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sábado, 22 de septiembre de 2018

Don Rufo bufa: Ni oficio, ni más antiguo del mundo, ni elegido libremente por nadie

Siempre se ha sabido que no se puede ser juez y parte. “Arrimar el ascua a la sardina” es el refrán que cuadra a esta desvergonzada actitud. Es verdad que gracias a toda esa falsa indignación y su retahíla de argumentos demagogos esos seres despreciables encuentran fácilmente un coro de convencidos de ambos sexos que les dan sinceramente la razón. Pero, vamos a ver, señoras y señores, ¿quién se va a molestar en llenarse la boca de espuma e improperios, en echar rayos por los ojos y venablos por esa boquita si no son los interesados (puteros y proxenetas) que no pueden ni imaginarse sin un chollo claramente injusto y conculcador de los más elementales derechos.
  • En primer lugar, no es un oficio ni lo ha sido nunca. Aunque a algunos les resulte muy simpático imaginar a nuestros ancestros del Paleolítico inferior realizando transacciones comerciales, cae por su propio peso que en los umbrales de la Humanidad no existía el dinero y, por tanto, ninguna ocupación que se realizase entonces podía considerarse trabajo. Si fuera cierto -ahí entra en juego la calenturienta imaginación de algunos- que los varones se aprovechaban de su mayor fuerza física o de la penuria de sus compañeras para obtener relaciones no consentidas, coincidirán conmigo en que las estaban violando. Una costumbre que todavía perdura, así que no es extraño que se practicase en la era más primitiva de nuestra historia. Lo extraño no es que en los albores de la humanidad se violase, sino que se siga violando ahora –a escondidas o denominándolo trabajo– siguiendo las mismas pautas de hace casi tres millones de años. ¿Si no hemos sido capaces de modificar una conducta a todas luces deleznable para qué nos sirve tanta técnica?
  • Aunque fuese un oficio, que no lo es, debería haberse extinguido desde que superamos la etapa de barbarie. Es una vergüenza que las grandes civilizaciones que nos precedieron hayan conservado esta lacra. Oficio fue, en su día, el de verdugo. La esclavitud se consideró una situación legal durante mucho tiempo. Hay quien considera que su oficio es robar. Pero hoy en día, y en el último caso de no ser parte interesada, nadie compraría esos argumentos.
  • ¡Cuánto daño ha hecho el cine en el imaginario colectivo!
    Pretty Woman (1990)
    (¡Cuánto daño ha hecho el cine!)
  • Tampoco es elegido libremente –y no estoy hablando de trata– pues cuando no existe igualdad de oportunidades no se puede hablar de libertad. ¿Están seguros de que las mujeres de todos los ambientes y estratos han crecido sabiéndose con los mismos derechos que sus compañeros, les consta que no solo pueden disfrutar de su sexualidad libremente sino que es un derecho que poseen por pertenecer a la especie humana? ¿Alguien les ha hablado de dignidad? Por supuesto que no. Ni siquiera han comprendido lo que se les estaba negando hasta que no han experimentado la  humillación.
  • Y ahora, ¿alguien puede pensar que están allí porque quieren? ¿Pueden imaginarse lo infinitamente difícil que resulta superar dos carencias tan determinantes como la falta de formación y de autoestima? Entre la sociedad y ellas se ha establecido una barrera prácticamente infranqueable y lo que necesitan es ayuda, individual y colectiva, para elegir lo que quieren hacer con su vida.
  • ¿Alguien puede pensar que las prostitutas hacen lo que hacen porque son aficionadas al sexo? Pegúntenle a un gourmet si le gusta comer carne podrida. Aparte de los interesados que defienden el argumento con uñas y dientes, hay que ser muy ingenuo y/o tener muy poca imaginación para creerse algo así. En un mundo sórdido donde la mujer es el producto, dónde las medidas higiénicas brillan por su ausencia, dónde existe la violencia y la degradación ¿qué libre decisión puede haber? Cuando alguien ha caído en un pozo de paredes resbaladizas lo último que hay que hacer es despreciarle. Y no hay mayor desprecio que proclamar la voluntariedad respecto a la mayor degradación que puede sufrir el ser humano. ¿Alguna ley permite que se pueda ser esclavo libremente, que se comercie con los órganos vitales o la sangre? No todo puede ser objeto de transacción comercial, y la prueba es que ustedes no permitirían que sus vástagos de ambos sexos ejerciesen ese supuesto oficio.
  • Hablemos, pues, del sexo libre. Imagínense a un chaval, un golferas hablando vulgarmente, que solo busca ligues de una noche, un amante del sexo sin compromiso que se acuesta con las mujeres que le gustan. Vamos, lo que vendría a ser un machote. Ahora cambiemos la perspectiva e imaginemos una mujer en la misma situación. Estoy segura de que todos esos que defienden la libertad de ejercer la prostitución aplicarían a esa chica, que se acuesta libremente con quien quiere en pleno ejercicio de su libertad, apelativos bastante gruesos. Pero ahí está, precisamente, la igualdad entre sexos, y quien se escandalice por la promiscuidad de las mujeres lo único que pretende es perpetuar la sumisión.
  • La novela de Truman Capote describe un ambiente más turbio, el cine la ha dulcificado.
    Desayuno con diamantes (1961)
    (¡Cuánto daño ha hecho el cine!)
  • Algunos utilizan encuestas. ¿Ustedes creen que en situaciones así es posible decir lo que se piensa, incluso confesárselo a una misma? Si somos capaces de tragarnos que alguien dependiente de un proxeneta puede franquearse con total libertad cuando le preguntan es que, además de no haber descendido nunca a esos submundos, no tenemos ni pizca de imaginación. Pero, claro, ¿para qué molestarnos en buscar datos si podemos hablar sin saber?

Es penoso escuchar todas esas polémicas y ver cómo los más sensatos se escudan en la trata. Piensan que hay excepciones –supuestas prostitutas ejerciendo en libertad– pero muy pocas. Y nada de eso aclara lo que está pasando, dejen de hablar tanto y realicen un estudio serio, bien documentado, en diferentes países, dirigido por profesionales competentes que sepan corregir las informaciones sesgadas que, no me cabe duda, será lo que más abunde. Verán cómo se van reduciendo las cifras hasta quedar en la nada más absoluta. La prostitución no se elige, se cae en ella como resultado de la desesperación y la ignorancia.
En definitiva, y para que quede muy claro, los que consumen prostitución y/o se lucran de ella no están interesados en el sexo (como tampoco lo está la industria pornográfica) sino en perpetuar el poder masculino, en mantener a las mujeres sometidas, a todas, no sólo a las que ejercen el "oficio". En eso consiste violar ( gratis o pagando) porque el mensaje de temor y subyugación nos alcanza a todas y a todos el de dominio. Y de ahí, también, toda esa inquina espumeante contra las que defendemos el abolicionismo.

domingo, 30 de abril de 2017

Don Rufo bufa: ¿Para qué queremos la tradición en España?

Don Rufo bufa
A veces, un artículo de prensa te deja con un come-come que, instalado en algún lugar privilegiado del cerebro, se alía con tus vísceras y no te deja vivir hasta que no lo expulsas. Así que voy a hacerlo. Con cariño, con delicadeza, sin groserías ni malos modos, pero expresando toda la indignación que me produce.

Llevamos ya muchos años contemplando el enfangamiento en el que se halla sumergido un amplio sector de nuestra clase política. Al principio, nos congratulábamos de que se hubiera descubierto un caso, luego dos o tres, más tarde pensábamos que con cinco o seis había más que suficiente, que ya había salido todo a la luz, que no podía quedar nada más salvo alguna historia de poca monta. Ahora asistimos con estupor a un espectáculo que no tiene visos de concluir, porque se va renovando con el tiempo, porque todavía existen los anclajes suficientes para que muchos de estos sujetos se sigan creyendo invulnerables. En el fondo de todo encontramos, claro está, una codicia desmedida y una absoluta falta de escrúpulos. Pero existe otro factor que, quizá, pase algo más desapercibido y que es condición sine qua non para la existencia y persistencia de este aborrecible estado de cosas: le pese a quien le pese, nos toman por tontos.

Pero ¿lo somos? ¿Somos tan tontos como se piensan esos corruptos que nos han gobernado tanto tiempo? Pues, según yo lo veo, sí y no. En principio, confiábamos en ellos, se nos puede tachar, por tanto, de confiados, y eso está bien, si no establecemos vínculos en los que previamente se dé por hecho que alguien no nos va a fallar, no tendría sentido ni cuerpo de policía, ni socorristas, ni médicos, pero tampoco arquitectos ni albañiles. Un conjunto de personas donde nadie se fíe de nadie no podría llevar el nombre de tejido social. Pero, según pasaba el tiempo, algunos comprobábamos que la simple confianza comenzaba a convertirse en credulidad algo bobalicona y, de golpe, dejamos de ser ingenuos y empezamos a darle la vuelta a todo para averiguar si el forro de la chaqueta estaba podrido o no.
Gregorio Fernández fue uno de los escultores del Barroco que más contribuyó a crear la imaginería propia de la Semana Santa española.
Gregorio Fernández - La Piedad (Detalle de grupo escultórico) - 1616
Museo Nacional de Escultura - Valladolid

Y lo que vemos, mirando un poco más allá de lo aparente, es que quienes protagonizaban esas corruptelas, esos que se molestan cuando los investigan, que reclaman objetividad y racionalidad mientras esconden las pruebas del delito, esos que nos ha ido expoliando poco a poco o mucho a mucho, son los mismos que reclaman respeto por las creencias, los mismos que defienden lo irracional, las tradiciones, lo antediluviano, el sinsentido, la falta de espíritu crítico, la sinrazón en suma. Tanta procesión, jaculatoria, golpe de pecho, capelo cadenalicio, llagas supurantes en el pecho de las estatuas ¿adónde conducen? Tras la excusa del respeto a las creencias ¿no se intentarán perpetuar las adhesiones incondicionales, el asentimiento acrítico y una aberrante falta de lógica? No se engañen, tanta tradición sin sentido, tanta creencia sin cotejar con la realidad científica -como yo misma apuntaba hace poco- es la forma más certera de mantener a la gente en la inopia. Y si muchos parados, contratados temporales, personas con una economía precaria siguen votando a los que trasladan a los bolsillos propios lo ganado con el sudor ajeno es porque la treta les funciona como un reloj.

Ayer mismo (29-4-2017), Antonio Muñoz Molina manifestaba en Babelia un sentimiento de desolada impotencia , -que comparto-, al comprobar que la evolución esperada al inicio de la Transición española se ha convertido en lo contrario. Nos movemos, como los cangrejos, para atrás. Cada vez, triunfa más el fanatismo y la intolerancia, la superstición y la hipocresía. Y lo hace, no se engañen, para que cuatro espabilados se llenen los bolsillos. Esto no lo dice el artículo, lo digo yo, lo dicen muchos otros y, sobre todo, lo grita la realidad a los cuatro vientos. Solo tienen que leer las noticias. Con los ojos abiertos, si es posible.

miércoles, 12 de abril de 2017

Don Rufo bufa: A vueltas con el respeto a los creyentes

Artículos de opinión heterodoxaTodo eso del respeto a los creyentes me suena a música ratonera -una expresión que no uso desde mi infancia, por cierto-. Empecemos por definir términos, ¿quiénes son, en realidad, los conocidos como creyentes? Así, en general, el término podría referirse a todos, porque todo el mundo cree algo: que sus hijos son encantadores, que nunca le tocará la lotería, que ha subido el precio del pan... Aquí, sin embargo, el ámbito significativo se ha restringido hasta abarcar únicamente a aquellos que tienen una religión o siguen algún tipo de doctrina de carácter sobrenatural o místico. Es decir, son creyentes quienes están convencidos de algo que, en principio, la ciencia no ha confirmado o rechaza. ¿Hay motivo para respetar a personas cuyas creencias no están demostradas sino más bien todo lo contrario? Efectivamente, hay motivo para respetar a esas personas, precisamente porque son personas, al margen de las creencias que tengan. Esto es lo que se especifica en la Declaración de Derechos Humanos, en la Constitución Española y en cualquier otro manual legislativo que tenga en cuenta la dignidad del ser humano, de todos, sin tener en cuenta su raza, sexo, religión etc.
¿He dicho que hay que respetar a las personas? Pues voy a repetirlo por si acaso no ha quedado claro: todas las personas merecen un respeto. Todas. Al margen de sus creencias. En consecuencia, si estas personas no creen en ninguna religión, si son ateos, agnósticos o mediopensionistas, incluso si creen que Bambi les visita mientras duermen, hay que respetarlas igual. Porque, insisto una vez más, son personas. Y sus pensamientos, así como su adscripción a un grupo determinado, no las convierte en menos dignas. Los ateos en concreto sostienen la hipótesis más avalada por la ciencia actual, no creo que eso sea motivo para menospreciarlos. Ni a ellos ni a sus creencias que, en este caso como decimos, más que creencias son hipótesis contrastadas con la realidad y confirmadas.
Llegados a este punto, vamos a distinguir entre creencias y creyentes. Los señores creyentes son seres humanos y, por tanto, respetables. La sagrada orden de la hamburguesa a mí, permítanme, me da mucha risa. Respeto infinito a quienes creen en lo que sea, en papa Noel, en las hadas de los cuentos, en que Maradona es de naturaleza divina, pero tendrán que disculparme si las historias que me cuentan me hacen gracia. Quienes las inventaron debían tener mucho sentido del humor y yo soy un ser humano con capacidad de asimilar la vena cómica de las historias y con todo el derecho a reírme de lo que me hace gracia. He dicho “de lo que me hace gracia”, con el pronombre en género neutro, es decir, “de las cosas que me hacen gracia”, nunca de las personas.
penitentes en procesión
Pero resulta que, igual que no tengo derecho a reírme “de los que no piensan como yo”, tampoco tengo derecho a denunciarlos, ni a faltarles al respeto, ni a divulgar sus comentarios si estos defienden sus creencias (ateas) y son, por tanto, legítimos. Mucho menos a condenarlos o encarcelarlos. Los señores ateos tienen el mismo derecho a que se respeten sus creencias que los señores creyentes. Y mofarse de una creencia ataca solo a la creencia, pero calumniar, divulgar contenido privado, procesar, imputar, condenar ataca directamente a la persona de carne y hueso. A esa que, según toda la legislación occidental aprobada en las convenciones internacionales tenemos el deber de respetar. El derecho a que se nos respete como personas es inviolable, aunque no creamos en seres fantasmales, aunque nos chanceemos de esos seres –no de quienes creen en ellos, que eso es cosa distinta–. Es cierto que las creencias de los no creyentes son mucho menos divertidas, pero da la casualidad de que la ciencia les da la razón y eso molesta infinito. Sin embargo, y por mucho que moleste, hay que recordar que también los ateos son personas.
Una cosa está clara. Los legisladores establecieron mecanismos de respeto a los creyentes porque, se suponía, estaban discriminados en relación con el resto. No invirtamos ahora las tornas y pensemos que los que no tienen una creencia de carácter sobrenatural merecen menos respeto. Hay que respetar a todos, creyentes y no creyentes, paisanos y foráneos, bebés y adultos, mujeres y hombres. A ver si empezamos a poner las cosas en su sitio y no hacemos demagogia descarada para arrimar el ascua a la sardina que más nos convenga en cada momento.
Mucho cuidado con no respetar a las personas. Si yo me mofase de una creencia, por mucho que moleste a sus catecúmenos, estos siempre quedan incólumes, mi burla no les perjudica en absoluto y, si tienen la piel especialmente fina, peor para ellos. En cambio, imputar, detener, juzgar, condenar o, simplemente, impedir la libre expresión de quienes piensan distinto es una persecución en toda regla. Se les expone en la prensa, se les difama, se pone en tela de juicio su honor, se ataca su dignidad, se les obliga a temer por su libertad, incluso se les puede privar de ella. Esto sí es un ataque, eso es no respetar a todos los creyentes. A los que creen que dios no existe, a los que creen que un dictador actuó de tal forma y tal otra, en una palabra, a los que no piensan lo mismo que los cerebros dominantes. Atacar la libertad de expresión significa atacar a la gente. Expresarse libremente es sinónimo de atacar puras ideas, y son esas las que se pueden atacar, incluso deben atacarse, para que circule el aire puro, se renueve la ideología y entre el oxígeno a raudales. Que últimamente huele ya mucho a rancio.

viernes, 5 de febrero de 2016

Don Rufo bufa: La guerra fría de los medios






En la primera mitad del siglo pasado tuvo lugar la guerra civil española. Nos lo han contado nuestros mayores y lo hemos leído en los libros de texto. Conocemos el proceso con más o menos detalle. Durante la segunda república, tuvo lugar un proceso electoral en el que ganó una alianza de inquierdas denominado Frente Popular y constituido por socialistas, comunistas y anarquistas. La derecha no podía consentir que el poder se le fuese de las manos aunque esto hubiese sucedido como consecuencia de un proceso democrático. Ellos solo aceptan el resultado de las urnas cuando le favorece directamente, a no ser que la formación ganadora no está demasiado alejada de sus esquemas garantizándole que sus fuerzas vivas seguirán pudiendo hacer y deshacer a su antojo, cometer las tropelías que se les antojen, colocar a los suyos al frente de las instituciones estratégicas y enriquecerse (todavía más) por cualquier medio a su alcance independientemente de su legalidad.Hoy día, existe otra coalición con posibilidades de repetir el mismo esquema. Y la respuesta es exactamente la misma. Pero el peligro de ahora no son las armas de fuego, las trincheras o las bombas. La historia se repite pero nunca de forma literal. Las armas de ahora son publicitarias tal como marcan los tiempos, se trata de un conflicto bélico que tiene a los medios de comunicación como escenario. Televisión, prensa, redes sociales compiten en el descrédito, el insulto, la desinformación, la demagogia de la forma más soez y vocinglera. La lucha es sin cuartel, sea en sus formas más burdas o más refinadas, su principal arsenal es la mentira. Hay que convencer al espectador – que, casualmente, es quien depositará su voto en la urna– de que el horizonte amenaza tormenta, de que la izquierda es un demonio devastador que destruirá la tranquilidad y la libertad de las buenas gentes, de los honrados trabajadores que intentan sobrevivir a esta crisis, programada y aprovechada por las grandes fortunas como cualquiera medianamente informado habrá deducido hace tiempo.

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A poco que nos descuidemos, se acabarán saliendo con la suya. Sigamos escuchando los cantos de sirena de todos esos supuestos periodistas –en realidad propagandistas a sueldo del poder– y naufragaremos en el más proceloso de los océanos. Un día se nos encenderá la luz y comprenderemos el juego que se traen, entonces recordaremos todas y cada una de las fases –batallas, victorias, nuevas escaramuzas– de la guerra que estamos soportando en este preciso momento, pero será demasiado tarde porque estaremos todos lívidos e inertes, sumergidos bajo el agua.

jueves, 15 de octubre de 2015

Don Rufo bufa: Reciclaje y desobediencia civil

No se me escapa que lo que voy a decir resultará políticamente incorrecto pero, seamos serios, ¿quién atenta contra el medio ambiente? ¿el sufrido ciudadano que se limita a utilizar lo que le venden o los que aprovechan la comercialización de los productos para generar envases a mansalva? Quien tenga la oportunidad de acudir a una galería comercial –el mercado de toda la vida– se ahorrará una buena cantidad de peso a la hora de la compra y, sobre todo, un volumen apreciable de residuos. Pero muchos barrios, y hasta localidades enteras, dependen de los autoservicios, donde se recubre innecesariamente todo lo que está a la venta, y con material no  biodegradable la mayor parte de las veces.

Es un negocio redondo. Quienes se encargan de comercializar los productos alimenticios los embalan con un celo excesivo porque les interesa producir ese excedente. No hay ninguna inocencia en ello. Ahora que el ciudadano está convencido de que debe separar los materiales, interesa incrementar los desechos exponencialmente para negociar con ellos hasta el infinito. No se engañen, cuanto más reciclamos más residuos se producen, así que en lugar de limpiar el ambiente lo que conseguimos es justo el efecto contrario. ¿Significa eso que debemos dejar de separar el vidrio del plástico? Por supuesto que no.

Hablando de vidrio, tengo un vecino que habla con sus botellas. En serio. Cada vez que sale con el carro repleto rumbo al contenedor verde se despide amorosamente de ellas. Su excusa, que como siempre son las mismas ha acabado por cogerles cariño. Y puedo asegurar que está en sus cabales. Solo se comporta así cuando alguno de nosotros aparece en el rellano, es su forma de expresar su descontento. Porque, piénsenlo bien, ¿les parece que no tiene razón mi vecino? ¿no es cierto que compramos la misma botella miles de veces?

Lo hacemos. Y nos pasamos la vida regalando esa botella entrañable a las empresas de reciclaje, que a su vez la vende con enormes beneficios… ¿a quién? A los fabricantes de botellas, por supuesto.

Es así de simple. Nosotros tiramos lo que sobra, alguien lo recoge (llevándose, de paso, un buen plus) para que llegue (casi) gratis a las manos adecuadas. Y nosotros pagando y pagando y volviendo a pagar.

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Lo que cuestiono no es el reciclaje en sí, sino la gratuidad del proceso precisamente en su punto más débil, nosotros. Es nuestro plástico, porque lo hemos pagado, pero cuando nos molestamos en devolverlo nadie nos da nada por él, ni por su valor como materia prima ni por el esfuerzo que supone clasificarlo, almacenarlo, trasladarlo y devolverlo. Sin embargo, quien lo recoge sí va lucrarse, y las manos a las que va a llegar nos lo venderá de nuevo obteniendo más ganancias por algo que le ha costado muy poco.

Porque los residuos no son solo una cuestión municipal, ese es el principio del proceso. De ahí que las modernas empresas de chatarra manejen cifras de vértigo. Como ven, aquí se forra todo el mundo menos el sufrido consumidor, que es quien lo cede todo, trabaja gratis y pierde de todas las formas posibles.

Antes de que empezase esta moda del reciclaje tal como lo entendemos –que no ha existido siempre aunque lo parezca– éramos infinitamente más ecológicos. Nadie recordará ya a los traperos, pero existían y pagaban por lo que recogían, el vidrio que sobraba en la casa se llevaba al bar y se recibían unas monedas a cambio, se cogían los puntos a las medias, nos pagaban por el viejo papel de periódico, las cacerolas que se estropeaban se llevaban a reparar. Más tarde, cuando se intentaba concienciar a la gente para que usase varios cubos de basura, mi ayuntamiento premió a un matrimonio con un viaje al trópico. Si se utiliza un incentivo así, pensé, esto del reciclaje debe ser un negocio mayúsculo. Alguien más debió darse cuenta de que era fácil llegar a esa conclusión porque no hubo más premios y a partir de entonces se empleó un argumento mucho más efectivo: la culpa.

En lo que concierne a la industria, no es posible volver a aquel estado de cosas porque estamos a años luz de la de entonces, pero si los productos domésticos son más o menos los mismos, la agresión medioambiental resultante podría ser muy parecida. Por un lado, no hay motivo para embalar más de la cuenta, por otro, lo lógico es que se retribuya a quien devuelve el material de desecho, sea del tipo que sea. De acuerdo, se trata de una cantidad ínfima, pero si contamos todos los envases que se utilizan en una sola vida y sumamos todas las vidas que consumen cartones, bolsas y botellas, obtendremos una cifra millonaria.

Hace falta romper el círculo vicioso. Si las empresas que comercian con ello tuviesen que pagar por todo lo que devolvemos tal como ocurría tiempo atrás, el asunto de los residuos dejaría de ser un sustancioso negocio y ya no habría razón para fabricar esa ingente cantidad de basura en potencia. Y lo que no existe no hace falta reciclarlo, un quehacer menos para el ciudadano de a pie.

¿Les parece un asunto complicado? No tiene por qué serlo. Casualmente, mientras pensaba cómo exponer mis ideas he descubierto que alguien más piensa como yo.


Quizá esa telepatía sea el síntoma de que algo está madurando en nosotros, que estamos dejando de asumir culpas ajenas, que podemos empezar a exigir.