-Un café
con leche, por favor.
-¿En taza
o en vaso?
-En taza si
puede ser, me molesta un poco quemarme.
La cafetería
del colegio electoral aparecía más bulliciosa que nunca. Unos habían visitado
ya su aula correspondiente, otros aún reuníamos fuerzas. Había decidido no
desayunar en casa. Evitaba cualquier excusa que retrasase el momento crucial. Jamás
había ocurrido nada, pero ¡quién sabe! Como alguna vez dijo alguien, Perogrullo
probablemente: “Hoy es hoy”.
-¿Algo
más?
-¿Croissants
tiene?
-No.
¿Caracolo, viena, zapatilla, bolluco?
-Pues…
Acodada en
la barra a mi izquierda, con su copa de vino y una larga melena rizada, la
mujer que no dejaba de observarme decidió meter baza por fin.
-El
caracolo, elija el caracolo.
-¿Está
rico?
-Es un pan
redondo, que sirven tostadito, con mantequilla y mermelada. Mucha gente lo pide
aquí.
-Vale… póngame
un caracolo.
-Le ha
costado ¿eh?
-Es que
estoy aquí de paso y no conozco las costumbres. A mí, lo que me va para
desayunar son los churros y las porras.
-Yo
desayuné hace horas. Ya he votado y todo.
-…
-¿No será usted
de Madrid?
-Sí…
-Lo sabía,
el acento no engaña. Yo viví un año en San Blas y dos meses en La Elipa. Aquí hay churros en muchos sitios pero a mí nunca me han hecho gracia. ¿Va a votar
ahora?
-Voy a
intentarlo…
-Jaja, ¡qué
graciosa! Y, dígame, ¿cuál es el favorito?
-¿De
quién?
-¡De quien
va a ser! De los de Madrid.
-Supongo
que habrá de todo. Últimamente hay mucha gente entusiasmada con Manuela.
-¿Quién es
esa? ¿Una mujer mayor?
-Sí. Una
jueza jubilada que inspira confianza y respeto.
Alguien la
tocó el hombro al pasar: “Hola, Rita, ¿dónde has dejado al marido?” “No está
aquí, anteayer se fue a Gironda para echar un vistazo a lo suyo”. “¡Ah, bueno!
¡Qué vaya bien!”
-Me
molesta esa gente que finge interesarse por ti y no les importas una mierda. –Comentó
Rita dirigiéndose a la camarera que secaba un plato frente a ella sin dejar de
mirarla.
-Desde
luego, –respondió la otra- no son más que puercos chismosos que se dedican a
desollar a todo el mundo.
-Nunca se
paran a hablar conmigo, y eso que les conozco de toda la vida.
-Te
preguntan por tu marido para ver qué contestas y después largar todo lo que
puedan y más.
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Café Montmartre - Santiago Rusiñol |
-La verdad,
me ha gustado que se interesen por él. Pero…
Me pareció
que no hablaban de lo mismo. Pero yo venía de otro planeta y debía mantenerme
discretamente al margen. La camarera se apartó y Rita
volvía a ocuparse de mí.
-La gente
mayor debería retirarse para dejar paso a los jóvenes.
Ella no
aparentaba mucho menos que la candidata a la alcaldía de Madrid. Parecía una
muñeca antigua, con falda estampada y chaqueta de ganchillo, cuyo rostro ha ido
envejeciendo a la par que el de la niña a la que perteneció en otra época.
-Pero Carmena ya estaba retirada, han sido esos jóvenes los que han ido a reclamarla.
-¿A qué
partido representa?
-A
ninguno. Su principal reclamo es la honestidad.
-¡Humm! Yo
tengo 65 pero me retiré nada más cumplir los cincuenta. Cuando trabajaba, creía
que vivir sin hacer nada iba a ser terrible. Luego me accidenté y olvidé hasta
cómo me llamaba. Pedí la invalidez, pero no había cotizado bastante. Trabajaba
con un hermano mío que, con eso de que éramos familia, nunca me dio de alta.
-Pues
¡vaya forma de demostrar que son hermanos!
-Ya. Tuve
que buscarme un abogado que me sacó los dineros y no hizo nada por mí. Luego,
me aconsejaron acudir a la trabajadora social y ella me consiguió una pensión
no contributiva de esas. ¿Sabe de lo que le hablo?
-Sí,
claro. La que le dan a los que no tienen derecho a otra.
-Suponía muy
poco dinero, pero mientras tanto me había recuperado algo y me puse a cuidar
ancianos con Alzheimer. Me fue tan bien que reuní lo suficiente para comprarme
un apartamento por aquí cerca. ¡Menos mal! Desde que me separé de mi primer
marido me había quedado sin nada.
-¿Y recuperó
la memoria?
-Más o
menos. A veces tengo ausencias y se me olvida dónde estoy, pero lo arreglo
respirando hondo y echándole paciencia.
-Entiendo.
Ha aprendido usted a convivir con su problema.
-Ya ve...
Al final, tuve que dejar de cuidar viejos. Perdí las fuerzas cuando mi hijo
entró en la cárcel y el cáncer se llevó a mi hermano al otro barrio. No al que
me estafó, a otro más joven. Vivía en mi casa, él y mi hijo eran toda mi vida,
así que me entró una depresión terrible. Si quisiera, aún podría seguir
trabajando, se me daba bien, por aquí me conocía mucha gente, algunos todavía me reclaman, pero ya no quiero saber nada de viejos
chiflados. Entonces disfrutaba pero es una tarea muy dura.
-Me lo
imagino.
-¿Qué? ¿Le
ha gustado el caracolo?
-No está
mal.
Un bollo
de pan insípido y algo seco, que contrastaba desagradablemente con la mermelada
que había untado por encima. Estaba preguntándome dónde le veía ella la gracia
cuando soltó:
-Estaba
segura de que le iba a gustar. En cambio yo no puedo soportarlo.
Me dejó
estupefacta.
-¿No le
gusta a usted el caracolo?
-Nada de
nada.
Saqué un
billete del monedero, mejor no seguir indagando.
-¿Sabe? Me
ha encantado sincerarme con usted. Como lo más seguro es que no volvamos a
vernos… Eso ayuda a veces. A los del rincón aquel, en cambio, jamás les contaría
mi vida.
-Son
conocidos suyos, ¿no?
-Precisamente
por eso. Yo vivo aquí, a la vuelta.
-También
yo me alojo cerca, pero soy bastante despistada. Si no le digo nada, salúdeme cuando
nos crucemos por el barrio.
-A mí me
pasa lo mismo. Hasta más ver ¿eh?
Y allá se
quedó, pensativa, con un poso de tinto ensuciando el fondo de la copa.