Laurel Burch - Autorretrato (1999) |
Todo el
pueblo se ha llenado de máscaras, pasan cantando cogidos de la mano. Para
verlos mis hermanas levantan los visillos un poco, intentando no delatarse, pues
sabemos que se trata de una fiesta pagana, pero los reconocemos fácilmente. Llevan
cabezas de papagayo o de indio y el cuerpo cubierto de plumas chillonas. Estos
días nadie de mi familia sale de casa, Micaela es la única que se atreve a
agarrarse a los barrotes sin importarle que la reconozcan. Es la más pequeña,
así que no nos compromete. Ella va señalando: esos son los Carachitas, que
hacen portes en su carro, por allí va el grupo de los que recogen azafrán, el
chico pequeño del herrero lleva una cabeza de toro. “Adoran a falsos ídolos”,
dice mi tía, y se santigua. Lo dejamos cuando llega la modista. El domingo de
Ramos las chicas estrenarán vestidos floreados y yo seguiré sin levantarme.
Madre es quien ayuda a la modista o esta la que ayuda a madre, los están
confeccionando a medias y no se sabe bien quien cose más que la otra o cual de
las dos dirige el trabajo. Los encajes están hechos a mano, todas las tardes
Paulina y mi madre se sientan en sus sillas de enea pegadas al balcón y dan
aire a los bolillos. Irán en dos bandas muy estrechas que se cruzarán con otra
más ancha bajo el busto. Contemplo fascinado cómo mueven las manos a
velocidades de vértigo, tanto que apenas se les ven los dedos, y cómo, al otro
lado de la almohadilla, van surgiendo unas tiras finas y blanquísimas, auténtica filigrana que simula pájaros, flores, figuras geométricas, o escultura plana construida a base de hilos que sale como por arte
de magia de esas manos de hada que tienen las dos.
Me
regañarían si supieran que menciono a las hadas. Los únicos seres
sobrenaturales son, para mi madre, Dios, los ángeles y los santos. Todo lo
demás son invenciones diabólicas para condenarnos. Si supiera que la noche pasada
vino una a visitarme llamaría corriendo al párroco para que me confesase y me diese
la extremaunción, pues pensaría que estoy en peligro de muerte y a punto de
caer en las llamas del infierno. Pero, aunque las fiebres me han dejado
escuálido, no me voy a morir todavía. La comida no me alimenta, parezco un
insecto palo hasta por el tono verdoso de la piel, mis brazos y piernas son
como alambres tiesos que se doblan en línea recta. Parezco un muñeco de madera,
una especie de pinocho hecho de carne. Me toco la nariz pero no ha crecido, es
la misma nariz de antes. Aún así, me tomarían por mentiroso si me atreviese a
contar lo que he vivido. Cuando dije que de mayor quería hacer lo mismo que la
modista, mi padre me pegó con el palo de la escoba, el día que se me apareció
una bruja metieron mi cabeza en un cubo, así que esta vez me callo. He visto a
un hada, he hablado con ella, me ha llevado volando a través de las nubes,
hemos patinado por el cielo, nos hemos agarrado a un arco iris que giraba como
una noria y que nos dejó flotando sobre el mar, temblando de emoción el hada y
yo, dejándonos salpicar por las olas, envueltos en espuma cuando volvimos a
surcar el aire.
El hada se
llama Yunia, “Mi estirpe procede de unas plantas terráqueas que se extinguieron
mucho antes de que aparecieseis los humanos. Quedamos en el terreno de los
seres incorpóreos, pero somos curiosas y nos gusta enterarnos de todo lo que
ocurre, en este y en los demás universos.” Le pregunto si entre ellas no hay
hombres. “No podemos reproducirnos, siempre estamos las mismas, así que no hay
sexos en nuestra especie, solo sustancias, la mía es de tipo medio, pero no
puedes entenderlo porque no hay nada comparable aquí.” Sonríe cuando le pregunto
si es un ángel o algo parecido. “Es verdad que a veces nos confunden, pero los
ángeles están en otro plano, no podemos coincidir con ellos y vosotros tampoco.
No nos dejamos ver por casi nadie pues tenemos que corporeizarnos y es una
tarea fatigosa. Además, no es nada agradable sentirnos atacadas, nadie puede
herirnos aunque quiera pero no soportamos la violencia, nos hace sufrir mucho
más que a los humanos ya que somos una raza pacífica. Solo nos acercamos a algunos
niños, los más valientes, los que, como tú, creen en la fantasía y son capaces
de vivir en mundos paralelos.” Le pregunto si va a volver. “Eso depende de ti,
asegura, mantén la mente abierta todo el tiempo que puedas, aunque tarde o
temprano crecerás, por desgracia, y no me verás más aunque volvamos a estar tan cerca como hoy”.