
viernes, 2 de agosto de 2024
Lucrecia (Relato con anagnórisis)

lunes, 20 de mayo de 2024
No se puede vivir sin los pájaros (Relato costumbrista)
Antes vivía en una casita muy coqueta, con azotea y una terraza con vistas. Pero las vistas no eran lo mejor (y eso que al este, por debajo, había unos jardines preciosos y encima de ellos una hilera de montañas que cambiaba de color constantemente, y al sur un mar de tejados con el mar auténtico al fondo). Lo mejor eran los pájaros.
O uno en particular, con unos arpegios que para sí quisieran muchos cantantes. Ejercía de solista y solo actuaba cuando no encontraba competencia. Si sus colegas de otras especies iban de acá para allá soltando algún trino, el reservaba su garganta para cuando podía contar con un buen auditorio. No sé de qué especie era, ¿ruiseñor, calandria?, pero me hubiera gustado conocerlo. Habríamos hablado de lo mal que nos caían las gaviotas, esas pesadas que no paran de chillar, y sin el rumor de un océano que atenue sus voces son bastante inaguantables.
Mi pajarito preferido era como la cigarra de la fábula, se sabía con talento y gustaba de prodigarlo a su público. Lo imagino parado en una rama, estirando un poco el cuello para que su música se extendiese sin obstáculos por el parque y más allá.
Pero ya no vivo allí, me he mudado a una placita triangular, recoleta, con una columna en el centro encaramada a un pedestal y rematada por una cigüeña con un gran pico anaranjado. Debe ser, supongo yo, un homenaje a las aves. Esta plaza, aunque con menos vegetación que aquel parque, no tiene ni un rincón libre de árboles, bien frondosos por cierto, y está plagadita de pájaros. Y aunque echo de menos al artista, he de reconocer que estos, en conjunto y a su manera, también son entrañables. No necesito verlos para adivinar que se pasan el día trabajando. Su conversación es industriosa, colaborativa, todos rezan a un mismo son. No sé qué tejemanejes se traen, pero noto que se llevan bien y que están entregados a alguna tarea que varía según el momento. Estos nuevos vecinos, gorriones probablemente, desempeñarían el papel de la hormiga en el cuento. En una sociedad como la suya -tan diferente de la humana- nunca les faltará comida y cobijo.
Les escucho parlotear a todas las horas del día y son como la fuerza vital que dota de vigor a este rincón del mundo y a quienes lo habitamos. Sin ellos, el sol siempre presente, el verde de las hojas, los niños que salen a jugar a sus anchas y el pequeño obelisco central no serían capaces de otorgar a mi placita ese dinamismo suyo tan fuera de lo común.
viernes, 10 de mayo de 2024
Mi opinión sobre los rollos Suavelín (Relato humorístico)
Creo que tengo el deber de manifestar mi descontento. Hace unos dos meses coincidí con una señora en la Caja del super de mi barrio. Ella estaba guardando un paquete de papel higiénico en su bolsa y le pregunté si conocía y estaba satisfecha con esa marca, a lo que respondió que era alérgica al cloro que utilizan muchos fabricantes para blanquear el papel y que este le iba muy bien, solo le hacía unas pequeñas ronchitas que se aliviaban rápidamente con crema hidratante, no como los demás, que le producían un eczema general en la zona. Agradecida por la respuesta, comenté que mi problema era exactamente ese y que no había encontrado todavía nada que no me dejase el lugar en carne viva. La cajera que nos oyó apoyó la opinión de la clienta y explicó que ella no usa otra marca en su casa, sobre todo para los niños, que tienen la piel tan sensible. Además, nos recomendó coger un folleto del montón que había junto a la Caja donde, según dijo, se explicaba el proceso de fabricación, los materiales utilizados y se elogiaban las cualidades del producto final con todo detalle, incluso los efectos calmantes que se conseguían con su uso continuado. No contenta con eso, nos animó a consultar las reseñas que aparecen en sendas páginas, tanto la de Suavelín como la de la tienda.
A partir de ese momento, mi vecina y yo emprendimos una campaña recomendando su uso a todos nuestros conocidos, incluso a quienes encontrábamos frente al estante a punto de elegir un paquete. La noticia se extendió como la pólvora y a los pocos días todo el barrio utilizaba ese papel y ningún otro, tanto es así que el establecimiento se vio obligado a retirar el resto de marcas y a añadir un mueble adicional donde el papel higiénico Suavelín reinaba en todo su esplendor. Yo no lo supe hasta diez días más tarde, pues me había ido a pasar la Semana Santa a Benidorm, donde no pude encontrar el dichoso producto y tuve que sufrir las incomodidades de la marca que facilitaba el hotel donde me alojé. Al volver, me fui directa al cuarto de baño, ilusionada como una niña, esperando encontrar el ansiado tacto aterciopelado que tanto habían elogiado la cajera y un sinfín de clientes satisfechos en la página web correspondiente. Pero aquello parecía papel de lija, empecé a sangrar a borbotones y tuve que llamar al servicio de urgencias para que mandase una ambulancia porque el dolor era tan agudo que no podía ni moverme. Cuando llegué a casa encontré a toda mi familia dolorida y tomando analgésicos ya que no tuve tiempo de avisarles. Pero solo al bajar a la calle y ver las caras de dolor de los transeúntes fui consciente de las dimensiones que había alcanzado la tragedia. A todos se les saltaban las lágrimas y se esforzaban en no poner la mano en el sitio afectado, ya que hacerlo en público habría resultado de mal gusto.
Pongo en su conocimiento los hechos, así como el nombre del local donde se han vendido esos rollos a centenares dejando a todos sus usuarios medio lisiados o al menos con enormes molestias cuando no peligrosas hemorragias, como fue mi caso tal como indico más arriba. Se trata del centro comercial SuperAhorro, sito en la calle Almirante Culín, 22, (65008). Muchas gracias.
lunes, 13 de febrero de 2023
Cómo insinuarse con elegancia (Relato verídico)
![]() |
Los jugadores de cartas - Fernando Botero (1996) |
-
Somos los de los veinticinco cubiertos.
-
Bien, señora, vayan pasando, ¿han venido todos?
-
Se ha añadido uno más, ¿les supone un problema?
-
En absoluto. Acomódense en el saloncito del fondo, ahora les traigo la
silla que falta.
-
Se está bien aquí, calentito.
-
Después de la que nos ha caído encima.
-
Yo tengo los pies chorreando.
-
Pues se te van a secar rápido, yo me voy a quitar la chaqueta.
-
¿Tan pronto? A mí el abrigo todavía no me sobra.
-
¡Friolera!
-
Sí, soy de sangre caliente. Espera, Carmen, ¿puedes cambiarme el sitio? Es
que aquí en la esquina me voy a quedar helada.
-
Sí, pasa. Pero no digas que hace frío, si se está de maravilla aquí.
-
Señorita, perdone. ¿Necesita algo?
-
No, nada, ya me siento. Es que traía mucho frío de la calle, estoo… ¿cómo
te llamas?
-
Yo Julia ¿y tú?
-
Aurora. ¡Qué interesante la conferencia!
-
¿Lo dices porque estoy yo delante?
-
Ja ja, Raúl, no sabes cuánto te admiro, he tenido que sobornar a un
compañero para que me cediera su puesto porque me había quedado sin plaza. He
leído todos tus libros y…
-
¿Qué vamos a comer?
-
Para mí el menú del día, gracias.
-
¿Todos queréis el menú?
-
Yo sí.
-
Yo también.
-
Que levante la mano el que quiera otra cosa. Tres, vale.
-
Para mí, pizza cuatro estaciones.
-
Yo una ensalada César.
-
Yo unos huevos rotos con torreznos y ración extra de patatas.
-
¿Te pasa algo, Aurora?
-
Perdona, es que aún no acabo de creérmelo.
-
¿El qué?
-
Estar aquí, hablando contigo, haber podido escucharte durante tres horas. Para
mí es un sueño cumplido.
-
¡Vaya! Me abrumas.
-
Por curiosidad, ¡dónde estudiaste?
-
Dejemos de hablar de mí, ¿no os parece? Hemos venido a relajarnos.
-
Sí, la charla ha sido muy densa.
-
Yo he cogido apuntes.
-
Además, puedes leer su biografía en google, seguro que ahí lo pone todo.
-
¿Alguien quiere vino?
-
Yo una cerveza.
-
Yo un agua sin gas.
-
Cinco botellas de tinto de la casa, por favor.
-
¿Te estás poniendo colorado?
-
Aurora, deja en paz al profesor.
-
Es que es impresionante que a su edad haya llegado tan lejos.
-
Tampoco soy tan joven, ni os doy clase en realidad.
-
¿Cuántos años tienes?
-
Aurora…
-
¿Qué pasa? ¿Es un secreto?
-
No, tengo treinta y cinco.
-
Un niño, lo que yo decía. Te llevo siete.
-
Quién lo diría.
-
Lo sé, nadie me echa más de treinta.
-
Come y calla, aquí tienes tu plato.
-
Matilde, ¡qué pesada eres!
-
Quien bien te quiere…
-
Y dónde hay confianza…
-
Veo que estáis muy refraneras.
-
¿Sigues teniendo frío?
-
Manos frías, corazón caliente.
-
Después de escuchar al profe, los tópicos dan un
poco de bochorno.
-
Los refranes son sabiduría popular, ¿a que sí Raúl?
-
Yo en eso soy neutral, cada uno que hable como
quiera.
-
Las que somos ignorantes tenemos que aprender de
los sabios.
-
¿Alguien quiere postre?
-
Yo sí, pero un postre muy especial.
-
¡Aurora!
-
¿Qué pasa? Lo que de verdad me apetece es el dulce
de moka de mi madre.
-
Con permiso. Mónica ¿es tuyo este paraguas?
-
Sí, ya debe estar seco. Perdona que lo haya
puesto en medio pero no había otro sitio.
-
No importa.
-
Es que su madre es pastelera.
-
Y yo he anotado las frases de Raúl que pueden
servirnos para el marketing.
-
¿Para eso has venido?
-
¡Claro! Papá me ha nombrado relaciones públicas
de la casa y estoy redactando los folletos. Nada mejor que esas sentencias
lapidarias aplicadas a un sector completamente distinto.
-
Menos mal que se ha ido al lavabo.
-
¿Y eso no es plagio?
-
No tiene por qué enterarse, ¿o hay algún chivato
por aquí?
-
Yo hubiera jurado que estabas ligando.
-
¿Tú no puedes hacer dos cosas a la vez?
-
Pues no parecía muy interesado.
-
¡Ja! dame tiempo.
lunes, 6 de febrero de 2023
A solas (Relato egocéntrico)
![]() |
El Reflejo del Cuerpo - Tom Araya (2005) . Técnica mixta |
Se acababa de cortar la melena según la última moda, con flequillo y a capas, algunos mechones se le escapaban de la coronilla y saltaban por su cuenta cada vez que apresuraba el paso. La escuela universitaria estaba a un tiro de piedra, en la estrecha calle paralela a Santa Engracia, solo tenía que doblar la esquina y recorrer apenas una manzana de edificios. Estaba decidiendo de qué se compraría el bocata para tomar a la hora del recreo, le apetecían unos calamares fritos pero se enfriaban enseguida y así, blandos, resultaban incomibles. Su amiga Fuencisla tenía permiso para llegar más tarde, quizá podría llevárselos ella si le llegaba el mensaje a tiempo. No era agradable que no les dejasen salir en toda la mañana, pero los padres así lo habían decidido en la última reunión y no había nada más que hablar. No veía el momento de ser adulta, una señora con hijos que trabaja y es independiente como la madre de... Entonces la vio. Estaban frente a frente, a solo un par de metros y ninguna podía creerse lo que estaba pasando.
- ¿Rebeca?
- ¡Oh, dios mío. ¿Eres tú? Quiero decir:
soy.
- Esto no puede ser verdad, estoy soñando.
- Rebe, escúchame, no creo que esto sea un
sueño, las dos estamos despiertas, mejor dicho, yo lo estoy... No sé, creo que
estoy sufriendo un espejismo.
- ¿Estoy loca? ¿Cómo si no puedo hablar
conmigo misma?
- Yo estoy loca, puedo imaginarte porque
ya te conozco. Tú a mí, en cambio no, sé que no existes y estoy hablando
contigo. Es preocupante esto.
- Cuando he salido de casa todo el mundo
dormía, ayer tuve una bronca con Maribel porque no quiero que se ponga mis
camisas, mamá...
- Todo eso no prueba nada, son cosas que
recuerdo perfectamente porque las he vivido antes.
- ¿Cuántos años tengo?
- Fácil, diecisiete.
- ¿Y tú?
- Lo siento, no soy capaz de recordarlo.
- ¿Ves? El espejismo eres tú, no yo. ¿Cómo te vas a acordar de lo que pasó hace mil años y no de lo que estás
viviendo ahora mismo?
- Es extraño, sí, pero puedo asegurarte
que la real soy yo, me debo haber dado un golpe en la cabeza.
- Yo, en cambio, estoy empezando a creérmelo.
- ¡Claro! Porque eres joven y crédula,
cuando llegues a mi edad…
- ¡Vaya! ¿Conmigo presumes de sabihonda?
- Conmigo misma, en realidad. Estoy
haciendo recuento de mi vida, no creo que esté hablando con nadie.
- Muy bien. Ahora mira a tu alrededor.
- ¡Madre mía! Ha desaparecido la calle.
- ¿Ves? Alguien nos ha subido a una nube
para que podamos hablar tranquilamente.
- Recuerdo esos pantalones, también el
corte de pelo, en cambio la camiseta...
- Nos tocó en la feria, en una tómbola, y
en cuanto me la encuentro planchada me la pongo. ¿Cómo puedes no acordarte con
lo que me gusta y lo bien que me sienta?
- Creo que recuerdo algo.
- ¿Engordaste?
- Puede...
- Vamos, ¿dejaste de ponértela porque no
te valía o fue por otra cosa?
- Fue por eso, pero también se estropeó.
- ¿Algún sabotaje?
- Para nada, nuestros hermanos no son tan
malvados como piensas.
- ¡Venga! ¿Me lo vas a contar o no?
- Ahora estoy sintiendo una especie de
amnesia.
- ¡Venga ya! Antes no mentías tan
descaradamente.
- Es cierto, Rebe. Se me ha borrado todo
lo que ha pasado hasta hoy, es decir, hasta el preciso día que tú estás
viviendo. Pero recuerdo lo de la camiseta.
- ¿Qué pasó con ella?
- La quemaste, con la plancha.
- ¡Ah! Jaja, esa fue otra, una con rayas
naranjas que nos regaló Alejandro. Va a ser verdad que no te acuerdas.
- ¿Alejandro?
. ¡Claro! Mi novio. ¿Por qué pones esa
cara? ¿Tampoco te acuerdas de él?
- Tengo una vaga idea de su cara, pero el
nombre...
- Una vaga idea dice, pues sí que me he
vuelto pedante. Entonces ya no estás con él, deduzco. ¿Ves? Yo también se
hablar bien cuando me pongo.
- Rebe, créeme. No puedo contarte nada,
aunque me gustaría. Algo se ha borrado en mi cabeza.
- ¿Algo?
- Más bien todo, es como si me hubiesen
pasado una esponja.
- ¿No me puedes decir si te has casado, si
tienes niños, a qué te dedicas? Sería estupendo saberlo.
- Yo creo que no, la naturaleza es sabia,
no estamos aquí para que yo desvele tu futuro, debe de haber otra razón.
- Por lo menos sé qué aspecto voy a tener.
- O no. Todo depende de la vida que
lleves.
- ¿Sabes qué te digo? No molas nada y no
quiero convertirme en esto.
- Crees que lo sabes todo, ¿verdad?
- Creo que sé lo que sé.
- No lo sabes, solo lo supones. Fíate
menos de ti y todavía menos de los que intentan convencerte de algo.
- ¿Te refieres a la gente de mi edad?
- Básicamente.
- Pero sí me tengo que fiar de los
mayores, empezando por ti, o sea por mí cuando tenga tus años. Mira, te has
vuelto tan rancia como todos y tengo claro que no quiero parecerme a lo que estoy viendo.
- Pues no hagas caso de lo que te digo y
lo conseguirás. Aunque no respondo de tu futuro.
- Tú no eres quién...
- Pero, Rebe ¿te estás oyendo? Si yo no
soy quién ¿alguna vez vas a escuchar a alguien sensato? ¿No eres capaz de hacer
caso ni a ti misma?
- ¿Me estás llamando niñata?
- Me lo estoy llamando a la que era yo a
tu edad. ¿Algún problema?
- Al menos dime cuántos años tienes.
- Te he contestado que no tengo ni idea.
¿Me vas a insultar por eso?
- Este encuentro debe significar algo.
- Sí, y creo que entiendo de qué va: estoy
aquí para advertirte. La vida te ha dado esta oportunidad y deberías
agradecérselo.
- Ya lo pillo. No nos hemos conocido para
que sepa cómo va a ser mi futuro sino para que tú me des la turra.
- Exacto.
- Pues ¡venga! Estoy dispuesta a
escucharte.
- Ya lo he hecho, no me queda nada por
decir.
- ¿De verdad? ¿Qué pasa? ¿Adónde vas ahora? Joder, estoy aquí parada hablando sola y el semáforo ya se ha puesto en verde. Esta mañana no quiero hablar con nadie, será mejor que me compre el bocadillo yo misma.