viernes, 30 de agosto de 2024

Catálogo de sueños (Relato cínico)

 









Fue leyendo a Freud una vez más, como hacía todos los veranos tumbado al borde de la cascada, en la vieja casona de la familia, cuando se le ocurrió la idea. La psicología moderna ya había superado al viejo maniático, pero a él le seguía fascinando por su valentía, su brillantez indiscutible y, sobre todo, por esa faceta literaria suya que provenía de una imaginación fuera de lo común. Probablemente, su mayor acicate para crear una teoría de la nada y a la vez el hándicap que restaba rigor científico a su natural pensamiento desbocado.

La interpretación de los sueños era uno de sus favoritos. Fue con él en la mano, mirando caer el agua desde la hamaca sin abandonar su obsesión favorita de esa época cuando se le ocurrió la idea que su socia calificaría de genial. Habían dejado de ser los psicólogos de moda hacía demasiado tiempo y ni siquiera habían caído en la cuenta. Ahora urgía, dada la competencia de profesionales jóvenes y el callejón sin salida en que estaban atascados, dar un giro radical al bufete, encontrar una idea que atrajera de nuevo a los clientes y alzase la firma por encima de la competencia. El médico vienés estaba más desfasado que ellos mismos, resucitarle hubiera sido una locura, pero apoyarse en la que fue una de sus teorías más populares, limpiarla de telarañas, vestirla con colores atractivos, en definitiva, pasarla por el filtro del marketing más actual podía ser el moderno enfoque que estaba necesitando la consulta.

Contrataron al mejor equipo de marketing y ellos se ocuparon de todo. En un par de meses, tenían la web más atractiva y completa que hubiesen podido imaginar, publicidad por todas partes, presencia en todas las redes sociales y entrevistas con periodistas e influencers varios. Con una pátina pseudocientífica que el público se tragó sin pestañear, habían inventado ONIRIC. Fue un pelotazo en toda regla, les llovían los contratos y antes de darse cuenta tenían más dinero del que hubieran podido soñar en sus momentos más optimistas. Si seguían por ese camino, se convertirían en una de las mayores fortunas del país. ¿Qué digo? Adelantarían, incluso, a los grandes potentados del mercado internacional. Contrataron administradores, corredores de seguros, expertos en bolsa y todo lo que hizo falta. Solo habían pasado unos meses y ya eran propietarios de medio centenar de mansiones repartidas por el mundo entero. Tanto éxito fue como una apisonadora que les hubiera pasado por encima, su rostro aparecía en la calle, en la prensa y los informativos de casi cualquier esquina del planeta. También se multiplicaron los bulos sobre su actividad profesional y su vida privada. Tenían tantos enemigos como adoradores incondicionales.

A ver, dirán ustedes, en definitiva, ¿cuál era exactamente esa idea tan lucrativa, amén de genial, que puso patas arriba el equilibrio económico de medio mundo? Ahora se lo explico, aunque, realmente no sé si llegaron a tanto los efectos. Quizá sí. Desde luego, fue un cataclismo a nivel mundial que puso en solfa muchas de las creencias y prioridades de la gente además de desequilibrar la balanza económica a favor de un producto tan novedoso como ilusionante. Lo que había provocado tanto barullo era, nada más y nada menos, que el procedimiento patentado para soñar a voluntad, cada noche, según un argumento previamente clasificado y estructurado a gusto del consumidor y mediante contrato vinculante que prometía devolver el modesto capital que cada cliente invertía en el proyecto en caso de que el procedimiento no surtiera el efecto deseado. En resumen, habían creado un catálogo de 346 sueños que admitía ligeras variantes individuales y garantizaba noches de película, lo nunca visto, el paraíso en la tierra. Ríase usted de los viajes idílicos, de aventura, de intensos placeres, de los viajes astrales, los viajes alucinógenos. Naturalmente, el fortunón que costaba la experiencia no admitía repetirla cada noche, a no ser que fueras uno de aquellos elegidos por los dioses que lo mismo se podían permitir escoger experiencias oníricas que un paseo por el espacio, monitorizado y con todas las garantías. Pero esos seres de luz nunca estarían interesados en algo así ya que su opulencia les garantizaba vivirlo todo con los ojos bien abiertos y en plenas facultades. El experimento estaba pensado para ricos pero no demasiado, advenedizos de medio pelo, gente de quiero y no puedo que ansiaban presumir ante sus amistades de unas vivencias tan extraordinarias que ningún mortal podía imaginar sin haberlo vivido. Por cierto, tampoco estaba en manos de nadie comprobar si las maravillas descritas por los clientes eran o no ciertas.

Primero se rellenaba un formulario, su análisis determinaba si el aspirante era apto o no para convertirse en cliente de la empresa. En él, aparte de explorar su capacidad mental y su salud emocional, se estudiaba a conciencia su estado financiero. A continuación, se realizaba un sondeo aproximativo por parte de un coach o psicólogo contratado al efecto, que se encargaba de la primera entrevista. Nunca nadie vio sus títulos, pero se creía firmemente en su habilidad profesional y los primeros incautos que se pusieron en sus manos manifestaron tanto entusiasmo que atrajeron una avalancha de inscripciones. 

El resto de entrevistas estaba a cargo de un equipo multiprofesional y su número dependía de la complejidad de cada caso. Los dueños de ONIRIC habían renunciado a su antigua profesión para dedicarse exclusivamente al negocio. 

Finalmente, se presentaba una sección del catálogo general adaptado a las preferencias e idiosincrasia del sujeto, este elegía el escenario de cada sueño así como su evolución en líneas generales, que según el gusto del consumidor, unas veces era siempre el mismo y otras variaba por sesiones, se le asignaba una periodicidad determinada basada tanto en gustos como en posibilidades económicas, se le facilitaba un parche de usar y tirar, programado para ocho horas de sueño y ya estaba en marcha la aventura.

Esta consistía, simplemente, en acostarse con el parche en la mano, y una vez apagada la luz, ponérselo en la frente y cerrar los ojos. El efecto resultó ser mágico en palabras de los pioneros. Su testimonio atrajo a tal muchedumbre que fue preciso multiplicar los recursos, simplificar el proceso de selección -que cada vez era más simple-, abaratar los precios y facilitar su acceso de todas las formas posibles. En una palabra, el mundo se volvió loco.

Y no era para menos, escuchando las maravillas que se contaban. Los mundos idílicos, las aventuras fabulosas, los amores extraordinarios, los lugares paradisíacos o exóticos, las situaciones relajantes eran descritos con tal profusión de detalles que lograron convencer al más escéptico.

Y todo el mundo les creyó.

Nadie cayó en la cuenta de que la información era suministrada por la clientela pero quien la traducía en palabras eran verdaderos expertos en publicidad y marketing ni que el contenido final pasaba por el filtro de asesores literarios con experiencia, incluso en algunos casos de escritores de renombre que jamás hubieran accedido a confesar que se rebajaban a colaborar con ellos a cambio de una sustanciosa suma.

En consecuencia, el catálogo de sueños fue un boom que duró más o menos un lustro. Alcanzó su apogeo año y medio después de su inicio y se mantuvo en auge hasta el último momento. Esto es así porque, para sorpresa de muchos, la decadencia llegó bruscamente, en cuanto se filtraron las psicosis, depresiones y hasta suicidios que habían traído consigo los parches en cuestión. A partir de ahí, el derrumbe fue fulminante, la empresa quebró trayendo consigo la ruina de sus inversores, hubo denuncias, procesos muy sonados, desaparición sin dejar rastro de los dos primeros socios, condenas a los actores secundarios y absoluciones a los auténticos corruptos. La economía mundial dio un vuelco, todo cambió de sitio y se produjo una crisis general.

Aun así, todavía hay gente que añora la periódica revisión del catálogo, la ceremonia de elección del producto, los parches, la ilusión que estos provocaban y todo ese mundo fantástico y derrochador en el que pudieron vivir por un tiempo. El mundo puede romperse en pedazos, pero que nadie se atreva a quitarnos los sueños. 

lunes, 26 de agosto de 2024

Enredando (Relato humorístico)

 

Claudio Bravo - Chale frange (1990) Lápiz conté sobre papel

Angélica:

Al principio no se veía nada. Éste me ha dado un empujón y hemos entrado al cuarto, respira a mi lado muy fuerte. Conozco ese sonido de lobo en celo que acobarda un poco en esta cama de noventa. Decía que íbamos a estar solos, pero a la luz de la farola veo un bulto y una mancha borrosa en la almohada. La monja no se iba a quedar hoy en el hospital, eso seguro. Ana me ha dicho que esta noche se encargaba ella. ¡Ay!...

Pablo:

¡Venga! arrímate más. Está sudando, su piel es más suave cuando resbala. Tengo que apartar las mantas y conseguir que suba, así, como un jinete. Siempre quise aprender a montar. Eso es, Angélica, me gusta que seas perezosa al principio. Ahora, sígueme...

Angélica:

Es tan morboso esto. ¿Estará dormida? ¡Ojalá! Si pienso que lo está viendo todo me pongo a volar y él lo nota.

Inés:

¡Qué lindo! ¡Qué natural! ¡Qué humano! ¡Tengo sensaciones tan nuevas! Parece que floto en un mar de agua de colonia. ¿Será eso de lo que la gente habla tanto? Nunca he sabido... ¿Cómo va a ser pecado esta delicia?

Pablo:

Ha sido glorioso, Angélica. Ahora, ¡arrópate!

Angélica:

Sí, mejor cierro los ojos y no pienso en nada. ¿Cómo hemos podido? ¿Es que no tenemos vergüenza?

viernes, 2 de agosto de 2024

Lucrecia (Relato con anagnórisis)

Esas cosas es imposible imaginarlas. Quién lo hubiera dicho cuando era un bebé y alguien entró con ella en brazos en el asiento trasero de un taxi. El nombre se lo había puesto ella pero de la identidad de sus padres adoptivos no sabía absolutamente nada. Curiosamente, cuando la bebé -nacida del amor con un chico africano que vino a trabajar a su pueblo- no solo había dejado de serlo hacía mucho, sino que había cumplido doce años esa primavera, todo empezó a encajar. Primero, conoció sus apellidos gracias al chivatazo del entorno familiar. "Ni se te ocurra comentar que te lo he dicho yo, si mi madre se entera me deja de hablar un año". La madre de Feli era amiga íntima de la suya y participó a su manera en todos los tejemanejes de un rapto supuestamente legal. En realidad, se la arrebataron de los brazos cuando aún no se había repuesto de la anestesia, le obligaron a firmar unos papeles, bajo amenazas que ahora consideraba irrisorias, y ocultaron la información con siete llaves. Hasta Feli, una chica cabal, amiga de la infancia, había tardado todos esos años en soltar la bomba. Seguramente pensó que el dato no le iba a servir para nada, pero los planetas se habían alineado en su favor. Pocos meses después, Lu se hizo con el trofeo a la mejor deportista de la región dentro de su categoría, y su nombre, junto a su foto, entre otros muchos detalles que podían parecer triviales para cualquiera que no fuese ella, apareció en primera página de la prensa nacional. De ahí a poderla ver en persona solo había un paso.
Y lo dio. Un martes de noviembre, después de un largo seguimiento por los alrededores del domicilio, de esperar su salida del colegio bien camuflada bajo el casco de la moto o al volante del coche de un amigo, de conocer sus idas y venidas, las costumbres familiares e incluso intuir sus pensamientos bajo aquellos rizos oscuros, pudo acercarse a ella en la zona de los columpios del parque adónde solían llevarla. Lu estaba siempre muy protegida, era algo desconfiada también, así que no fue fácil.
Esa tarde, calculó meticulosamente distancias y tiempos. Cuando la niña, en sudadera color mostaza, bajaba a toda velocidad del tobogán, ella pasó por delante, se agachó un poco para quedar a su altura y susurró: "Conozco a tu mamá biológica, si quieres que te traiga una carta suya súbete la capucha". Lu lo hizo al instante y ella se apartó rápidamente para que no la viese llorar.
Después de ese día, la esperaba, siempre a la misma hora, sentada con un libro en el banco más apartado de la zona infantil. Ya empezaba a desanimarse, cuando una tarde levantó la vista y vio como caminaba resueltamente hacia ella, ponía un pie a su lado para atarse la zapatilla y hablaba sin casi mover los labios. "Si la tienes, levántate y déjala aquí mismo. No te preocupes, la pienso guardar en el calcetín".
Madre mía, ¡qué hija tan lista había parido! Lamentó no poder darse la vuelta para ver cómo se las arreglaba, pero había que caminar tranquilamente, no dejar traslucir su emoción, pasear sin rumbo entre los setos y, finalmente, alejarse de allí sin saber qué podía esperar de ese encuentro. Pero aquel era un triunfo mucho mayor de lo que nunca habría podido soñar. Así que sacó fuerzas de donde no las tenía y se fingió indiferente mientras se veía acosada por mil ojos desde todos los rincones del parque.
Dejó pasar un par de semanas antes de aparecer por la zona. Su carta decía:
"Querida Lu. (Yo te llamo así cuando pienso en ti, o sea a todas horas). Me prohibieron quedarme contigo y me ha sido imposible encontrarte hasta ahora. Ha sido gracias a tu premio. No imaginas lo orgullosa que me siento de tu talento como deportista, lo feliz que me hizo tener pistas de tu paradero y cuánto te he empezado a querer desde que te conozco. Me gustaría que habláramos, pero no sé si tienes prohibido encontrarte conmigo. Supongo que muy fácil no será, ya que no te atreves a mirarme. Te quiere con toda su alma y espera ansiosamente tu respuesta. Mamá."
La vio en cuanto llegó a la explanada, estaba agachada sobre el que ahora consideraba su banco, el de ellas, y eso le pareció buena señal. A su lado, un par de mujeres charlaban de sus cosas. Esperó hasta que la vio alejarse. Sobre la piedra, había escrito con tiza: "Déja aquí tu teléfono". La tiza estaba en el suelo. Se sentó, sacó el libro y fingiendo que leía hizo lo que le indicaban. Una de las señoras la miró fijamente cuando abrió el pañuelo y borró las palabras de Lu, pero ya no pintaba nada allí. Metió el libro en el bolso y vio perfectamente cómo su hija la estaba observando desde lejos.
Semanas e infinidad de chats más tarde, había conseguido convencerla de que la decisión estaba en sus manos. Solo tenía que hablar con sus padres, hacer valer sus razones. Sin su consentimiento ella no tenía fuerza legal ni moral para cambiar nada.
Han pasado tres años. Ahora Lucrecia tiene dos madres, un padre y una sombra en África cuyo rastro tratan de encontrar las dos juntas.