domingo, 30 de abril de 2017

Don Rufo bufa: ¿Para qué queremos la tradición en España?

Don Rufo bufa
A veces, un artículo de prensa te deja con un come-come que, instalado en algún lugar privilegiado del cerebro, se alía con tus vísceras y no te deja vivir hasta que no lo expulsas. Así que voy a hacerlo. Con cariño, con delicadeza, sin groserías ni malos modos, pero expresando toda la indignación que me produce.

Llevamos ya muchos años contemplando el enfangamiento en el que se halla sumergido un amplio sector de nuestra clase política. Al principio, nos congratulábamos de que se hubiera descubierto un caso, luego dos o tres, más tarde pensábamos que con cinco o seis había más que suficiente, que ya había salido todo a la luz, que no podía quedar nada más salvo alguna historia de poca monta. Ahora asistimos con estupor a un espectáculo que no tiene visos de concluir, porque se va renovando con el tiempo, porque todavía existen los anclajes suficientes para que muchos de estos sujetos se sigan creyendo invulnerables. En el fondo de todo encontramos, claro está, una codicia desmedida y una absoluta falta de escrúpulos. Pero existe otro factor que, quizá, pase algo más desapercibido y que es condición sine qua non para la existencia y persistencia de este aborrecible estado de cosas: le pese a quien le pese, nos toman por tontos.

Pero ¿lo somos? ¿Somos tan tontos como se piensan esos corruptos que nos han gobernado tanto tiempo? Pues, según yo lo veo, sí y no. En principio, confiábamos en ellos, se nos puede tachar, por tanto, de confiados, y eso está bien, si no establecemos vínculos en los que previamente se dé por hecho que alguien no nos va a fallar, no tendría sentido ni cuerpo de policía, ni socorristas, ni médicos, pero tampoco arquitectos ni albañiles. Un conjunto de personas donde nadie se fíe de nadie no podría llevar el nombre de tejido social. Pero, según pasaba el tiempo, algunos comprobábamos que la simple confianza comenzaba a convertirse en credulidad algo bobalicona y, de golpe, dejamos de ser ingenuos y empezamos a darle la vuelta a todo para averiguar si el forro de la chaqueta estaba podrido o no.
Gregorio Fernández fue uno de los escultores del Barroco que más contribuyó a crear la imaginería propia de la Semana Santa española.
Gregorio Fernández - La Piedad (Detalle de grupo escultórico) - 1616
Museo Nacional de Escultura - Valladolid

Y lo que vemos, mirando un poco más allá de lo aparente, es que quienes protagonizaban esas corruptelas, esos que se molestan cuando los investigan, que reclaman objetividad y racionalidad mientras esconden las pruebas del delito, esos que nos ha ido expoliando poco a poco o mucho a mucho, son los mismos que reclaman respeto por las creencias, los mismos que defienden lo irracional, las tradiciones, lo antediluviano, el sinsentido, la falta de espíritu crítico, la sinrazón en suma. Tanta procesión, jaculatoria, golpe de pecho, capelo cadenalicio, llagas supurantes en el pecho de las estatuas ¿adónde conducen? Tras la excusa del respeto a las creencias ¿no se intentarán perpetuar las adhesiones incondicionales, el asentimiento acrítico y una aberrante falta de lógica? No se engañen, tanta tradición sin sentido, tanta creencia sin cotejar con la realidad científica -como yo misma apuntaba hace poco- es la forma más certera de mantener a la gente en la inopia. Y si muchos parados, contratados temporales, personas con una economía precaria siguen votando a los que trasladan a los bolsillos propios lo ganado con el sudor ajeno es porque la treta les funciona como un reloj.

Ayer mismo (29-4-2017), Antonio Muñoz Molina manifestaba en Babelia un sentimiento de desolada impotencia , -que comparto-, al comprobar que la evolución esperada al inicio de la Transición española se ha convertido en lo contrario. Nos movemos, como los cangrejos, para atrás. Cada vez, triunfa más el fanatismo y la intolerancia, la superstición y la hipocresía. Y lo hace, no se engañen, para que cuatro espabilados se llenen los bolsillos. Esto no lo dice el artículo, lo digo yo, lo dicen muchos otros y, sobre todo, lo grita la realidad a los cuatro vientos. Solo tienen que leer las noticias. Con los ojos abiertos, si es posible.

viernes, 28 de abril de 2017

Escritor, búscale un buen asiento a tu historia

Una buena ambientación es requisito fundamental para hacer verosímil cualquier cosa que cuentes

Ambientar un relato significa transmitir referencias al lector, recrear un contexto eliminando de él cualquier asomo de vaguedad: el secreto está en parecer sincero, y para conseguirlo tienes que combinar varias técnicas.
  • Del ambiente local ya hemos hablado. Es el espacio o escenografía en el que vas a situar tu acción. Una vez elegido, tienes que intentar darle vida y movimiento para que el lector se introduzca en él sin dificultad haciendo suya la escena que tratas de mostrarle. Empieza haciéndote un croquis mental de las peculiaridades espaciales de tu narración, desde la ciudad o país donde vas a situar los hechos hasta cada uno de los lugares, grandes o pequeños, en que transcurrirá cada episodio. Se trata de que conozcas mucho más ampliamente que el lector la escenografía completa pues ese conocimiento, aunque no se haga nunca explícito, se reflejará en la seguridad con que vas a manejar datos y situaciones y esto te proporcionará credibilidad. Si el sitio existe realmente y no lo conoces, un buen recurso es manejar fotografías, también puedes consultar planos, esquemas y mapas. Este material quedará para tu uso exclusivo a no ser que, una vez acabada tu obra, consideres conveniente que tus lectores se sirvan de él debido a la complejidad espacial de esta o a lo insólito del espacio que ha creado tu fantasía, tal como sucede, entre otras, en la novela El Señor de los Anillos,
  •  La ambientación histórica o costumbrista requerirá un esfuerzo extra si el tiempo de tu novela no coincide con el que te ha tocado vivir. Realizar un acopio exhaustivo de documentación es lo primero que te hará falta. A través de ella, conocerás a fondo los hechos históricos propiamente dichos, pero también el espíritu de la época con todo lo que esto conlleva: lenguaje y estética general del momento elegido así como material de atrezo (objetos de uso doméstico, ropa, arquitectura, cocina, arte, medios de transporte etc.).
    Fotograma de The Hobbit
  • Si lo que deseas es recrear un ambiente fantástico tendrás que inspirarte en circunstancias reales y añadir caracteres poco comunes o hacer que ocurran hechos extraordinarios. Es aquí, sobre todo, donde tienes que poner un cuidado exquisito para no caer en incoherencias, pero si te ciñes por completo al marco que has establecido previamente, este podrá ser todo lo prodigioso que quieras.
  • Para sacar adelante un buen argumento de aventuras has de combinar  acción y descripción de lugares con las reacciones o efectos que producen las hazañas de tus personajes. La ambientación es aquí determinante y admite infinitas variaciones.
  • Si escribes un relato de misterio tienes que hacer hincapié en los momentos cruciales, crear intriga en cada uno de ellos mediante golpes de efecto. Para ello tendrás que servirte de recursos como la sorpresa, la oscuridad, las escenas tormentosas, la ocultación de datos etc.

Recuerda que el lector ha de visualizar lo que lee y que sólo conoce lo que hay en el texto, no lo que al escritor le pasa por la cabeza. Por tanto, tienes que encontrar el detalle significativo, familiar y verosímil, que concuerde con los rasgos genéricos de lugar, época y subgénero. El lenguaje también tiene que ir en consonancia (arcaico si situas el relato en la antigüedad, trepidante para el de aventuras, poético para la anécdota sentimental…) En palabras de Juan Rulfo: “lo importante es crear imágenes que permitan evocar la realidad”. Otros autores hablan de presentismo o posibilidad de hacer presente lo que contamos, aportando detalles o bien simulando cierta confidencialidad y cercanía con el lector.

Además, tienes que esmerarte en no incluir términos poco adecuados al contexto, como anacronismos o registros lingüísticos que estén fuera de lugar. Lo que necesitas, en definitiva, es reconstruir la realidad que rodea a una historia y, como sabes, la realidad es muy compleja, posee aspectos infinitos, no es uniforme, no tiene una única dimensión, la componen planos superpuestos. Para que te hagas una idea, puedes compararla a una constelación: si eres capaz de crear la tuya propia, tu relato resultará convincente.

miércoles, 26 de abril de 2017

Escritor, elige bien adónde quieres llevarnos

Las coordenadas espaciales

Antes de introducir a tus personajes, piensa que estos se tendrán que mover en un espacio concreto y que ese espacio se lo tiene que imaginar el lector. El lugar, no lo olvides, es un componente esencial en cualquier artefacto narrativo y, como el resto de elementos literarios, ha de ser: creíble, coherente con los demás elementos, necesario y, por supuesto, significativo, es decir, ha de tener entidad propia, que no recuerden a ningún tópico, por mucho que estén de moda o por grande que sea su prestigio literario. Da igual que sitúes la acción en Madrid, Barcelona, una playa de Cádiz, el pueblo más perdido de los Pirineos, la casa de la Bruja Piruja o el país de Irás y No volverás, el secreto para no refugiarte en modelos establecidos es echar mano de tu propia experiencia. Fíjate en este ejemplo:
En los  atardeceres calurosos del verano, cuando la carretera y los campos están envueltos en una polvareda, ciérnese sobre la llana superficie de aquel mar terrestre una neblina oscura. En la primavera, cuando el campo está verde, el efecto es algo distinto. La llanura semeja una enorme mesa de billar, en la que se mueven, trabajando, pequeños insectos humanos.
(...)

Pensaba en cosas pequeñas: en Turk Smallet acarreando tablas en su carretilla por la calle mayor del pueblo, en las horas de la mañana;  en una mujer alta y elegantemente vestida que había pasado una noche en el hotel de su padre; en Butch Weeler, el hombre que encendía las luces de Winesburgo, corriendo por las calles en una noche de verano con la antorcha encendida en lo alto; en Helen White, a la que vio un día de pie junto a una ventana de la casa de correos de Winesburgo y pegando un sello en un sobre.
SHERWOOD ANDERSON. (Del volumen Winesburg, Ohio)
La experiencia y la imaginación son intrasferibles, este texto en su época era original, si tú hicieses lo mismo no sería más que una mala copia. Tu elección dependerá, fundamentalmente, de lo que vayas a contar, de la época en que sitúes los hechos y de los personajes que vayan a intervenir. Tienes que describirlo equilibradamente y con orden, incluyendo todo lo que afecte al desarrollo del relato sin abusar de detalles irrelevantes que desvíen la atención de los hechos y ralenticen la acción desperdiciando así parte de su potencial. Para ello tienes que eliminar ambigüedades, dibujando con la mayor precisión posible aquello que has decidido describir. El objetivo es que el lector vea lo que muestras con toda claridad, sin ningún género de dudas, ya que solo así podrá creerte. Ten en cuenta que la verosimilitud de tu relato dependerá en gran parte del marco que elijas.

Aspectos subjetivos

El lugar también puede servir de símbolo, añadiendo rasgos nuevos al tono general. Los autores de misterio, como Poe o el Becquer de las Leyendas, utilizan la noche, las atmósferas brumosas, los cementerios, los castillos o las ruinas para introducir en las escenas el efecto estremecedor propio del género. A veces, incluso, se provocan determinados sentimientos o se anticipan acciones futuras preparando al lector para lo que va a ocurrir más adelante. En cualquier caso, el que nos lee ha de tener la impresión de que eso que le estás contando solo pudo ocurrir en ese espacio, que ese y no otro es el idóneo para situar los hechos que has imaginado: cada lugar –pero también cada época, como te explicaré dentro de poco– tiene que ser único, dar la impresión de que no se puede intercambiar con ningún otro, pues en ese caso estaría ahí como un simple adorno que no afectaría a la narración para nada.
Turner fue un maestro en provocar emociones a través de sus pinturas
J. M. W. Turner (1844)

Su relación con el tiempo


El lugar y el tiempo también tienen en común su ambivalencia. Si nos interesa describir con total objetividad un espacio, solo escogeremos rasgos realistas, si, por el contrario, lo que pretendemos es atribuirle un sesgo emotivo, lo presentaremos a través de la mirada del narrador o de alguno de los personajes (un niño verá muy grande su casa, el que acaba de sufrir una pérdida la encontrará oscura y lúgubre); pero si, además, consiguiésemos combinar ambos puntos de vista, obtendremos un escenario tan convincente que al lector le parecerá que lo está viendo produciéndose en él las emociones que habíamos previsto. 

lunes, 24 de abril de 2017

Fences (2016)

Carátula de Fences

Aunque Denzel Washington comenzase en 2002 su carrera como director de cine y tenga en su haber varias películas además de una serie televisiva, esta es la primera oportunidad que he tenido de valorar esa faceta suya y, desde mi condición de simple aficionada, afirmo que ha hecho un magnífico trabajo, tanto en sus decisiones sobre la película en sí misma (casting, dirección de actores, escenografía, ejecución del guion etc.) como en la elección de la obra homónima de August Wilson. Escrita en 1983, triunfó por primera vez en los escenarios en 1987 y en 2010 volvió a repetir el éxito, esta vez protagonizada por Denzel Washinton. Era, pues, el candidato perfecto para dirigirla pues la tenía perfectamente interiorizada y porque Wilson, fallecido en 2005, había exigido en su día que la dirigiese un afroamericano, imposición que ha ido demorando el proyecto hasta ahora.
A medida que pasan los días, el tamaño de la película va creciendo en mi recuerdo, y esa es la señal más clara del valor que le doy.
En cuanto a los valores objetivos, me han llamado la atención los siguientes:
Escena de la película Fences
  • Sobriedad en la ambientación. Aparte de las primeras escenas en el camión de la basura, no hay más espacios que el patio de la casa y varias zonas del interior. Solo con esto es suficiente.
  • Eso la convierte en una obra de teatro rodada cuya gran economía de medios presta gran intensidad a lo narrado.
  • Retrata una época y una clase muy concretas, con sus posibilidades más o menos limitadas de ascenso social, así como ideología, prejuicios, asimetría por razones de género etc.
  • Presenta multitud de matices, tanto en lo que se refiere a recursos narrativos como en el mensaje que pretende trasmitir, convirtiéndola en un artefacto complejo.
  • El esquema narrativo sigue los cánones realistas, no se dulcifica nada aunque se hacen numerosas elipsis.
  • El relato es perfectamente verosímil, los personajes no representan arquetipos sino auténticos seres humanos y aparecen con toda su crudeza, sin maniqueísmos de ninguna clase.
  • La problemática familiar, amistosa y de pareja es tan enrevesada y ambivalente como en la vida real.
  • Se muestran los hechos y cada espectador saca sus conclusiones, no existe moraleja explícita.
  • Fino y sutil análisis psicológico. Por ejemplo, el protagonista aparenta una cosa y es otra: al principio parece rudo pero entrañable y vamos rectificando a medida que lo vamos conociendo.
  • Interpretaciones, en general, muy convincentes, y las de la pareja central sencillamente espléndidas.
  • Este año ha sido nominada a los Oscar como Mejor Película, Mejor Guion Adaptado, Mejor Actor Protagonista, y Mejor Actriz de Reparto, aunque solo Viola Davis, en el papel de esposa de Washington, haya ganado el premio.

Escena de la película Fences

    * País: Estados Unidos
    * Duración: 139 minutos
    * Director: Denzel Washington
    * Guion: August Wilson (Obra de August Wilson)
    * Música: Marcelo Zarvos
    * Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
    * Reparto: Denzel Washington, Viola Davis, Stephen Henderson, Jovan Adepo, Mykelti Williamson, Russell Hornsby, Saniyya Sidney
    * Género: Drama

    sábado, 22 de abril de 2017

    La Baronesa (XVI)

    Pido anís para desayunar a Black Lagoon, mi servicio de catering. Son eficaces, no ponen ni una pega y están aquí en menos de diez minutos. Anís, dulce y denso, para alejar el hambre mañanera y, de paso, despistar a la resaca, acompañado de puros enanos, que ellos saben mantener con el grado exacto de humedad. Guardarlos en casa sería, además de un sacrilegio, una ordinariez de cuidado. Recibo al mozo en turbante para cubrir el revoltijo que tengo en la cabeza y con la túnica de seda más colorida que encuentro. Acumular diez kilos de colada supone una contrariedad enorme, pero no voy a perder por ello mi aspecto de gran diva. Y ni hablar de agenciarme otra lavandería, estos son indolentes pero al menos no me pierden la ropa.
    Richard Estes - Times Square (2004)
    Recojo los paquetes, pago y suena el teléfono. Veo al chico recostado en la puerta esperando la propina y lo dejo estar, cuando se convenza de que no tengo ninguna intención de soltar más pasta por la jeta se cansará de hacer el mono y me dejará tranquila. Fui rumbosa hasta que pude permitírmelo, y reconozco que disfrutaba bastante viendo a tanta gente comer de mi mano, pero no es posible dilapidar cuando el chorro que sale no se renueva nunca. Daniel se ha vuelto un tacaño desde que descubrió que me veía con otros hombres.
    -¿Miss Catalina?
    -¿Quién habla?
    -Su humilde servidor, quiero proponerle un negocio.
    El chaval del restaurante continúa sujetando la puerta con el hombro, arrimo el teléfono a su boca y le hago señas de que hable. Se encoge de hombros, me alejo y hablo entre dientes.
    -Di que estamos ocupados.
    Parece que me entiende a la primera. De algún lugar de su enclenque cuerpecillo, saca un vozarrón inaudito para explicar que sus jefes no admiten recados. Hasta después de la reunión, añade, y todavía puede durar horas. De repente, le admiro infinito y hasta me siento gorda y vieja a su lado con mi caftán sobado y estas ojeras enormes. Voy hacia él y pongo dos monedas en su mano abierta. Terreno despejado, ya puedo beberme el anís.
    Daniel siempre dio por sabido lo que yo iba a buscar a otras casas, si se hubiera tomado la molestia de creerme, me consta que se habría decepcionado. Seguiríamos juntos, es verdad, pero no podría sentirse el héroe de novela que se cree ahora. Continuaría reprochándome haber participado en sesiones donde no buscaba otra cosa que flotar y perderme, pero de haber sabido lo castas que eran (en el fondo, al menos), no podría alardear ya de hombre traicionado, se le caería esa aureola trágica que, según él, le rodea desde entonces y que no le corresponde en absoluto.  Fue aquí en Nueva York, pero también en Tailandia y Venezuela, acompañando a John y a Serafín Vergara, el primo de Rosario, donde me convertí en una morosa crónica. Tengo a medio Bronx pisándome los talones y todavía he de estar agradecida por que no hayan dado con este apartamento.
    Richard Estes . Museo Thyssen Bornemisza (Madrid)
    Lo que son las cosas, mientras viví con el degenerado de Tristan seguí siendo una mujer virtuosa. Solo la desesperación consigue desbocarme. A los quince años, intenté asesinar a Rosario porque no era más que una marioneta de Alphonse, luego me cobijé entre fuegos artificiales para olvidar mi condición de semilla malograda. Consiguieron arrebatarme a la niña que Daniel y yo esperábamos como si fuese nuestra; si después de haber perdido tres hijos, hubiese engendrado un cuarto, habría acabado con mi vida antes de volver a parir.

    jueves, 20 de abril de 2017

    La Baronesa (XV)

    René Magritte - Le Model Rouge (1935)
    He decidido convertirme en niña otra vez y refugiarme, como entonces, en mi casita de muñecas, que eran seis pedazos de cartón, abrazada a Dominique, una pelota de tenis arrojada a un vertedero cercano, sobre la que había pintarrajeado unos ojos y unos labios en medio de unas hebras de lana azul, pegadas a modo de mata de pelo. Mi Dominique sin cuerpo –¿para qué? lo que de verdad define a un ser humano es la cabeza, si careciéramos del resto de los órganos nos ahorraríamos muchas calamidades– esa compañera, tan peculiar y querida, ha viajado conmigo por tres continentes unas veces en bolsa de arpillera, otras alojada en su propio departamento de un cofre-neceser de Louis Vuitton. Ahora reposa aquí convertida en gran objeto artístico, Moon’s Kiss, la célebre artista de performances, la reelaboró para mí (a un precio simbólico ya que nunca nos hubiésemos podido permitir sus tarifas), debido a la amistad que la unía a Daniel, al interés que suscitó en ella la idea en sí y, sobre todo, al afecto que la propia Dominique, tan retraída en su casi irremediable humildad, provocaba a los pocos que tuvieron el honor de conocerla en aquella, su versión original. Kiss la hizo brillar por fin, barnizando la superficie, acoplándole unos ojos de nácar con pupilas de mica, coloretes esmaltados, una falda abullonada pegada al lienzo e instalándola en una especie de vitrina con marco de escayola dorada, extraída de quién sabe qué cuadro antiquísimo, que cuelga sobre el escritorio del antiguo despacho de Daniel, el lugar más emblemático de esta humilde guarida.
    René Magritte - Faux Miroir (1928)
    Hasta las cucarachas que pululan ante mis ojos han adquirido formas suntuosas. Las imagino como yo, de puro ébano, gloriosamente cinceladas por algún artesano y dotadas de un motor invisible que les permite danzar por la atmósfera. Adoro lo negro. Y las cabezas, aunque la mía esté a punto de estallar por el exceso de presión a que la estoy sometiendo. Debería ingerir un tranquilizante y quedarme dormida hasta mañana. Los euforizantes son mis preferidos pero provocan en mí visiones aberrantes que acaban dejándome sin fuerzas.
    Mi primer hijo también nació negro, no parecía llevar ni una gota de sangre de Tristán. Como es natural, no me dejaron verlo, había que guardar las apariencias, convencer a todas las amistades y hasta a la propia madre que era yo de que, a pesar de los siete meses largos de embarazo, había tenido un aborto. Pero siempre conté con espías, todo el cuerpo de casa al servicio de Bruno, los que habían sido mis compañeros a la vez que mis sirvientes, se puso de mi lado y, aunque no estaba en sus manos cambiar gran cosa, me mantuvieron informada de lo que iba sucediendo con mis niños. Este vivió sus dos primeros años con una familia parisina, luego Tristán se lo vendió a un comandante de Texas con hijos ya mayores y una esposa menopáusica.
    (Continuará)

    martes, 18 de abril de 2017

    La Baronesa (XIV)

    He debido caer a un pozo muy hondo, floto de cara a un agujero azulado y al otro lado no veo  más que niebla. Transitan por ella unos bultos negros parecidos a cucarachas flotantes. Se balancean y giran a mi alrededor como si yo fuese el eje de una noria. Me mareo. O ellas bailan. En un lienzo emborronado levito, entonces se paran y explotan en medio de un charco de luz.
    No sé si me he desmayado o estoy borracha otra vez. Esta tarde hacía ir y venir a los barcos al compás de mis pensamientos. Después… No recuerdo más. Es de noche y solo tengo poder sobre los reflejos de la luna en las nubes, pero mi cabeza se ha vaciado y solo veo cucarachas.
    Estas de ahora son bichos aéreos que chocan entre sí como los coches de las ferias. Nunca he visto nada parecido, solo conocía cucarachas corrientes como las que correteaban en el patinillo de Henriette y se esfumaban entre los resquicios de las baldosas cuando te acercabas con la linterna.
    Salvador Dalí - La verdad te hará libre
    Jamás me he olvidado de ella ni de cómo huimos Rosario y yo dejándola a merced de aquel borracho, ni de su piel como el verdín, la grisura de sus ojeras, aquellas horquillas mal ajustadas –pues en medio de tanta miseria hasta peinarse parecía frívolo–. Fue mucho más tarde cuando empecé a calibrar el alcance de su generosidad y su resignada sumisión. Nunca dudé de que volvería y lo hice. La vivienda permanecía en pie, pero tan derrengada como lo estuvo en tiempos su inquilina. No me pudo extrañar que hubiese muerto, fue aquella soledad llegándome en oleadas lo que por poco consigue derrumbarme. Ya no quedaban niños. Ni alegría. En cambio el hambre, contumaz, continuaba allí cercando al tercer heredero. Más bien a lo que quedaba de él: un despojo de veinticinco años, con la misma expresión desencajada de entonces, que me podía recordar a duras penas. Aunque en la época no midiese más de medio metro, tenía grabado a fuego aquel día: Henriette abortó horas más tarde pero aún llegó a parir otros dos. De todos ellos, no quedaban ya más que una niña algo más pequeña que Pierre, que estudiaba enfermería de balde en una institución religiosa, y Armand, mi preferido, que volaba por ahí en su camión y del que se me habían borrado los rasgos. Los refresqué mirando la fotografía familiar, exigida por el gobierno en su día para justificar el número de niños, que Pierre había pegado con cinta adhesiva al cristal de su mesilla de noche.
    Estaba allí, de visita, con mi hija alojada en el vientre y una recién estrenada sensación de libertad tras haber conseguido dar esquinazo al déspota. Pierre parecía sinceramente emocionado dentro de su piel transparente por las penurias. Se esforzó por agasajarme, avergonzado ante tanta carencia, y yo, más abochornada aún por lo que podría considerar petulancia mía, no se me ocurrió nada mejor que llevármelo a comer a una brasserie recién inaugurada. Él se subió dócilmente al deportivo como si fuese lo más natural. Ya en la carretera, con el viento colmándonos de euforia, anuncié que le compraría todo el género que pudiese proporcionarme. Me pareció la mejor manera de ayudar a aquel chico, siempre podría deshacerme del bulto arrojándolo a los contenedores que se alineaban en la pared trasera de mi hotel. Ni pensar en colocárselo a alguno de los amigotes de Tristán y sacar mis buenas ganancias, me hubiera arriesgado a que el otro recuperase la pista con lo mucho que me había costado disolverme.

    domingo, 16 de abril de 2017

    La Baronesa (XIII)

    ¿Se puede amar a un niño antes de conocerlo por el mero hecho de ser su madre? ¿Se le puede amar, incluso, cuando te consta que no lo conocerás nunca?
    José Domínguez Álvarez - Sin título
    Nunca sabré si esto es amor. Una insatisfacción constante, seguro que sí. Herida que no cicatriza, ansia insaciable de comerse el mundo, palmo tras palmo, o de desmenuzarlo entre las uñas hasta encontrar lo que se anhela. Que no es poco: dos muchachos y una jovencita que llevan mis genes y los de un blanco sinvergüenza.
    Nos casamos un día cualquiera a las seis de la mañana en una ermita perdida en la campiña. Bruno lo arregló todo y luego se desentendió. Con mi porvenir en manos de aquel mocoso, de pronto me sentí huérfana y ese desamparo no era un buen combustible para encender la llama. Todo iba de mal en peor: ahora que se le habían cedido los derechos sobre mí, sustituyó los celos malsanos por un desprecio total a mi persona. Se creía todopoderoso, sensación que iba en aumento cuanto más se incrementaba su dominio. Con el dinero que obtuvo para comprar una casa, pequeña pero bien situada, alquiló un cochambroso apartamento en un barrio de mala muerte y el resto se lo gastó en juergas. Al principio las celebraba allí mismo, pero hasta sus visitas consideraban desastroso el cuartucho que hacía de salón y, sobre todo, les molestaba mi presencia. No es que él se olvidase de mantenerme a buen recaudo detrás del cerrojo más firme, pero no podía impedir que me pusiese a llorar a gritos. 
    José Domínguez Álvarez - Casaria e figuras de um sonho

    Se las había arreglado para vivir como un señor sin tener que dar palo al agua. A base de trampas, claro. Prometiendo jugosos sobornos, repartió entre los encargados de los establecimientos las tareas de vigilancia, gerencia y administración que le había adjudicado su padre en atención a sus responsabilidades recientes. Me consta que los seis, aparte de su sueldo oficial, esperaban sacar un buen pico por encargarse de todo manteniendo en secreto que Tristán no pisaba la tienda. Por algo era yo la que tenía que revisar los libros de contabilidad, las entradas y salidas de género, los honorarios del personal, los seguros sociales y todo lo habido y por haber. De esta forma, Tristán –sin ningún esfuerzo– fue mi segunda escuela (o mi segunda experiencia autodidacta), siguiendo, a su manera, el modelo paterno. La principal diferencia entre las dos no estribaba en los contenidos –humanísticos primero, comerciales después– sino en la angustia que ahora me atenazaba ante la posibilidad de cometer un error. Y comprobar que estuviese todo bien cuadrado no era lo más importante: una vez al mes, había que escurrir (era su expresión favorita) una cifra con muchos ceros que acabarían cayendo en sus mangas.
    También hay que contar con que no siempre tenía tiempo para sumergirme entre papeles; solo podía trabajar a gusto si mi marido se iba a jugar a la taberna, cuando volvía –borracho y habiéndolo perdido todo– se despatarraba molido en el catre y había que atenderlo. Atenderlo y recibir las consecuencias de su furia. Me pregunto si fue Bruno el que siempre se negó a volver a verme o era cosa de Tristán con el fin de ocultar mis moretones.

    (Continuará)

    viernes, 14 de abril de 2017

    Escritor, aprende a dar suspense a tus historias

    Cómo atraer la atención. El suspense y la intriga

    Existen varias técnicas para involucrar al lector en la historia, sólo así conseguirás  que no abandone  el libro hasta el final.
    La literatura idealiza la realidad
    En primer lugar, el lector ha de ver, literalmente, qué es lo que está ocurriendo: no se lo puedes contar, tienes que hacer que pase. Colócale delante a los personajes, como en el escenario de un teatro, mejor aún, como ante una cámara de cine que capte la vida real, con todos los detalles que consideres necesarios. Pero no los acumules, redúcelos a unos cuantos rasgos significativos, nunca aleatorios; y deja que la imaginación complete el resto. Crea ambiente, muestra a los personajes en su escenario, síguelos paso a paso. Explica cómo hablan, qué hacen, qué les rodea. Trata de que tu esbozo de la escena sea un complemento de la historia, no añadas datos insustanciales. De esa forma conseguirás darle vida, pues sólo lo que está vivo interesa de verdad.
    Una historia debe ser visual en el más amplio sentido de la palabra. Más que visual deberíamos decir sensorial, pues hay que implicar en ella a los cinco sentidos, huir de las abstracciones, presentar datos físicos concretos, no sólo la vista: según lo que quieras comunicar tendrás que traer a escena movimientos, gestos, olores, sonidos...
    Aprende a dosificar la información. No conviene dejar al lector en la ignorancia, a ciegas completamente, porque se aburrirá y perderá las ganas de seguir leyendo, pero tampoco hay que contarlo todo de golpe. Necesitarás combinar sabiamente lo que revelas y lo que ocultas. Enseña algo pero siempre con la mano cerrada. Hazle saber que aún queda mucho por descubrir, ve mostrándolo poco a poco e insinúa que lo que falta es lo más interesante. Y, de vez en cuando, da un vuelco inesperado a la historia.
    La literatura modifica la realidad
    Alterna las técnicas narrativas: narración, descripción y diálogo para romper la monotonía. Practica, además, otras tretas: conseguir que el lector simpatice con los personajes, introducir de vez en cuando información sorprendente, nuevos personajes o motivaciones desconocidas hasta el momento, crear falsas expectativas que acabarán desbaratándose, presentar un solo punto de vista para que el lector se pregunte qué pensarán los demás personajes, inventar acciones absurdas o descabelladas para dar luego un giro al relato y convertirlas en sensatas. Pero, si además de todo esto, puedes sorprenderte a ti mismo en algún punto de la trama, el lector se sentirá milagrosamente atrapado, pues no hay nada más imprevisto que aquello que ni el propio escritor espera.


    Verosimilitud y realidad


    Un relato ha de resultar creíble hasta el final, y esto depende no sólo de lo que cuentes sino de cómo lo presentes, de la argumentación que utilices para demostrar algo a los lectores o de cuáles son las conclusiones que estos tienen que extraer. También de la atmósfera que consigas crear. Algo fundamental, de lo que va a depender que tu trama se sustente o caiga estrepitosamente, es tener en cuenta que lo verosímil y lo real no son la misma cosa. A veces es imposible introducir en una trama un suceso tal como se produjo pues, si no se modifican  ciertos detalles, nadie podría creerlo.
    Para lograr esa credibilidad tan necesaria, tienes que proponer desde las primeras líneas un marco concreto y procurar que el lector aprenda a moverse por él. Todo depende del contexto en el que la historia se desarrolla, algo que nunca podría suceder, por ejemplo en una calle, resultará fácilmente comprensible si lo sitúas en un manicomio o en un sueño. Si estableces desde el principio las pautas de un relato fantástico, el lector estará preparado para sucesos poco comunes. Un ambiente de gánsteres, le hará anticipar hechos terribles. Todo irá bien si consigues no caer en contradicciones, lo que se te pide es coherencia entre las diversas partes del texto, no un calco de la vida diaria.
    No pierdas de vista que el lector sólo conoce aquello que está escrito, puedes contar con su complicidad, pedirle que complete aquello que sólo insinúas, pero no puedes pretender que adivine.  Las pruebas de que lo que dices es verdad tienes que aportarla tú mismo: pequeños detalles repartidos con maestría a lo largo del texto de forma que todo concuerde terminarán introduciéndole por completo en el hilo narrativo.
    La literatura esquematiza la realidadEl relato de época precisa de la documentación necesaria para que no contenga anacronismos, lo mismo ocurre con aquél que se sitúa en civilizaciones muy diferentes a la tuya, o en lugares que no has visitado y a los que quizá nunca tengas acceso (el fondo del mar, Australia, el planeta Marte). Una obra realista no puede contradecir las reglas que observas en la vida cotidiana; por el contrario, un mundo de fantasía posee sus propias leyes internas, que marca el escritor y que el lector acepta siempre que sean coherentes entre sí. El realismo mágico tiene un funcionamiento más complejo: se rige por esquemas realistas pero sus mecanismos resultan insólitos; en él, la magia, la fantasía, lo extraordinario, puede aparecer y el lector estará preparado para ello, pero existe una sutil frontera entre el mundo real y el de maravilla que sólo se mantendrá en pie si encuentras el factor clave que haga creíble el conjunto. Por ejemplo, convencer al lector de que lo que sucede está en la mente de unos individuos sencillos y crédulos, o al revés, hacerle dudar de sí mismo de lo que ve y oye, hasta que se convenza de que es perfectamente admisible aquello que al principio le parecía tan irreal.

    Y recuerda:

    Como norma general, sea cual sea el tipo de historia que escribas, has de presentar los actos cotidianos como si fueran insólitos y lo excepcional como algo corriente, de modo que el que la lea tenga la sensación de haber presenciado algo esencial para él, de que sin esa lectura el mundo hubiese estado menos completo.

    miércoles, 12 de abril de 2017

    Don Rufo bufa: A vueltas con el respeto a los creyentes

    Artículos de opinión heterodoxaTodo eso del respeto a los creyentes me suena a música ratonera -una expresión que no uso desde mi infancia, por cierto-. Empecemos por definir términos, ¿quiénes son, en realidad, los conocidos como creyentes? Así, en general, el término podría referirse a todos, porque todo el mundo cree algo: que sus hijos son encantadores, que nunca le tocará la lotería, que ha subido el precio del pan... Aquí, sin embargo, el ámbito significativo se ha restringido hasta abarcar únicamente a aquellos que tienen una religión o siguen algún tipo de doctrina de carácter sobrenatural o místico. Es decir, son creyentes quienes están convencidos de algo que, en principio, la ciencia no ha confirmado o rechaza. ¿Hay motivo para respetar a personas cuyas creencias no están demostradas sino más bien todo lo contrario? Efectivamente, hay motivo para respetar a esas personas, precisamente porque son personas, al margen de las creencias que tengan. Esto es lo que se especifica en la Declaración de Derechos Humanos, en la Constitución Española y en cualquier otro manual legislativo que tenga en cuenta la dignidad del ser humano, de todos, sin tener en cuenta su raza, sexo, religión etc.
    ¿He dicho que hay que respetar a las personas? Pues voy a repetirlo por si acaso no ha quedado claro: todas las personas merecen un respeto. Todas. Al margen de sus creencias. En consecuencia, si estas personas no creen en ninguna religión, si son ateos, agnósticos o mediopensionistas, incluso si creen que Bambi les visita mientras duermen, hay que respetarlas igual. Porque, insisto una vez más, son personas. Y sus pensamientos, así como su adscripción a un grupo determinado, no las convierte en menos dignas. Los ateos en concreto sostienen la hipótesis más avalada por la ciencia actual, no creo que eso sea motivo para menospreciarlos. Ni a ellos ni a sus creencias que, en este caso como decimos, más que creencias son hipótesis contrastadas con la realidad y confirmadas.
    Llegados a este punto, vamos a distinguir entre creencias y creyentes. Los señores creyentes son seres humanos y, por tanto, respetables. La sagrada orden de la hamburguesa a mí, permítanme, me da mucha risa. Respeto infinito a quienes creen en lo que sea, en papa Noel, en las hadas de los cuentos, en que Maradona es de naturaleza divina, pero tendrán que disculparme si las historias que me cuentan me hacen gracia. Quienes las inventaron debían tener mucho sentido del humor y yo soy un ser humano con capacidad de asimilar la vena cómica de las historias y con todo el derecho a reírme de lo que me hace gracia. He dicho “de lo que me hace gracia”, con el pronombre en género neutro, es decir, “de las cosas que me hacen gracia”, nunca de las personas.
    penitentes en procesión
    Pero resulta que, igual que no tengo derecho a reírme “de los que no piensan como yo”, tampoco tengo derecho a denunciarlos, ni a faltarles al respeto, ni a divulgar sus comentarios si estos defienden sus creencias (ateas) y son, por tanto, legítimos. Mucho menos a condenarlos o encarcelarlos. Los señores ateos tienen el mismo derecho a que se respeten sus creencias que los señores creyentes. Y mofarse de una creencia ataca solo a la creencia, pero calumniar, divulgar contenido privado, procesar, imputar, condenar ataca directamente a la persona de carne y hueso. A esa que, según toda la legislación occidental aprobada en las convenciones internacionales tenemos el deber de respetar. El derecho a que se nos respete como personas es inviolable, aunque no creamos en seres fantasmales, aunque nos chanceemos de esos seres –no de quienes creen en ellos, que eso es cosa distinta–. Es cierto que las creencias de los no creyentes son mucho menos divertidas, pero da la casualidad de que la ciencia les da la razón y eso molesta infinito. Sin embargo, y por mucho que moleste, hay que recordar que también los ateos son personas.
    Una cosa está clara. Los legisladores establecieron mecanismos de respeto a los creyentes porque, se suponía, estaban discriminados en relación con el resto. No invirtamos ahora las tornas y pensemos que los que no tienen una creencia de carácter sobrenatural merecen menos respeto. Hay que respetar a todos, creyentes y no creyentes, paisanos y foráneos, bebés y adultos, mujeres y hombres. A ver si empezamos a poner las cosas en su sitio y no hacemos demagogia descarada para arrimar el ascua a la sardina que más nos convenga en cada momento.
    Mucho cuidado con no respetar a las personas. Si yo me mofase de una creencia, por mucho que moleste a sus catecúmenos, estos siempre quedan incólumes, mi burla no les perjudica en absoluto y, si tienen la piel especialmente fina, peor para ellos. En cambio, imputar, detener, juzgar, condenar o, simplemente, impedir la libre expresión de quienes piensan distinto es una persecución en toda regla. Se les expone en la prensa, se les difama, se pone en tela de juicio su honor, se ataca su dignidad, se les obliga a temer por su libertad, incluso se les puede privar de ella. Esto sí es un ataque, eso es no respetar a todos los creyentes. A los que creen que dios no existe, a los que creen que un dictador actuó de tal forma y tal otra, en una palabra, a los que no piensan lo mismo que los cerebros dominantes. Atacar la libertad de expresión significa atacar a la gente. Expresarse libremente es sinónimo de atacar puras ideas, y son esas las que se pueden atacar, incluso deben atacarse, para que circule el aire puro, se renueve la ideología y entre el oxígeno a raudales. Que últimamente huele ya mucho a rancio.

    lunes, 10 de abril de 2017

    Paterson (2016)

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    Ni perfección técnica ni efectos especiales ni apabullantes presupuestos. Al cine actual le pedimos algo muy sencillo: que respire verdad, no queremos otra cosa de él. Algo tan novedoso y revolucionario como eso, nada de cortas-y-pegas de la historia del cine, de repetir fórmulas exitosas, de calcular minuciosamente el porcentaje de cada elemento en juego, de eludir aquello que –se prevé- disminuirá el número de espectadores, apartarse de lo considerado minoritario, aplicar criterios rigurosamente comerciales, de…
    La vida suministra historias extremadamente sencillas a las que solo hace falta poner al menos un poco de alma, mimarlas y quererlas. Con esos mimbres, el buen hacer del auténtico cineasta aportará lo que sea necesario.
    Un matrimonio joven. Él trabaja, ella no. Se quieren. Ambos, sin saberlo, poseen un alma sensible. Son felices a su modo. Mejor dicho, son felices en unas condiciones que la mentalidad de hoy día consideraría fuente de todas las desdichas. No poseen más que lo imprescindible, el medio que les acoge es esencialmente feo: una ciudad anodina, una vivienda pequeña y no demasiado confortable. Para ganarse el pan es preciso madrugar, llevar a cabo un trabajo tan rutinario y poco agradecido como es el de conductor de autobús. Día tras día, el protagonista contempla las mismas calles, idéntico panorama, hasta las caras de los pasajeros se repiten. La melancolía se adueña de los días. Parece que nos hallamos ante una historia triste. Pero ellos son felices porque nada les impide soñar.
    Cada uno a su modo, uno en su simplicidad teñida de lírica, la otra con su manía decorativa monotemática y sus anhelos de grandeza se elevan sobre su vida cotidiana. El mundo nunca es como es, todo depende del color del cristal: se puede ser profundamente infeliz teniéndolo todo y viceversa.
    Resultado de imagen de paterson peliculaPorque Paterson –sí, se llama igual que la ciudad donde vive; es plano y sin relieve hasta su nombre– Paterson, decía, posee algo único e irrepetible: una libreta. No una cualquiera sino la suya, esa en la que anota los poemas que se le van ocurriendo, un verdadero tesoro. También tiene otra cosa, admiración incondicional por un poeta que habitó en su misma ciudad: William Carlos Williams. Vivir con eso dentro de uno es algo maravilloso que no está al alcance de cualquiera, y solo quien lo experimenta lo sabe.
    Habrá quien piense que al personaje le sobra algo, los molestos viajeros de cada día. Pero hasta eso depende del enfoque de cada cual: él los ve como un entretenimiento, fuente de amenos diálogos, eternos proveedores de historias.
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    La pareja convive con un perro, tan encantador como feo, tan peculiar como antipático, que tiene a su cargo el único giro argumental de importancia.
    Un casting acertado, unas interpretaciones más que convincentes y una fotografía estilizada, que acentúa la impresión de simplicidad, completan el efecto.
    Jarmusch consigue algo casi insólito: que a base de minimalismo, con solo un puñado de elementos, el espectador ni siquiera pestañee. Precisamente por eso, puede que sea una película para ver, por lo menos, dos veces. No porque nos hayamos perdido nada, al contrario, debido a una desnudez de recursos que, al pillarnos desprevenidos, nos impedirá asimilarla por completo hasta que ya es demasiado tarde.


    ·         Director: Jim Jarmusch
    ·         Reparto: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Sterling Jerins, Luis Da Silva Jr., Frank Harts, William Jackson Harper, Jorge Vega, Trevor Parham, Masatoshi Nagase, Owen Asztalos, Jaden Michael, Chasten Harmon, Brian McCarthy, Jared Gilman, Kara Hayward
    ·         Guion: Jim Jarmusch
    ·         Fotografía: Frederick Elmes
    ·         Año: 2016
    ·         País: Estados Unidos
    ·         Duración: 113 minutos
    ·         Género: Drama