sea un ciborg, confiaría más si se tratase de una persona cabal, fuera del alcance de programadores poco escrupulosos. El espíritu de un mortal siempre es único, mientras que en la mente de un humanoide hurga mucha gente, y siempre hay intereses políticos.

(Continuará)

sábado, 30 de mayo de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio II



Está instalado bajo el Arco de Partículas Sensibles y tengo que pasar por su lado todas las mañanas. Lo que empezó siendo una simple mueca se convirtió en sonrisa, cada vez más amplia, que ahora acompaña con frases cortas, contundentes. Me mira con simpatía, sus ojos son francos, no parece que esté intentando seducirme, yo diría que le han infundido poderes y conoce mi estado de ánimo, incluso mis pensamientos y hasta mi historia. Es como si leyese dentro de mí. En mi juventud me hubiese asustado, pero hoy día es imposible sustraerse a los avances de la técnica y, de todas formas, hay que verlo como una garantía de seguridad. Los ciborgs son nuestra mayor protección y, en este caso, espero que lo sea, pero no puedo distinguirlo de un hombre común. Se me ocurre a veces si no seré uno de ellos, así como toda mi familia. ¿Cómo saber si eres un humano genuino cuando te consta que a ellos les injertan la memoria de un muerto y se sienten tan personas como tú? Solo hay una prueba irrefutable, nunca podremos competir con ellos en velocidad y exactitud. Por eso es un alivio comprobar que me equivoco y que para realizar cualquier operación sigo necesitando la ayuda de las máquinas. A no ser…
A no ser que hayan simulado en mí un cerebro imperfecto, pero no tendría sentido. ¿Para qué querrían un ciborg que no funcione como tal? Puede que necesiten autómatas que les obedezcan ciegamente para ejecutar sus planes más aberrantes. Pero me estoy yendo por las ramas y mi capacidad crítica parece en plena forma. Eso me tranquiliza. Creo que la nube que había en mi cabeza está a punto de empezar a disolverse, y admito que no pensaría como pienso si me hubiese convertido en un No-Humano.



No olvido aquella advertencia. ¿De verdad hemos muerto todos? El ente con aspecto varonil que controla los resortes de seguridad de los accesos al edificio no puede estar trastornado. Ni mentirme. Su ética e inteligencia están fuera de duda, pero ¿a quién obedece? ¿Será un Discrepante? Me han hablado de ellos, pero nunca he conocido a ninguno. No es probable que puedan ocupar un puesto clave, aunque de esa gente se dicen muchas cosas. ¿Será verdad que se adiestran unos a otros para escapar al control del Sistema Único, que son capaces de fingir ser ciborgs auténticos o simplemente personas de confianza? El hombre de la sonrisa ¿habrá boicoteado algún sector de la Filial?
Cada mañana acudo a mi Departamento de la Zona Q, me siento y extraigo miles de datos con la ayuda de tres máquinas.  Todo está bajo control. Frente a mí, una pared metálica va cambiando de color para mejorar mi estado de ánimo, aumentar mi energía o relajarme, dependiendo del momento; la música ambiental anima o calma sin permitir que me desconcentre. Periódicamente, unos brazos metálicos nos acercan la bebida energética y una porción de proteínas vitaminadas. Hacia la mitad de la jornada, las plataformas se mueven y nos van desplazando hacia la zona central. Es el momento de la Convivencia que todos agradecemos, salvo cuando el Director aprovecha la pausa para soltarnos uno de sus discursos. ¿Será un ciborg ese hombre? Con ese aspecto tan descuidado es prácticamente imposible, pero ¿cómo ha podido llegar tan alto un individuo con tan mala presencia? No nos atrevemos a decirlo en voz alta, ni casi a pensarlo, pero las miradas que cruzamos entre nosotros son bastante elocuentes.

(Continuará)

domingo, 24 de mayo de 2020

La Bertiada (Novela por entregas) - Episodio I



1

De un tiempo a esta parte siento que ha cambiado todo. No sé si sentir es la palabra,  un vértigo extraño se ha apoderado de mí y  me empuja cuesta abajo hacia un precipicio sin fondo. Me desperté el día de año nuevo con una resaca terrible, recordaba vagamente la fiesta, pero luego ese recuerdo fue sustituido por otro, que a su vez se fue diluyendo y, día tras día, una escena nueva ocupaba el lugar de la anterior. Ya no estoy segura de nada. ¿Asistí a esa fiesta? ¿Pasé la noche en una cabaña de leñadores, rodeada de jaulas, dando de comer a las chinchillas que un día adornarían el cuello de una mujer sin sentimientos? ¿O ese recuerdo es un castigo a mis exabruptos en las perfomances contra el maltrato animal? ¿Estuve presa el verano pasado? Es todo muy raro, este año se me está yendo de las manos, cada mes es como un volcán más cerca de la erupción que el anterior y solo estamos en abril. Desconfío de mi memoria, esa facultad peligrosa y traicionera que deberíamos erradicar por completo.
Jaime no parece el mismo. Aquella fiesta de fin de año fue una sucesión de escenas sórdidas, fuegos artificiales, una oscuridad tibia en la que brillaban treinta pares de ojos como alfileres de plata, vestidos de noche, champagne y serpentinas, un camarote en la oscuridad con nosotros haciendo el amor al compas del balanceo, o un laboratorio brumoso donde alguien con bata blanca hurga en mi brazo, en la espalda de Jaime, en un tobillo de Medea, y excava bajo nuestras pieles.
Medea ya no me reconoce, siento su vista resbalar por mi cuerpo como si fuera transparente. Es triste convertirse en Nadie, más aún si es tu propia hija la que se encuentra perdida en su mundo. A cambio, se ha convertido en una triunfadora, la Directora de Convenciones más joven de la historia de su empresa, está a punto de firmar un Contrato Matrimonial con el hijo de un aristócrata, le han implantado mechones de pelo, un iris más azul y brillante, una barbilla nueva, y han estado enredando en su cerebro. Y no es la única: nos ha invadido una fiebre que nos lanza hacia adelante casi a la velocidad de la luz. Mis compañeras del Departamento de Proyectos Estimulantes y su ansia por destacar en el mundo de los negocios, mis padres y esa manía que tienen de acumular cachivaches, Jaime y sus delirantes inventos, esas rayas y puntos que rastrean continuamente el tiempo y el  espacio. Sé que está inquieto, que se empeña en avisarme de algo, pero no le quiero escuchar, ya no sé quién es, ni él ni nadie. No me fío de ellos. Solo puedo acudir a mis recuerdos, volveré a confiar en los demás cuando desenrede por completo esta madeja y mi memoria vuelva a estar tan clara como antes. Puede que alguna vez ocurra. La verdad está aquí dentro, todavía algo borrosa, abriéndose paso como una luciérnaga que aletea indecisa y que por fuerza acabaré atrapando. Entonces se me caerá esta venda en los ojos y sabré quienes somos, qué ha ocurrido en estos meses, quién o qué nos amenaza y qué debo hacer para destruirlo.
-Todos hemos muerto – me susurra el Controlador de la Zona Q.
(Continuará)