Blanca está sentada en su escritorio anotando cifras en el Excel. Un mechón se le desparrama por la mejilla izquierda. Cuando se ha parido, aunque haga ya tantos años, cualquier mohín se anota y se identifica casi sin dudar. Cree que ha llorado esta tarde, que le abruma tanta responsabilidad, la gente a su cargo, los presupuestos, ve como su vida se mide por gestos controlados, medidos al milímetro, pero solo por fuera. Su cabeza palpita alocada, tiene que adelantarse a lo que le exige una actividad que, por otra parte, adora. Sin ella esa alegría que desprende se esfumaría en pocos segundos.
Su Blanca. Tan llena de proyectos, tan enamorada, tan amable y cariñosa con los suyos. A veces teme que algo se tuerza en ese panorama sin fisuras. Y, como siempre que esos fantasmas la acosan, vuelve a ver el cuarto vacío, la cuna revuelta, el cajón sin juguetes, las perchas todavía balanceándose. Alguien entró y la niña ni siquiera dio un grito. Eso es lo que le dio la pista de que debía ser algún conocido: sabía dónde estaba cada cosa, cada persona, ella trabajando en el jardín, la bebé acostada, su maletita en el lado derecho del ropero.
A los diez minutos la casa estaba llena de agentes recorriendo pasillos, haciendo preguntas. "Lo siento, no he visto a nadie pero tiene que haber sido una persona de confianza" "¿Usted confía en secuestradores, señora?" "No, no, quiero decir..." Ni sabía por dónde se andaba, todo era confusión y nervios. Llegó Tomás, sus padres, su hermano Fede. "No puede estar muy lejos, que vaya, cada uno en su coche, en todas las direcciones posibles". ¡Qué absurdo! pensó ella, repartirse las zonas sin saber a quién se está buscando ni dónde. Se quedó sola, temiendo escuchar el timbre del teléfono, imaginando una voz cavernosa que exigía una suma inverosímilmente alta. "Has visto demasiadas películas" pensó, y era verdad.
Blanca se levanta, corre a su habitación y al rato vuelve con el pelo mojado y taconeando. "No tengo tiempo de peinarme, que se seque al aire él solo". Es tan evidente que está contenta. ¿Qué habría sido de ella si no la hubieran encontrado?
"Señora, un crío de quince meses se olvida de su familia en menos de un año. Ustedes tardarán un poco más, pero los niños cambian mucho, así que deben darse prisa." ¿Prisa? Si estoy paralizada, no hay nada que podamos hacer, ya hemos buscado por los alrededores, visitado a todos los conocidos, llamado a hospitales, agencias de viaje, aeropuertos. "Primero, haga memoria y luego apúntelo todo. Una lista de potenciales..." "¿Secuestradores? Pero como voy a poder escribir un solo nombre. Si sospechase remotamente que alguien es capaz de hacerme algo así, no le permitiría ni acercarse a nosotros." "De acuerdo. Usted coja un boli y piense, se sorprenderá de lo que puede recordar a poco que se esfuerce".
Recordó. Y no solo eso, puso a la policía sobre la pista de aquella peluquera sin escrúpulos que vivía a cientos de kilómetros. Un detalle minúsculo le vino a la mente en cuanto se sentó con su libreta, pero le habían asegurado que nada, nada de lo que pudiese aportar les parecería irrelevante y mucho menos motivo de burla. Una tarde en la piscina, Camelia había asegurado que en la zona donde trabajaba había potentados que darían millones por cualquier crío de menos de tres años. Se ruborizó al contárselo al agente, pero él se sentó y la acribilló a preguntas. Entonces, aquella urbanización de lujo con salida directa al mar, repleta de yates y coches de alta gama que tantas veces le había descrito la ladrona se le apareció con todo lujo de detalles sin haberla visto nunca. "¿Habrá cogido un avión?" preguntó Tomás. "No señor, eso habría levantado sospechas, además esa vía ya está investigada, ha debido salir por carretera".
En un taxi. Camelia había contratado sus servicios días antes de llevarse a la niña, le compensaba haberse gastado un dineral. La policía de allá peinó la zona y no les costó gran cosa encontrarla. Lloraba fingiéndose arrepentida, le dijeron. Lágrimas de cocodrilo, claro. Le cayó la pena que se merecía antes de que llegase a cerrar ninguna operación, aunque había tanta competencia por quedarse con Blanca que más que venderla la estaba subastando. A su hija, esa mujer que ahora sale sin apenas despedirse, abre la puerta de su deportivo y arranca a toda velocidad.
"Solo deseo que todo le vaya bien, su vida es demasiado perfecta, nunca ha tenido ningún contratiempo, salvo aquel que ni siquiera recuerda, y por suerte solo duró una semana. Una felicidad tan completa no parece natural, tengo miedo de que se haga añicos cuando menos me lo espere."