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martes, 2 de mayo de 2017
domingo, 12 de enero de 2014
Los árboles azules 29: Cigüeña y Periquito
Parecía
como si el brillo de su mirada le prestase una nueva forma de ver las cosas,
incomparablemente más penetrante. La Cigüeña se alzó sobre sus piernas
larguísimas oteando por encima de la valla en la noche, mientras su víctima intentaba
atraer su atención. En vano. Ella se había hecho cargo de la situación, la
dominaba, era la reina de la noche, el único elemento que no tenía controlado y
escudriñado a conciencia era yo, precisamente. El asfalto de la avenida que se
abría ante nosotros aparecía también reluciente, pero los ocasionales faros que
se arrastraban por allí, o los semáforos que parpadeaban a lo lejos, arrojaban
un reflejo áspero y sucio. Ella tampoco estaba muy limpia pero irradiaba
triunfo. La lluvia seguía cayendo, el coche de la policía continuaba oculto
tras la esquina más cercana, el Periquito silbaba ahora muy suavemente, sin
duda resignado a no recibir asistencia médica, ni siquiera las desmañadas
atenciones que podía haberle proporcionado la chica. Debía pensar, y con razón,
que era preferible continuar lisiado, quién sabe si para siempre, que pudrirse
el resto de su vida en la cárcel.

(Continuará)
sábado, 28 de diciembre de 2013
Los árboles azules: RESUMEN DE LO PUBLICADO
1. Molina –la propietaria de este espacio– se muda a una
nueva casa dónde encuentra a una pequeña androide –ginoide, mejor dicho– saliendo
de un ánfora. Descubre que tiene un origen mágico, alma de poeta y un
temperamento mucho mayor que su estatura.
2. Un día desaparece de la casa de Molina pero no de su vida
(más le hubiese valido a esta). Cartas y llamadas las mantienen en contacto.
Por ellas sabemos que, tras vagabundear un poco, Auko encontró trabajo en un
taller de artesanía, y se ha enamorado del dueño del negocio.
3. Se traslada al palacete de este para cuidar de su hija
enferma y, casualmente, presencia su secuestro. Intenta investigar por su
cuenta pero la detiene la policía y es Molina quien tiene que pagar la fianza.
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Michelangelo_Caravaggio_- Narciso -(Oléo sobre lienzo) |
4. De vuelta a la mansión, quedan todos bajo custodia hasta nueva
orden, pero un muchacho que pulula entre los agentes se las arregla para llegar
hasta Auko y abordarla. Ella, sin embargo, solo piensa en escaparse y dar con
el paradero del padre de Rosana y de Julio.
5. Tras sucesivas huídas y los arrestos correspondientes,
contacta con un tipo que acaba revelándole la existencia de una fórmula secreta
descubierta por la víctima que puede cambiar la faz del mundo.
6. Su admirador no le ha perdido la pista. Encuentra un
refugio para ella y se encarga de protegerla y ayudarla. Auko comienza a interesarse
por él y el secuestrado pasa a un segundo plano, pero ya es tarde para escapar.
Está metida en la boca del lobo y cae en las redes de un grupo comandado por un
par de mujeres poderosas con las que viaja por todo el mundo rodeada de lujo y
opulencia.
7. Con Auko desaparecida, Molina se pone en marcha. Ha
recibido de ella un mensaje telepático que le pone al corriente de un homicidio.
Como no recibe ninguna otra información, sigue los pasos de su amiga y se pone
de inmediato a indagar.
viernes, 26 de julio de 2013
Los árboles azules 28: La cuarta pared
En ese preciso instante, al otro lado del espejo había
dos personas que no perdían ripio. Eran rubias, tenían el pelo muy corto y camisetas
negras ceñidas. Una, la más joven, llevaba un pareo estampado en tonos fucsia y
mostaza, su madre, un pantalón acampanado, también negro, con las costuras a
punto de estallar. Eran las Tacón, naturalmente.
-Porque te ha convencido Angel, que estará todo lo bueno que quieras, pero no es más que un puto crío. Ni sé cómo te fías de él.
-A vuestros jefes. Se os va a caer el pelo, hijos de
puta.
-Esa Alondra es el demonio. ¿Pues no se lleva a los niños
al sótano? Allí no tenemos pared al otro lado, no podemos ver lo que pasa.
-Tampoco importa mucho, no te preocupes. ¿Qué van a hacer
allí dentro? Nada. Tienen un almacén en la parte de atrás y, debajo, una
especie de cueva sin ni siquiera luz eléctrica. Mira, ¿ves? Está entrando la
policía, eso significa que Bernardo está en la tienda.
-Lo tendrán en la cueva esa que dices. Piensa lo que
quieras pero después del dineral que nos hemos gastado para cambiar dos veces
la cerradura, hacer la instalación y poner un nuevo espejo sin que se note lo
más mínimo, lo normal es que lo hubiésemos encontrado nosotras. Ahora ya no hay
nada que hacer.
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Egon Shiele - Self Portrait in a Jerkin with Right Elbow Raised (1914) |
-Pero mamá ¡qué ingenua eres! El pájaro ha volado, ya lo
verás, y nosotras vamos a encontrarlo cueste lo que cueste. Yo he estado dentro
con los instaladores, no tú. A esa trastienda le faltan condiciones para que
viva nadie. Y al sótano todavía más.
-Te crees todo lo que nos cuenta Sabino y así nos va. Yo
sigo pensando en echarlo. -Porque te ha convencido Angel, que estará todo lo bueno que quieras, pero no es más que un puto crío. Ni sé cómo te fías de él.
-Más maduro que ese abuelo tuyo, ya es. Lo que cuenta es
la cabeza, no la edad.
-¡Chist! Mira.
Los cuatro tenían la frente pegada al
armario del fondo más allá del amasijo de expositores aún por colocar y los
brazos sobre la cabeza, mientras una policía con coleta registraba a las
mujeres. A Toño no le cacheó nadie, dos muchachos de uniforme, bastante
malhumorados, se liaron a propinarle bofetadas, el se defendía dando alaridos y
gritando:
-¡Bestias! ¡Cabrones! Os voy a denunciar.
-Jajaja. ¿A quién, tío?

-¡Pobre chaval! –se apiadó Cuca.
-¡Venga madre! Si te descuidas se queda con todo, a mí no
me da ninguna pena. –De pronto dio un respingo- Oye, ¿te has dado cuenta de que
solo han sacado a las chicas de allá dentro? ¿Dónde se han metido los críos?
Cuca exhibió una sonrisa triunfante.
-¡Te lo dije! Debe haber algún escondrijo que no visteis.
-¡Imposible! Traje a dos arquitectos y era evidente que
se las sabían todas, no iban a pasar algo así por alto.
De momento, los presuntos culpables habían quedado
libres.
-Vosotros, ahí quietos sin moverse. –Les ordenó el
policía más viejo- Cerrad todas las puertas, chicos, vamos a registrar el
local.
-Ahora. –estalló eufórica Abril. –Los putos niños deben
haberse metido en el váter, ahora es cuando van a cogerlos.
(Continuará)
miércoles, 24 de julio de 2013
Los árboles azules 27: En la boutique de Alondra
Las
chicas habían apartado las perchas y estaban fregando unas baldosas de cerámica
color esmeralda que relucían incluso en los trechos dónde el sol de la mañana no alcanzaba
a llegar. Los dos cubos retrocedían lentamente hasta al fondo. Toño esperó a
que se ocultasen tras las cortinas blancas del probador. Entonces asomó la
cabeza e hizo una seña a la mujer de la caja.
-¡Chist! Alo, soy yo.
-Sabino, ¿otra vez? ¿Qué quieres? Aún no hemos abierto la tienda.
-Este trozo ya está seco. ¿Puedo entrar?
-¿Para qué? Ya te he dicho…
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Blasco Mentor (1919-2003) - El espejo - Óleo sobre tela (1986) |
Pero
Sabino, Toño o quienquiera que fuese, había entrado ya resueltamente y hacía
gala de su desenvoltura acodándose en el mostrador y lanzando piropos a diestro
y siniestro.
-¡Ole, las chavalas más lindas del barrio!
Mica
y Ana, que salían ya, cargadas con los cubos, y estaban a punto de entrar en la
trastienda, le acogieron con miradas inquietas y risas estridentes.
-¡Hola
Sabino! ¡Vaya! ¡Qué fresco estás hoy!
-¡P’andares
salerosos los vuestros!
Alondra
lanzó una ojeada fulminante a las chicas.
-Vamos,
vamos. Recoged eso que ya es hora de abrir la tienda.
Toño
se volvió hacia ella, más zalamero que nunca.
-Bueno,
¿cómo está hoy mi reina? Te sienta de maravilla esa túnica. –guiñó un ojo-
¿Tienes algo para mí?
-Aquí
no vas a encontrar nada que te interese y a nosotras nos puedes meter en un
lío. Te he dicho mil veces que no vuelvas más.
-¿A
mí? Nunca te he oído tal cosa, habrá sido a mi hermano gemelo. Estás siendo muy
injusta.
-Déjate
de gemelos y monsergas, y sal de aquí. Ya.
Las
dependientas se habían quitado las batas y lucían el mismo kimono violeta que
la dueña del establecimiento.
Ana,
con el pelo azabache recogido en un moño y andares de geisha, se adelantó,
agitando el manojo de llaves, para abrir la puerta principal. Al instante, sin
que nadie pudiera explicarse cómo, dos niños asustados irrumpieron en tromba,
dieron unos cuantos traspiés y fueron a caer a los pies del expositor de
bikinis que Mika acababa de instalar. Hubo unos segundos de aturdimiento. Podían
ver el pasmo y el temor en los ojos de los críos pero estaban tan consternados
que no sabían cómo reaccionar.
Por
primera vez, Alondra fijó la vista en Toño.
-¿Los
conoces?
-¡Por
supuesto! Son los hijos de Bernardo.
Julio
se incorporó sacudiéndose las rodillas.
-Buenos
día, señoras. Yo soy Agosto y ella Rosanita.
-Rosana.
–Chilló la aludida.
-¡Vaya,
vaya! Alguien os ha dicho que papá se había escondido aquí ¿eh?
Julio
estrujaba la mano de su hermana mirando fijamente a Alondra. Alguna corriente
se estableció entre los dos porque, a partir de entonces, ya no soltó prenda.
-¿Aquí?
No, aquí no. Encontramos la dirección del pub donde dicen que estuvo antes de
escaparse y hemos venido a echar un vistazo. Está al otro lado de esa pared, -y
señaló el enorme espejo que reflejaba la espalda de la jefa- hemos fisgado un
poco pero no salía nadie, hasta que ha llegado un hombre con un palo y se ha
echado encima de nosotros.
Mica
se acercó a ellos, esbozó un gesto maternal.
-¿Tú
tienes miedo, niña?
-¡Mmmm!
-Pues
venid conmigo, ¿queréis un zumito, un poleo…?
Y
los sacó de allí sin más.
Toño
se volvió de nuevo hacia Alondra.
-Mira
qué casualidad. ¿Dónde han ido a parar los muchachos? Aquí. Ni más ni menos.
¿Quieres explicarme por qué?
-La
verdad, no tendría que darte explicaciones, pero tampoco hay ningún misterio.
Ya te lo ha dicho él: su padre está encerrado en el pub y los pobres habrán
creído que ellos solos iban a poder liberarle. Nosotras no sabemos nada, es la
primera vez que veo a esos niños.
-Estaba.
-¿Cómo
dices?
-El
papá de los chavales estaba secuestrado
en ese local de ahí. Pero ya no. Y me consta que vosotras tres sabéis algo. Más
bien mucho que poco. ¿Me estoy equivocando?
En
ese preciso momento, un coche de la policía se paró delante de la puerta.
(Continuará)
sábado, 20 de julio de 2013
Los árboles azules 26: Un as en la manga
-El muerto soy yo. Como lo oye. ¿A que la he
sorprendido?
-Y ¿ese otro? Hace un rato dijiste que también era hijo de Bernardo.
-No
exactamente, eso me lo reservo. Todo esto ya es lo suficiente enrevesado como
para poner más lío en esa cabecita. Con un poco de calma cualquiera se hubiese
dado cuenta, Sabino era un macarra vistiendo y hablando. Le he explicado que no
tuve más remedio que cambiar de personalidad, que representaba un papel delante
de las Tacón.
-Y
¿te ha creído?
-Lo
que pienso es que tienes más cara que espalda.
-Que
no. De verdad, nunca he sido más sincero. Sabino ha muerto. En realidad yo no
soy él, solo nos parecíamos físicamente. Bernardo no tuvo un
hijo sino dos. No lo sabe nadie, espero que a partir de ahora siga siendo un
secreto.
-Ya. Y ¿por qué me lo cuentas a mí?
-Porque
ya no puedo más -se detuvo un instante, me pareció que se le iba la cabeza- No
puedo más, no señora. Usted aprecia sinceramente a Auko y me inspira confianza,
no dudo de que, a no ser que presencie un hecho delictivo, mantendrá la
boca cerrada. Y le puedo asegurar que todo está en orden.
Nos
movíamos a toda velocidad. A la izquierda, la cinta azul del Mediterráneo ponía
la nota de color bajo un cielo desvaído, entre las ocres dunas
circundantes. La brisa que me agitaba el pelo traía un suave olor a mirtos.
-Y tú ¿quién eres?
-Me
llaman Toño. Nuestra madre murió en el parto y el médico convenció a la familia
de que no habíamos llegado a nacer. Todo el asunto se enterró muy eficazmente,
los testigos cerraron la boca, hubo bastante dinero en danza. Aún no he
descubierto todos los detalles pero…
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El juicio de Salomón - Rafael de Urbino - Fresco - Estancia de la Signatura - Palacio Vaticano (Roma) |
-Y ¿ese otro? Hace un rato dijiste que también era hijo de Bernardo.
Encendió
un cigarrillo, se diría que estaba ganando tiempo para seguir hilvanando su
fábula.
-No
se enfade, no era más que una broma. Ángel nunca fue adoptado, se pudrió en un hospicio hasta que cumplió los dieciocho. Se me ha ocurrido porque quería prepararla de algún modo para lo
que le iba a contar después.
Me
entretuve en limpiar con esmero las gafas, de vez en cuando miraba su perfil de
conductor atento. Aquello parecía tener sentido.
-¿Auko sabe quién eres?
-Ella
me conoce como Sabino, cree que hay uno solo, así que el nombre da igual. Pero
le consta que sigo vivo, eso sí. Me quiere ¿sabe?
-¿A
ti o a él?
-Al
que le regaló una gominola guiñándole el ojo, al que le tiró los tejos un día
desde fuera de la casa. No al acólito de las Tacón, no a su recadero, no el que
buscaba desesperadamente a Bernardo para arrebatárselo a los patanes que se
adelantaron a los planes de las Señoras y entregárselo a ellas. Sabino fue el
que rescató a Bernardo, pero luego a él lo abatieron a tiros. Antes de eso,
vivió en casa de la familia Tacón y viajó con ellos muchísimo. En los últimos
seis meses, visitaron Dubai, Ciudad del Cabo, Buenos Aires, Ankara… Sabino
también piropeaba a Auko, pero se mostró tan grosero con ella que acabaron por
distanciarse. Y, de rebote, lo pagué yo. Ahora intento ganar terreno y no sé cómo
hacerme perdonar.
-¿Le
has dicho que no sois el mismo?
Se
llevó el cigarrillo a los labios, entornó los ojos y expulsó el humo con
fuerza.
-Eso
lleva un proceso, ¿sabe? En ello estoy.
Me
recosté en el reposacabezas.
-¡Bffff!
No sigas, me vais a matar a disgustos.
-Lo
siento, de verdad. Espero que esto acabe pronto. Denos un poco de tregua.
De
repente, caí en la cuenta.
-No
parece que hayas sentido mucho la muerte de tu hermano gemelo, la verdad. Ni da
la impresión de que en vida la apreciases gran cosa.
Me
miró de reojo y esbozó una sonrisa. Hace rato que debía estarlo esperando.
-Nosotros
no nos conocimos hasta el año pasado. Empezamos a frecuentar los mismos sitios,
a hacer las mismas preguntas, a entrevistarnos con la misma gente. Todo el
mundo empezó a sentirse incómodo. Buscábamos por separado a nuestro padre hasta
que alguien llegó a la conclusión de que no éramos el mismo, aunque lo
pareciese, y decidió ponernos en contacto. Fue una chica, Alondra, quien nos
informó de que alguien más estaba tras la pista de Bernardo, y nos presentó a
Abril Tacón que, a su vez, nos llevó hasta el cerebro de la trama. Su madre.
-¿Dónde
está Auko?
-No
lo sé exactamente pero puedo localizarla rápido. En cuanto tenga ocasión, la
llevo hasta ella.
-¿Prometido?
-Que
me muera ahora mismo si miento.
(Continuará)
miércoles, 26 de junio de 2013
Los árboles azules 25: Confidencias
Imperceptiblemente nos fuimos alejando. Habíamos doblado la esquina quedando fuera del alcance de los servidores de la ley. Entonces, en cuanto enfilamos la calleja empedrada, echamos a correr todo lo deprisa que podíamos. Ángel era el único capaz de dar grandes zancadas, el políglota me empujaba por la nuca igual que hacía yo con mi gato. Debido a la escasa libertad de movimientos y a pesar de que íbamos cuesta abajo, nos arrastrábamos los dos penosamente, tanto que mi agresor tuvo que desgañitarse para ordenar al otro que se detuviese y esperase lo que hiciera falta. Me dolía el cuello y empecé a toser. Por fin llegamos a una tasca mugrienta, entramos por una cortina de abalorios y, antes de acostumbrarnos a la oscuridad de la estancia y de poder distinguir claramente las caras de los que se nos quedaban mirando, salimos por la puerta de enfrente a una explanada de losetas, donde habían aparcado un coche gris. Sabino era quien estaba al volante, tenía una colilla pegada a su comisura izquierda pero me sonrió con el resto de la boca. Parecía estar imitando a uno de esos gánsteres que pululaban por Chicago en el cine de los años 40.
-¡Qué gusto verla, Molina! Por fin podemos hablar.
-Déjate de monsergas, Sabino. ¿No decían que estabas muerto?
-¿También a usted se lo han dicho? Jajajaja. Siéntese aquí delante, tengo que contarle muchas cosas.
-¿Es que crees que estoy loca? Yo en ese coche no entro.
Pero vi con el rabillo del ojo una pistola apuntándome.
-¡Venga, mujer! Usted nunca ha sido rebelde. Tengamos la fiesta en paz, ¿le parece bien?
Me acomodé en el asiento del copiloto, pero dejé la puerta abierta y la pierna derecha pisando el suelo con toda la firmeza posible. Nadie se molestó en impedírmelo.
-Así me gusta. Enseguida se dará cuenta de que lo único sensato es hacerme caso a mí.
-Tú lo que tienes es mucha jeta,
Estaba furiosa. En ese momento me daba igual que me disparasen. No estaba dispuesta a aguantar ni un minuto más las mofas de aquella gentuza.
-Vamos a ver, ¿quiere que le ponga al corriente o no? Con malos modos no llegamos a ningún sitio.
-Lo que quiero es que me lleves dónde está Auko, solo quiero verla, hablar con ella...
-¡Ya! Y asegurarse de que está sana y salva.
Aquello era tan obvio que ni siquiera tuve que asentir.
-¿Verdad que es eso? Pues lo siento, sobre ese particular, no está en nuestra mano complacerla. Auko es muy lista, supongo que sabrá cuidarse, pero nadie puede garantizarlo porque ya no está con nosotros. Se escapó ayer.
-¿Que se escapó?
Me quedé estupefacta pero reaccioné pronto.
-Eso es mentira. ¿Qué habéis hecho con ella? ¿Os la habéis cargado? ¿Eh?
Mientras tanto, los otros dos habían ocupado los asientos de atrás.
-Sal de una vez de aquí, Sabino. Señora, cierre la puerta si quiere. Y, si no, es cosa suya, allá usted cuando se rompa la crisma.
-No seas animal, Saldaña. Tú y Ángel os quedáis aquí, que yo voy a hablar con ella a solas. Cierre usted la puerta, Molina, que nos vamos.
Juan Soriano - Ángel de la guarda |
-¿A dónde?- Pregunté con un hilo de voz.
-Dónde usted quiera. A su casa, por ejemplo. Veo que todavía no entiende para qué la necesitamos. Creíamos que Auko se había refugiado en su domicilio y parece que no ha sido así. Hasta ahora. Pero deberíamos estar allí esperándola.
-Ni lo sueñes, chaval. -Tenía que disimular el pánico pero lo cierto es que me temblaban las rodillas.- Auko no es tan tonta, no se le ocurrirá ni acercarse. Tampoco yo voy a llevarte a mi casa, ¿esta claro? Por mucho que te empeñes.
Saldaña y Ángel habían salido del coche por fin, pero no se habían ido, estaban merodeando por allí sin quitarnos ojo ni un momento. Sabino bajó la voz, fingió sonarse la nariz para que no le viesen mover los labios.
-Ellos son los novios de las Tacón.
Me contuve, pero a punto había estado de soltar un improperio. Si teníamos que dar la impresión de estar callados no iba a ser yo quien desmontase la farsa.
En cuanto volvieron la espalda se explayó de una vez:
-El jovencito es un buen muchacho. Por cierto, también él dice ser hijo de Bernardo. Su madre trabajaba en un prostíbulo de Santa Marta. Ya murió. Hace tiempo. Al poco de llegar a España, cuando Ángel era un bebé aún.
-Y Auko ¿qué pinta en todo esto?
-Auko nada, Bernardo sí. Ella se metió en medio de todo. Sencillamente.
-¿Y tú?
-A mí me metieron. Podría salir si quisiera, pero ya es tarde: estoy enamorado de la chinita.
-¿Chinita la llamas? Parece filipina más que otra cosa, pero sus padres son de aquí.
No me podía creer que estuviésemos hablando así, como si fuésemos dos colegas. Desconfiaba de él, por supuesto, pero demostrarlo hubiese sido nefasto. Por otra parte, siempre quedaba un atisbo de duda. ¿Y si no estuviera mintiendo? No creo en espíritus pero estoy convencida de que la telepatía se convertirá dentro de poco en una rama más de la ciencia. La noche anterior había visto manchas de tinta entre las ramas de un árbol azul que flotaba en el fondo de un cántaro. Estaba segura de que el mensaje me lo enviaba la propia Auko: quería avisarme de algo y ese fue el medio que encontró. Me había quedado mirando al frente, donde los dos pasmarotes, sentados en el capó, miraban hacia atrás de vez en cuando para simular que nos vigilaban.
-Sabino, dime la verdad, ¿quién es el muerto?
-Pero bueno, ¿usted es bruja o qué?
(Continuará)
sábado, 22 de junio de 2013
Los árboles azules 24: ¡Peligro!
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Joel Corrales - El gran sueño -2010 - (Óleo sobre tela) |
Solo yo tenía la certeza, no solo de que la habían secuestrado, también de que su vida corría un peligro inminente. Sabino conocía la verdad pero todo indicaba que le habían quitado de en medio. Volví a ser consciente, una vez más, de la necesidad de no perder ni un minuto, también de mi ridícula impotencia.
En cuanto di la espalda al hombre de madera, un pañuelo tirante me tapó la boca, noté como el nudo se cerraba sobre mi nuca con fuerza. Aquello, a menos de diez metros de la comisaría, no podía estar sucediendo. Noté que me ahogaba, vi, como en un espejo, mis ojos, que el terror abría hasta el límite. No se trataba de ninguna fantasía: una mano lo sostenía como un trofeo, vi, reflejado junto al mío, el rostro sonriente.
En cuanto di la espalda al hombre de madera, un pañuelo tirante me tapó la boca, noté como el nudo se cerraba sobre mi nuca con fuerza. Aquello, a menos de diez metros de la comisaría, no podía estar sucediendo. Noté que me ahogaba, vi, como en un espejo, mis ojos, que el terror abría hasta el límite. No se trataba de ninguna fantasía: una mano lo sostenía como un trofeo, vi, reflejado junto al mío, el rostro sonriente.
-¡Ya eres mía! –Masculló.
A pesar de mi angustia, fue inevitable percibir un acento gutural de fondo con suaves notas externas. No pude responder. Hice señas desesperadas de que desanudase el pañuelo. En cuanto me hizo caso, aspiré una gran bocanada de aire.
-¿Qué cree que quiere? Le advierto que se está equivocando.
-Que te estés quieta. Nada más. ¿Has visto lo sencillo que sería liquidarte? Incluso aquí mismo. –Y miró con ironía hacia la puerta.
La comisaría estaba cerrada a cal y canto, nadie parecía reparar en nosotros. Aún así decidí arriesgarme. Ya me tenía en sus manos, no tenía mucho que perder.
-¿Porqué no liberáis a Auko? No hay nada suyo que os pueda interesar.
-Yo con el enemigo no hablo.
El sujeto, a pesar de su juventud, habría recorrido unos cuantos países. Me pareció reconocer Alemania, también algún país del Este. Hungría quizá, o Bulgaria. Y, entre los de lengua española, Canarias o algún rincón de Sudamérica.
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Egon Shiele (1890 - 1918) |
-Precisamente eso es lo que quiero que entiendas. Ni yo ni Auko somos tus enemigas, tus amigas tampoco. Con vosotros, quienquiera que seáis, no tenemos nada que ver.
Tomé apresuradamente nota de sus rasgos: si, por casualidad, salía con vida de allí, tenía que poder describirlo. No demasiado alto, fornido, con una barba tupida tan dorada como su piel, iris de un gris pálido, como dos perlas hostiles, la cabeza cubierta por una gorra azulada, gruesos bíceps que se marcaban bajo la ceñida camiseta. Nunca me había encontrado con un matón a sueldo, solo los había visto en películas y no se parecían mucho a este. Pero eso no quería decir gran cosa, solo que el modelo no suele ser tan fotogénico como su copia. Y que la realidad supera con mucho a la ficción.
Cuando menos lo esperaba, se sumó otro sujeto.
-No tenga miedo señora, este es Ángel. Inofensivo, se lo puedo asegurar. Más que nada, hace juego con su nombre. Venga, tío, no seas fanfarrón. Dile a esta mujer para qué estamos aquí.
Decidí seguirle la corriente.
-¡Encantada! Me llamo Molina. ¿Y usted?
-Pues… yo. Vamos a dejarlo en Demonio. ¡Jajajaja! Así todo queda en su sitio.
Provocaba escalofríos aquella risa.
(Continuar)
domingo, 16 de junio de 2013
Los árboles azules 23. Presentimiento.
Allá
al fondo, un arbolito, cuyas hojas brillaban con reflejos metálicos azulados y
negros, titilaba suavemente. Parecía el reflejo de algo que había fuera, pero
tapando la boca de la tinaja solo estaba mi ojo. Aquel era un espejo de agua
que arrojaba una figura nítida. Arranqué una rama seca de un tiesto y la
introduje hasta tocar fondo: la madera salió seca. Decidí acudir de inmediato a la tétrica comisaría por la que ya había pasado hacía tiempo, precisamente el día que Sabino apareció.
-Alguien
acaba de morir. –Le espeté al sonámbulo que me escuchaba desde el otro lado de
la mesa. Por fin estaba en un despacho. Llevaba dos horas y media suplicando al
agente que tuvo la mala suerte de estar esa noche de guardia, luego hablé con
cinco o seis personas distintas. No podía contar casi nada, lo que sabía solo
podía escucharlo un superior e incluso con él tenía que emplear toda la cautela
del mundo.
-¿Cuenta
con fuentes fiables, señora? Le advierto que este caso nos está volviendo locos.
Está claro que todos ustedes son cómplices. Agresores, víctimas, no hay nada de
eso. Una panda de sinvergüenzas que finge un secuestro y constantemente se está
inventando daños quién sabe para qué. Han sido nuestra pesadilla de los últimos
meses y no estoy dispuesto a consentirlo.
-¡Naturalmente
que hay víctimas, inspector, se lo puedo garantizar! Hay dos niños inocentes,
una amiga mía que no tiene ni idea de lo que está ocurriendo…
-Su
amiga. ¡La pobre! No me haga reír. Está viviendo como una reina junto a esos
enemigos tan terribles.
-Lo
sé.
-Bien
¿Y qué le parece?
-Que
no está con ellos por su propia voluntad. Mire, ni siquiera estoy segura de que
Bernardo esté secuestrado realmente. Yo tampoco me fío de nadie ya a estas
alturas. Estoy de acuerdo en que han organizado un lío terrible y no tengo ni
idea de quién es quién. Pero si algo me consta es que los chicos no tienen la
culpa de nada, Auko tampoco, y ahora,
además, hay un cadáver que deben descubrir.
Resopló.
Parecía infinitamente cansado.
-Usted
diga dónde está y ya veré si vamos a recogerlo.
-No
lo sé. –Repuse, y mi voz sonó lastimera.
-¿Quién
es la víctima? ¿Y el asesino? Vamos, hable.
-Eso
tendrán que averiguarlo ustedes.
-¡Por
la protuberancia del sagrado unicornio! ¿Será posible? ¿Me queda algo más por oír?
Salga usted inmediatamente de aquí o la arresto ahora mismo.
Sus
ojos echaban chispas. Alguna vez fueron unos bonitos ojos, todavía lo eran,
pero encima de esas enormes bolsas ya no lucían como antes. Lo que más
destacaba en su rostro eran los grandes mofletes colorados y una doble papada
incipiente.
Me fui
corriendo antes de que se arrepintiera y me metiese en la cárcel.
Cuando crucé el umbral, todavía con un solo pie en la calle, escuché una voz en
sordina.
-Señora.
Alguien,
pegado como un palo a la pared, intentaba llamar mi atención.
(Continuará)
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