DE "NATURALEZA VIVA CON SOMBRERO HONGO" - 2ª PARTE EDICIONES ATENAS, 2007 - BARCELONA
SER TRANSEUNTE
Y ellos, en lo antiguo,
al andar, encendían mechas de sangre intensa,
azules y esmeraldas hebras en el corpiño
de carne terrenal. Eran hombres de rafia,
la seda en las mujeres. Vivir pausado y árido
de vértigos oblicuos.
Las órbitas angélicas han quedado a trasmano.
Cada vuelo espacial
nos aleja del cosmos. Pinchamos y ese líquido
tan reacio a mostrarse, estancado en las venas,
sin fuerza, vengativo, en su ser, claudicando de todo movimiento
se tiñe de gris pálido, próximo a lo incoloro.
Más que creaturas de un dios hipotecado,
antes que siervos que cumplen un destino, ciudadanos
repletos de impuestos, santos, reyes, sombra de cañón, perplejos
o terrícolas, hoy se es transeúnte.
Pasea el transeúnte por los cables eléctricos,
se instala en la pared de ladrillo del planeta,
come plancton, arena de Saturno, bosteza, se resigna,
un topo viene a roer sus talones sombríos,
puntual como engranaje que oculta el universo,
los jueves a las doce.
ENDOSFERA
Ronco
de oro, fugaz metal. El exceso. La tierra lo arroja
y se recoge.
Profusión de sones que el aire desparrama.
Bruñido de cobre, expuesto en la empalizada de los astros.
Procesión de mil escorpiones en hilera. No duerme la luz que el ojo
adora.
Van sucediéndose las estaciones
del año, del metro, de nuestros vía crucis.
En cada gota el día se refleja, refulge.
Flor de fulgores.
Esencia que genera conchas de tortuga.
Un campo de arroz reposando bajo el amanecer de madera labrada.
Plata visceral, cuna de la carne.
Vértigo abismado en las tormentas.
Un horizonte alarga la mano del ánima que purga
su culpa imaginaria.
Nace del magma interno y se sumerge
sin más que la avaricia de inquietarnos.
EL VIAJE
Por un murciélago
de uñas carnicera arrebatados, surgiendo del vacío.
Perdida
la brújula estelar, igual que sombras blancas.
No
hay destino que acucie si la revancha no se vanagloria.
Ir
para volver con o sin objeto.
Instalarse
en esas olas, a lomos del salvaje asombro. Oscilando
a lo
largo de un túnel vacío de túneles: venas secas de un ser majestuoso.
O
suspendidos de briznas de hidrógeno con todos los dedos derramados a un
lado y otro del vértigo
de siembra en las provincias terrestres.
Apartan
la niebla húmeda y un aroma a flor quemada y seca
palpita junto a ellos. Siempre más allá. Una barrera
lírica. Al otro lado
la perezosa inminencia del desastre.
LA
OTRA PROFECÍA
A aquellos que buscamos
el diamante escondido
y las algas del mar nos parecen de plata,
a todos los que alumbráis, como yo,
con antorchas,
y no dejáis al fuego apagarse en la noche
ni abrasarse las sábanas o parar de encenderse,
volviéndose apagado, opaco, incierto, oscuro.
Todo aquél que camine de
espaldas al final,
que le pida al destino dos ojos de repuesto
para ver por la nuca,
aquellos que no pueden
perder de vista el punto desde el cual partirían
la mañana primera.
Aquél o aquella que
hablan en la palestra pública
erguidos bajo el toldo,
encaramados siempre a alguna plataforma
para escupir o ahogarse
en su vaho de suspiros.
Toda campana muda, ausente de badajo,
impedida de música,
llorando por sus sones;
o el animal perdido por los campos resecos
que chasquea la lengua durante todo el día
esperando ese rayo, la chispa que provoque
la tormenta esperada
que remoje el gaznate
y aleje, por un tiempo, la sombra de la muerte que sobre él se cernía.
No os prometo lo que
nadie a mí me ha prometido.
Ni dioses, paraísos o vidas eternales.
No os descubro un paraje
si os digo que no hay más,
que lo habéis visto todo.
No esperéis que cambie la materia,
que otra luz alumbre seres de otra calaña,
que os invada la dicha después de haber vivido.
Ya visteis lo que hay,
pero os falta, seguro, contemplarlo por dentro,
desde todos los lados,
porque cada elemento de este mundo terrestre
puede transformarse, mostrar nueva apariencia,
conforme el ojo mire,
según la perspectiva.
HASTA
EL LÍMITE
Aparecieron mar adentro
innumerables,
oscilantes peces blancos,
animales
de plata, seres deformes, caños grises de culebrear arduo
dejándose
llevar por la corriente.
Bajo
un inhóspito arroyo de cieno espeso
de
más de mil kilómetros de largo
aparecían
abatidos
en su
metalizado encanto gris,
queriendo
surgir de las aguas, ver el cielo,
atrapados
bajo el manto pestífero
que,
entre dos aguas, corría y corría y corría, rumbo a oriente,
como
el astro que anuncia el nacimiento del dios muerte.
Naciente
el año cero
la
era de las nocturnidades ahora se anunciaba.
El
ángel vagabundo decía profetizar
la
caída de estalactitas de nitrógeno fatal
sobre
Estocolmo.
Un
ciego usaba la bufanda de sus ojos
para
estrangularse con ella acuclillado junto a un cubo de basura.
No venía nadie.
La calle era una bañera vacía
donde los peces muertos se habían refugiado
buscando sosiego inútilmente
y las gentes habían huido a otro lugar,
al lado opuesto de todas las fronteras.
La gran peste amenazaba ya.
El siglo del hambre de los peces comenzaba.
Un pez comiéndose a otro, devorado a su vez
por el esperma inmenso que asola los océanos.
El dolor cabalga a lomos de las aguas
y los gritos no cesan de sonar
aunque callen las gargantas, ya muertas para siempre.
Alguien quiere penetrar en las fauces abiertas
de un monstruo vegetal
y quedar atrapado entre sus dientes,
horadado por garfios gigantescos,
ausentes de piedad, antes que perecer atrapado
entre miasmas de órganos podridos,
cadáveres pulverizados
que entran en las gargantas de los peces,
asfixian a los peces
y siembran un desierto de espinas
en medio de la calle.
EL SIGLO ACABA YA, Y SIN EMBARGO ...
Sueño interminable.
En la luz lechosa del amanecer empapado de lluvia,
impregnado de “smog”.
Esqueletos tendidos a secar a la luna.
Sin desgranar letanías, (arrodillados, con los brazos en cruz)
a los aviones.
Ves en el sueño a un albañil.
En Bolivia lo ves.
Pero soñoliento, desperezándose
Aunque no haya zanja que asegurar con cadáveres de hombre.
Fetos momificados de llama, no más.
Y así estamos. Nunca a salvo.
Haciendo guiños a todos los focos que sujetan las noches
En la hora que apaga el vagabundo la linterna,
apurando el último resto del borde de una consumida colilla,
y da un traspiés.
No se oirá hip, ca, zu.
Tras
una sucesión de sonidos blancos se estrecha
la espiral. Un lienzo sin color oprime cada ojo.
Con dolor, con fuerza.
Dice “Horr...”, “Ag”. Dice: “Fuego”
Mas el asesino de los siete funámbulos gemelos no arde.
Es de esos que sollozan un mes y otro
encima del vientre de una llama grávida.
No salvaré a tus hijos.
Para cada sueño existe un antídoto común.
Y eso es todo.
VASOS COMUNICÁNDOSE
Asomarse al último punto de la tierra.
Un mar bravío espumea abajo.
Tanto podría ser féretro como
lecho acogedor: un vaso.
Sabido es que lo vasos que así se comunican con otros
océanos terrestres
se igualan en altura y contenido.
Lleno está éste de guerra.
Plagas. Dolor.
¿Qué contendrá el que ve ese hombre ahora?.
Sí, aquél que se acobarda con el viento.
Hace días que está observando el líquido.
Ese turbio, oscilante licor