miércoles, 30 de diciembre de 2015

Leído en 2015

NOVELA

El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer 9
La razón del mal de Rafael Argullol 6
La berlina de Prim de Ian Gibson 5
La cabeza de la hidra de Carlos Fuentes 7
La piel fría de Albert Sánchez Piñol 5
Los reconocimientos de William Gaddis 10
Una novela de barrio de Francisco González Ledesma 4
Abril rojo de Santiago Rocangliolo 9
Edén de Stanislaw Lem 7
El año del diluvio de Eduardo Mendoza 6
Una ventana al norte de Álvaro Pombo 8
La nieta del señor Linh de Philippe Claudel 6
Las tribulaciones del estudiante Torless de Robert Musil 9
El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite 7
Los desposeídos de Ursula K. Le Guin 6
Diana o la cazadora solitaria de Carlos Fuentes 5
La tierra de los abetos puntiagudos de Sarah Orne Jewett 7
Jill de Philip Larkin 9
No está solo de Sandrone Dazieri 5
1914, El asesinato de Sarajevo de Eladi Romero García 3
Vestido de novia de Pierre Lemaitre 7
El corazón es un corazón solitario de Carson McCullers 9

RELATO
Extinción de David Foster Wallace 9
Los niños tontos de Ana María Matute 7

ARTÍCULOS
El azul relativo de Andrés Trapiello 8

MEMORIAS
La escritura o la vida de Jorge Semprún 7

ENSAYO
La insensatez de los necios de Robert Trivers 9
Salir de la sociedad de consumo de Serge Latouche 9

viernes, 25 de diciembre de 2015

Agnósticos y ateos

Según parece, una proporción considerable de habitantes del planeta no sienten ninguna necesidad de elaborar una ideología propia, coherente y en consonancia con sus actos. Nacemos en un determinado ambiente, somos bautizados antes de tener conciencia de lo que ocurre, desde la más tierna edad se nos inculcan unas creencias. Y tiramos de ellas por la vida como se arrastra un carro. Es cierto que algunos reniegan de ellas y otros las abrazan con pasión, pero lo habitual es que se asuman resignadamente, como si se tratase de una herencia imposible de eludir. Iba a decir que nunca he comprendido esta postura, pero, intelectualmente, desde la distancia del que observa y saca conclusiones, puede que la entienda más de lo que me gustaría. Es la más cómoda de todas y revela, además, cierto infantilismo, quienes la adoptan se mueven por objetivos meramente prácticos o porque alguien o algo les obliga a actuar.
La honestidad intelectual, en cambio, no es requisito exigible para obtener gratificación de ninguna clase. Encontramos así a miles de ciudadanos que se proclaman católicos solo por haber sido bautizados cuando eran bebés, sin plantearse nunca cuestiones filosóficas, éticas, ni siquiera históricas o científicas. Actúan, pues, sin criterio que guíe sus actos. Son como clones, piensan todos igual, según vaya el aire. Ahora toca opinar esto, mañana lo contrario. Y ni siquiera son conscientes. Creen pertenecer a un credo aunque no se refleje en su conducta. Y, a modo de explicación, adoptan todos la misma muletilla: “es que no soy practicante”. ¿Qué significa eso?  ¡Habrase visto pretexto más absurdo! Una creencia se traduce en una forma de vida, en un conjunto de actos, en un compromiso ético. Y nadie que se mantenga al margen puede considerarse creyente.
“No satisfecho con la prohibición de comer del fruto prohibido, Dios no cesó de manifestarse mediante interdicciones. Las religiones monoteístas no viven sino de prescripciones y de exhortaciones: hacer y no hacer, decir y no decir, pensar y no pensar, actuar y no actuar… Prohibido y autorizado, lícito e ilícito, aprobado y desaprobado, los textos religiosos abundan en codificaciones existenciales, alimentarias, de comportamiento, rituales y otras… (*)
Bartolomé Esteban Murillo - La adoración de los pastores - 1668

Pero ocurre justamente al contrario. Quienes se proclaman ateos han tenido que interrogarse a sí mismos, adoptar una visión del mundo y ajustar a ella su forma de actuar. Después de un proceso tan personal e iconoclasta es casi imposible no asumir criterios éticos propios y actuar en consecuencia. Habría que preguntarse en qué consiste ser ateo. No basta con proclamar que dios no existe pues si nos preguntamos sobre las fronteras con el agnosticismo la cosa se complica.
“Jesus existió, sin duda, como Ulises y Zaratrustra, de quienes importa poco saber si estos vivieron físicamente, en carne y hueso, en un tiempo dado y en un lugar específico. La existencia de Jesús no ha sido verificada históricamente. Ningún documento de la época, ninguna prueba arqueológica ni ninguna certeza permite llegar a la conclusión, hoy en día, de que hubo una presencia real que mediara entre dos mundos y que invalidara uno nombrando al otro.” (*)
Para algunos, un agnóstico es alguien que aún no ha conseguido traspasar la frontera de la no creencia y mantiene una postura ambigua. Para mí esto podría denominarse espiritualismo, panteísmo o algo similar. Un agnóstico no cree en ningún dios ni en mundos espirituales de ningún tipo, considera que cualquier creencia ha sido inventada por los hombres en algún momento de la historia, está seguro de que no existe otra vida después de esta, le consta que nadie ni nada está pendiente de nuestras bondades o maldades, que no habrá premios ni castigos en una eternidad inexistente.
“Frente a la plétora de verdades contradichas por otras tantas antífrasis, ante el desorden de ese taller metafísico en el que todas las afirmaciones cuentan con su respectiva negación, algunos quieren justificar la lógica de sus propias selecciones… Uno propone un islam moderado, otro un islam fundamentalista… Pues no hay verdad en el Corán o lectura única, solo interpretaciones fragmentarias, comprometidas desde el punto de vista ideológico, para sacar provecho personal de la autoridad del libro y de la religión.” (*)
El agnosticismo cuenta con que a la ciencia le queda aún un gran camino por recorrer pero no ignora que nunca descubrirá ni la punta del iceberg de lo que existe, porque nuestra mente e instrumental son mucho más limitados de lo que podremos concebir nunca.


(*) Tratado de ateología. Física de la metafísica. Michael Onfray, Editorial Anagrama – Colección Compactos

lunes, 30 de noviembre de 2015

Romper con todo

Pierre-Auguste Renoir

Esa misma mañana pronunciará el "sí, quiero", con el sol de este extraño noviembre colándose, resplandeciente y cálido, por las vidrieras de la capilla. Se comprometerá a vivir con ese hombre hasta que la muerte les separe, recitará todos los votos imaginables. Esa noche se montará en el avión que, tras dos escalas de varias horas, les depositará en Australia. Miguel se reía cuando lo decidieron:
-Ya puestos a viajar, ¿para qué nos vamos a ir a Palencia?
-Si pudiésemos excavar un tunel largo, largo, con un taladro gigantesco -le explica ella a Ana, su hija- y viajar por el interior de la Tierra, llegaríamos a...
-¿A Melbourne?
-No exactamente. -Siempre le ha fascinado esa ausencia de asombro, esa disposición a suponer que todo es posible. Le recuerda a ella misma a los siete años- Pero si nadásemos unas cuantas horas atravesaríamos este cachito de mapa y...
-Casi sería mejor que fuésemos en globo, saldríamos en Sydney. -supone pensativa- ¿Se puede viajar en globo hasta allí?
No le dice que no, ¿para qué? Sería una crueldad arrebatarle la ilusión ahora. Dentro de poco estudiará geografía, entonces se le caerá ese velo compuesto de fantasía y hambre de aventuras.
Vuelve la vista. Allá dentro todo parece oscuro, como una cueva, solo los chupones de la lámpara reflejan cada rayo de sol con una arco iris danzante. Esos brillos le recuerdan a su infancia. El aparador estaba en el rincón de enfrente y al lado, junto al marco de la puerta, el severo teléfono negro pegado a la pared. "Cierra la puerta que se escapa el gato", le decían. Pero no había gato en aquella casa y su ingenuidad la obligaba a perseguirlo por debajo de los muebles. Ya no hay teléfono negro. Ni tarima de madera atravesada por los rodales del triciclo. Hace mucho que no juegan a la brisca, desde que alguien tiró aquel mantel de hule de un blanco amarillento y un rojo tan descolorido que casi parece naranja. Detrás de la cristalera se adivina una sombra masculina, pero no es el padre, que viene a cargarla en sus hombros sino el novio, el flamante novio que ese día no va a desayunar.
-Venga. ¿Estáis preparadas?
-¿Para qué? ¿Para irme a Australia o para casarme?
-Elvira, no bromees con eso.
-No. Si me puedo ir sin tenerlo asumido. Es que está tan lejos aquel dichoso continente...
La niña sale corriendo y se tumba en la hamaca de golpe cerrando las puertas a tanta indecisión. Miguel se impacienta. O lo finge.
-Ya es un poco tarde para ponernos dramáticos, además, ¿no somos nosotros tu país? 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El lobo-hombre y dios


Gustave Klimt - Death and Life (1916)

Hablemos de luchas por el poder más que de guerras de religión. Y el poder se impone con terror, de otra forma habría que convencer a los potenciales dominados, y no parece viable que ningún país se coloque bajo yugos espurios por voluntad propia.
Pero el poder es una cosa y sus ejecutores otra. Escucho constantemente que es muy difícil combatir a quien no tiene ningún problema en inmolarse. Existe una falacia en esa afirmación, pues quienes se inmolan no son el origen, mucho más atrás hay un foco muy potente que es quien les lava el cerebro con argumentos religiosos y quien les envía a una muerte segura. Es decir, la raíz del asunto se encuentra más allá, en esos responsables refugiados en la lejanía, el anonimato y un espacio seguro y honorable. Estos, en caso de peligro, claro que tendrían miedo a morir. Y a ellos hay que dirigir nuestras miradas. Quienes tengan la responsabilidad y el poder necesarios deben estudiar sus movimientos, cortar sus fuentes de financiación, lograr en lo posible que sientan el peso de la justicia internacional. No hay acción más efectiva que cortarles las alas.
Aún así, mientras la ignorancia y la miseria campen a sus anchas por oriente y occidente siempre habrá cabezas de turco para utilizar interesadamente. Solo ilustrando a esas personas vulnerables suprimiremos su vulnerabilidad. Solo facilitándoles algo parecido a una existencia acomodada conseguiremos que tengan algo que perder. Hace unos siglos también aquí nos lanzábamos a luchar con entusiasmo, el que vive a salto de mata está mucho más dispuesto a morir por la causa que sea, la solución pasa por suministrar una cantidad suficiente de confort y bienestar, de aprecio por los placeres de la vida, de reconocimiento de la propia dignidad y respeto por la ajena para que el caudal de los dispuestos a inmolarse disminuya drásticamente. Y esto solo se consigue disminuyendo las desigualdades económicas. Si falta la convicción de que estamos ante una causa justa actuemos por puro y simple egoísmo: para no sentirnos amenazados ahora o más tarde.
En cuanto a la ignorancia, no se trata solo de democratizar la cultura, además tanto respeto por el hecho religioso me parece una exageración. Cuando la lógica y la ciencia han demostrado que las creencias surgen de la mente humana y que de existir algo insospechable no tendría nada que ver con lo espiritual ni con la moral ni con la otra vida sino con realidades puramente materiales, aunque imposibles de demostrar con los actuales instrumentos científicos. Ya es hora de que consideremos las creencias una cuestión subjetiva, cuyas prácticas todo el mundo tiene derecho a realizar en público o en privado, pero que no es recomendable alentar pues la posibilidad objetiva de que esas doctrinas posean una base real es inexistente. No nos engañemos, la única explicación para tanta tolerancia es eliminar de cuajo las consabidas preguntas incómodas manteniendo así sometida a una multitud de individuos. Fomentar el oscurantismo a grupos enteros les impide rebelarse y es la garantía de que el poder dictatorial siga perpetuándose.
Hace falta explicar desde la escuela que los fundamentos religiosos no se sostienen ni mental ni experimentalmente. Tolerar no es fomentar: la libertad de creencias, la no persecución no impide señalar que están equivocados. La actual situación no es solo tolerante, también da a entender que, de alguna manera, los creyentes están en lo cierto.
Frida Khalo
(Entronizarse a uno mismo)

Un saludable realismo produciría sociedades más igualitarias, implantaría democracias auténticas y no esa suerte de remedo en el que vivimos hoy. Y, por encima de todo, impediría que ciertos caudillos se erigiesen en los mensajeros de dios en la tierra, en los únicos facultados para interpretar consignas que nadie puede escuchar, porque eso significa otorgar un poder infinito –el que se supone que merece la deidad– a seres tan humanos, tan susceptibles de corromperse y abusar, tan colmados de defectos, vicios y ambiciones como cualquier hijo de vecino.
Si alguna vez conseguimos convencer a cada ser humano de que es él quien debe ocupar el trono pues no existen fuerzas invisibles sobrevolándonos, que no debe temer a fuerzas sobrenaturales ya que más allá de la naturaleza no hay absolutamente nada, que lo que debe evitar es el hambre, las inclemencias del tiempo, la barbarie, el pillaje o el abuso de quienes ponen sus peores instintos en marcha, este mundo será mil veces más habitable.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Mar o mármol

Cuando amanece entre brumas, sin vientos ni mareas, ¿alguien se ha fijado en el mar? Es como una lápida.
Una superficie veteada, infinita, campo de batalla que oculta sus trofeos bajo una masa de agua indiferente.
¿Es cómplice el océano que inunda barcos atestados, lo es la arena que sepulta esos cuerpos?
No son de mármol todas las tumbas.
Absolvamos al mar y a los campos porque rezuman inocencia, a los alimentos pues no son culpables del hambre de los pueblos y a las armas porque no se fabrican a sí mismas.
El hombre lobo está en París. En Siria. En Arabia Saudí. En Washington. Cualquier rincón es bueno para él.
Un camposanto infinito se extiende por oriente y occidente. Y tan verdugo es  el compulsivo acumulador de riquezas como el que decide comprar y dispersar las bombas en algún punto concreto del planeta, ese que más conviene a su bolsillo.
Solo las víctimas son asesinadas, unas a la fuerza, otras convencidas de hacerlo por propia voluntad. El que sale a cenar, a escuchar un concierto o al cine y acto seguido se convierte en rehén o en palpitantes restos que albergan aún sueños felices; el que se tienta la cartuchera con manos temblorosas por el pánico, el odio, la miseria, el fanatismo inducido, la ignorancia; los que, seducidos por engañosos cantos de tritones, se hunden en el cieno abisal del Mare Nostrum; los que atraviesan caminos y tierras de labor, o languidecen esperando un ferrocarril que no arrancará nunca, sucios, exhaustos, ateridos, con la conciencia intranquila por haberse dejado estafar a costa del pan de sus niños.
Amanece y somos muchos menos. Menos jóvenes viviendo en París por culpa de las bombas, menor censo en los campamentos por culpa de hambre, plagas, clima inmisericorde, menos nómadas atravesando Europa por culpa del hambre y la fatiga, menos desembarcados en las costas mediterráneas por culpa de la tempestad y del hambre.
Y la tragedia se perpetuará por los siglos siempre que el privilegiado siga designando como "esa gente" al pobre que nació allá lejos –sea inmigrante, refugiado o ciudadano de un país cuyas costumbres es incapaz de entender– e incluya en un tranquilizador "nosotros" a aquellos que, refugiados (en este caso de élite) en cómodos, lujosos y protectores despachos, pulsan el botón que inicia la batalla. Sean dirigentes que envían drones y misiles, caudillos que producen autoinmolaciones en cadena, fabricantes de armas –masivas o no– perpetuados en el poder por décadas gracias a sus mafiosas tácticas o especímenes de cualquier calaña dedicados a esparcir dolor.
Un océano de lágrimas, extenso pero no tanto, se extiende entre un confín y otro. Para salvarlo a nado no hacen falta más que un par de brazos vigorosos, sólidas cabezas a prueba de insidias y una mano tendida al inocente, de aquí o de cualquier lugar el mundo.

viernes, 30 de octubre de 2015

¡No me quieras tanto! (Relato infantil)

Tenía seis años, el pelo muy negro y llevaba un chupete entre los dientes. Habíamos reducido la velocidad, no sé por qué, y desde mi ventanilla lo vi, sucio de barro, con el cuello vuelto hacia los coches de atrás. Golpeé el cristal con las uñas.

Mi padre frenó en seco. Mamá nos riñó a los dos:

-¿Ahora qué pasa? ¿Sois bobos o qué? ¿No veis que podíamos haber provocado un accidente en cadena?

Las regañinas de mamá eran así siempre, entre signos de interrogación, tan obvias que ni siquiera la oíamos.

-Mira, ese perrito...

La carretera estaba casi vacía. Aparcamos en el arcén.

-Ni se os ocurra recogerlo, a saber lo que llevará encima.

Mi padre se acercó pensativo, le acarició el cuello, era evidente que dudaba.

-Parece sano. Y muy dócil, ¿verdad?

El perro lo miraba como si le diese la razón.

-Si quieres perro, mejor te compramos un cachorro. Lo crías y te querrá siempre, este en cambio...

Puse morro y fruncí el ceño, era un recurso que no fallaba nunca.

El veterinario confirmó su buen estado de salud, nos informó de la edad, hizo recomendaciones que me importaban poco. Le compramos un ajuar, entró en casa sacudiendo las orejas.

Pasamos todos la noche en vela, Canuto arañaba la puerta de mi cuarto, aulló hasta el amanecer. Ya no volvió a quedarse en el pasillo.

Tampoco consentía que saliese yo. En cuanto me veía coger la cartera, mordía la falda del uniforme. Luego lloraba y lloraba hasta mi vuelta.

-¡Angustia de perro! Nos está haciendo la vida imposible.

Con los ojos nos decíamos que mamá tenía razón, aunque doliese.

Lo de la fiesta se le ocurrió a ella. "Por el comienzo del curso, dijo. O por lo que sea, no hace falta un motivo para invitar a los amigos del cole."

No sé si tenía un plan o solo quería distraerse. El primero que llegó fue Carlitos, tan soso como siempre, sosteniendo su caja de rosquillas como si fuese una bandeja. Algunos venían juntos, traían a primos y hermanos, casi todos llevaban algo: caramelos, tebeos, un parchís para jugar en la alfombra... Nos abrazamos y chillamos contentos de vernos otra vez. Canuto no apareció en toda la tarde.

Nunca volvimos a verle, se llevó su chupete azul.

domingo, 25 de octubre de 2015

El coro (Boychoir) - 2014






Me quedé pensando cuando salía del cine. A ratos en voz alta, para contener un poco el aluvión de entusiasmo que se elevaba aquí y allá.

De acuerdo, no lo he pasado mal viendo esto. ¿Y qué? Su factura es impecable pero yo al arte le pido otra cosa, algo más personal, fruto del genio que echa a volar de repente. Porque, seamos serios, para ver algo así, ni siquiera haría falta salir de casa: no aporta ninguna novedad formal ni estructural, ni relata nada que no hayamos presenciado ya miles de veces. Me refiero a los mínimamente cinéfilos, claro.

(…)

Como digo, un producto comercial bien ejecutado. Pero no puede ser más previsible, roza la sensiblería, acaba bien sin ninguna justificación, forzando todos los esquemas previos. Su argumento es bastante plano, los protagonistas acaparan la acción hasta tal punto que todo lo demás ocupa un nivel anecdótico.

(…)

No me digáis que eso también sucedía en Whiplash porque no voy a consentir que se comparen dos ejecuciones fílmicas tan indiscutiblemente opuestas. Aquella era una obra maestra, el enfrentamiento de David y Goliat, todo lo demás resultaba accesorio. En El coro se abordan otros asuntos, se implica a otros personajes, sí, pero con tan poco fundamento que la verosimilitud sale muy maltrecha. A mí me recuerda más a Los chicos del coro, mucho mejor construida pero también con excesivas reminiscencias. Cuando se pretende explotar un filón, mal asunto para el arte.

(…)

Por supuesto. El maniqueísmo es tan evidente que resulta intolerable. En la vida hay zonas en penumbra, diversas tonalidades del gris. Casi nunca encontramos lo ético teñido de blanco o negro, sin mezcla.

(…)

Y no olvidéis a los personajes. Ya desde el primer momento, no nos cabe duda de que le guión favorecerá al divo, que en este caso es Hoffman. De ahí que el argumentario del resto de personajes esté condenado al fracaso. El espectador lo sabe, por tanto, se le niega cualquier clase de tensión argumental. Y esos compañeros sin personalidad destacable, que ejercen casi en bloque un tímido papel de malvados solo para forzar al espectador a ponerse de parte de Stet.

(…)

Resultado de imagen de boychoir pelicula el padreEl actor que lo representa no lo hace mal del todo, es verdad. Pero, ¿por qué elegir a un chico tan guapo? No haría ninguna falta. Y, sobre todo, ¿por qué tiene razón el que mejor canta? O ¿por qué canta mejor que nadie el que tiene la razón? Ya digo, puro producto de masas disfrazado de cine de autor.

(…)

¿Habláis del antagonista? ¡Pobrecillo! Le caracterizan como un ser antipático y sin gracia, condenado a ser el malo de la peli solo por cantar casi tan bien como Stet. Que, por cierto, se vuelve bueno de forma milagrosa, otra vez por exigencias del guión.

(…)

Claro que salvaría algo. Sin ninguna duda, a Dustin Hoffman. Es más, su interpretación –inconmensurable– dignifica la película entera si eso fuese posible. Pero es que gran parte de su carrera consiste precisamente en eso, sus interpretaciones son tan maravillosamente convincentes, su figura brilla con tal fuerza, que producto donde él aparece, producto que se eleva casi por arte de magia. De la magia de una soberbia actuación.


Año: 2014
Nacionalidad: EE.UU.
Director: Francois Girardi
Reparto: Garrett Wareing, Dustin Hoffman , Kathy Bates, Eddie Izzard, Kevin McHale, Josh Lucas, Debra Winger, River Alexander, Erica Piccinnini, Grant Venable, Mackenzie Wareing, Jordan Fargo
Guion: Ben Ripley
Música:  Brian Byrne
Fotografía: David Franco
Género: Drama
Idioma: Inglés
Duración:  106 minutos

jueves, 15 de octubre de 2015

Don Rufo bufa: Reciclaje y desobediencia civil

No se me escapa que lo que voy a decir resultará políticamente incorrecto pero, seamos serios, ¿quién atenta contra el medio ambiente? ¿el sufrido ciudadano que se limita a utilizar lo que le venden o los que aprovechan la comercialización de los productos para generar envases a mansalva? Quien tenga la oportunidad de acudir a una galería comercial –el mercado de toda la vida– se ahorrará una buena cantidad de peso a la hora de la compra y, sobre todo, un volumen apreciable de residuos. Pero muchos barrios, y hasta localidades enteras, dependen de los autoservicios, donde se recubre innecesariamente todo lo que está a la venta, y con material no  biodegradable la mayor parte de las veces.

Es un negocio redondo. Quienes se encargan de comercializar los productos alimenticios los embalan con un celo excesivo porque les interesa producir ese excedente. No hay ninguna inocencia en ello. Ahora que el ciudadano está convencido de que debe separar los materiales, interesa incrementar los desechos exponencialmente para negociar con ellos hasta el infinito. No se engañen, cuanto más reciclamos más residuos se producen, así que en lugar de limpiar el ambiente lo que conseguimos es justo el efecto contrario. ¿Significa eso que debemos dejar de separar el vidrio del plástico? Por supuesto que no.

Hablando de vidrio, tengo un vecino que habla con sus botellas. En serio. Cada vez que sale con el carro repleto rumbo al contenedor verde se despide amorosamente de ellas. Su excusa, que como siempre son las mismas ha acabado por cogerles cariño. Y puedo asegurar que está en sus cabales. Solo se comporta así cuando alguno de nosotros aparece en el rellano, es su forma de expresar su descontento. Porque, piénsenlo bien, ¿les parece que no tiene razón mi vecino? ¿no es cierto que compramos la misma botella miles de veces?

Lo hacemos. Y nos pasamos la vida regalando esa botella entrañable a las empresas de reciclaje, que a su vez la vende con enormes beneficios… ¿a quién? A los fabricantes de botellas, por supuesto.

Es así de simple. Nosotros tiramos lo que sobra, alguien lo recoge (llevándose, de paso, un buen plus) para que llegue (casi) gratis a las manos adecuadas. Y nosotros pagando y pagando y volviendo a pagar.

Resultado de imagen de autoservicio
Lo que cuestiono no es el reciclaje en sí, sino la gratuidad del proceso precisamente en su punto más débil, nosotros. Es nuestro plástico, porque lo hemos pagado, pero cuando nos molestamos en devolverlo nadie nos da nada por él, ni por su valor como materia prima ni por el esfuerzo que supone clasificarlo, almacenarlo, trasladarlo y devolverlo. Sin embargo, quien lo recoge sí va lucrarse, y las manos a las que va a llegar nos lo venderá de nuevo obteniendo más ganancias por algo que le ha costado muy poco.

Porque los residuos no son solo una cuestión municipal, ese es el principio del proceso. De ahí que las modernas empresas de chatarra manejen cifras de vértigo. Como ven, aquí se forra todo el mundo menos el sufrido consumidor, que es quien lo cede todo, trabaja gratis y pierde de todas las formas posibles.

Antes de que empezase esta moda del reciclaje tal como lo entendemos –que no ha existido siempre aunque lo parezca– éramos infinitamente más ecológicos. Nadie recordará ya a los traperos, pero existían y pagaban por lo que recogían, el vidrio que sobraba en la casa se llevaba al bar y se recibían unas monedas a cambio, se cogían los puntos a las medias, nos pagaban por el viejo papel de periódico, las cacerolas que se estropeaban se llevaban a reparar. Más tarde, cuando se intentaba concienciar a la gente para que usase varios cubos de basura, mi ayuntamiento premió a un matrimonio con un viaje al trópico. Si se utiliza un incentivo así, pensé, esto del reciclaje debe ser un negocio mayúsculo. Alguien más debió darse cuenta de que era fácil llegar a esa conclusión porque no hubo más premios y a partir de entonces se empleó un argumento mucho más efectivo: la culpa.

En lo que concierne a la industria, no es posible volver a aquel estado de cosas porque estamos a años luz de la de entonces, pero si los productos domésticos son más o menos los mismos, la agresión medioambiental resultante podría ser muy parecida. Por un lado, no hay motivo para embalar más de la cuenta, por otro, lo lógico es que se retribuya a quien devuelve el material de desecho, sea del tipo que sea. De acuerdo, se trata de una cantidad ínfima, pero si contamos todos los envases que se utilizan en una sola vida y sumamos todas las vidas que consumen cartones, bolsas y botellas, obtendremos una cifra millonaria.

Hace falta romper el círculo vicioso. Si las empresas que comercian con ello tuviesen que pagar por todo lo que devolvemos tal como ocurría tiempo atrás, el asunto de los residuos dejaría de ser un sustancioso negocio y ya no habría razón para fabricar esa ingente cantidad de basura en potencia. Y lo que no existe no hace falta reciclarlo, un quehacer menos para el ciudadano de a pie.

¿Les parece un asunto complicado? No tiene por qué serlo. Casualmente, mientras pensaba cómo exponer mis ideas he descubierto que alguien más piensa como yo.


Quizá esa telepatía sea el síntoma de que algo está madurando en nosotros, que estamos dejando de asumir culpas ajenas, que podemos empezar a exigir.