Es inevitable, y hasta encomiable, que una serie de actos
delictivos, además de denigrantes para la especie, protagonizados –para más
inri– por los autodenominados modelos de moral y justicia en nuestra sociedad
judeocristiana, sean aireados y denunciados por el arte para suscitar la reflexión
y repulsa del público. No obstante, en este caso concreto, tan repulsivo como
delicado de abordar, además de atroz, inhumano y monstruoso, me surgen las
dudas. Me molesta, incluso, que se informe de ello en los medios con toda
naturalidad, como si fuese una noticia más entre otras. Pero nada –ni siquiera el
homicidio– repugna tanto a nuestra dignidad de seres humanos y, por tanto, nada
merece tanto nuestro silencio como esos atentados vergonzosos. Porque guionizar
y representar algo dejando que forme parte de la lista de argumentos posibles y,
de ahí, pase a integrar, quizá, la nómina de subgéneros dramáticos del cine o
la literatura, supone normalizar su existencia, banalizarlo de algún modo, olvidar
el respeto debido a los derechos inalienables de nuestros menores de edad.
Castigar, juzgar, condenar y encarcelar es un cosa,
propagar lo ocurrido a diestro y siniestro, otra muy diferente. Por eso, no
tengo más remedio que aplaudir el enfoque de esta película que da a conocer un
conjunto de episodios de forma puramente enunciativa, sin entrar en detalles ni
otorgar al morbo ningún protagonismo. Esto es así porque, al centrarse en la
investigación periodística, aparta del primer plano los hechos en sí mismos
focalizando la atención en los culpables, en la necesidad urgente de que sus
delitos no queden impunes, en la radical inmoralidad de los hechos, así como en
las consecuencias traumáticas producidas en las víctimas.
No podría decir si fue esa delicadeza lo que vio en
Spotlight el jurado de los Oscar, y el público que ha acudido masivamente a
verla, o si fue la fidelidad a la historia, la magnífica interpretación
actoral, el guión impecable, la fotografía o la puesta en escena.
Probablemente, todo en uno. Aunque, he de decir, ejemplos de buen cine los ha
habido a toneladas a lo largo de su historia, mucho menos, películas que salgan
airosas tras internarse en terrenos tan escurridizos como el que trata, que nos
indignen, que estimulen nuestro espíritu crítico sin decir una sílaba ni añadir
un fotograma más de lo conveniente. Esto es, de verdad, oro puro, algo muy difícil
de encontrar en la ficción de todo tipo que conforma nuestro acervo hasta hoy.
Todavía va más allá, ya que no se trata de un relato
maniqueo. Aunque de forma algo idealizada, se ciñe a lo que recogen las
crónicas y eso supone poner en tela de juicio a los propios paladines de la
justicia, señalar que alguno de esos periodistas –que se dejan la piel luchando
contra el viento y marea del secretismo, poniendo en peligro trabajo, prestigio
y todo lo que han conseguido tras tantos años de bregar con la actualidad diaria–
no lo hizo siempre así de bien, que traspapeló la información años antes, probablemente
por cobardía y desidia, desperdiciando la oportunidad de que se hiciese
justicia en su momento.
(Con el apelativo de Spotlight
se denominó en su día a un grupo de periodistas de élite de la plantilla
del Boston Globe que en 2002 decide investigar un número inaudito de casos de
pederastia ocurridos en la ciudad y protagonizados por sacerdotes obteniendo por ello el Premio Pulitzer un año
más tarde).
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Director: Thomas
McCarthy
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Reparto: Mark
Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber, John Slattery, Stanley
Tucci, Brian d’Arcy James, Gene Amoroso, Billy Crudup, Elena, Wohl, Doug
Murray, Sharon McFarlane, Jamey Sheridan, Neal Huff, Robert B. Kennedy, Duane
Murray, Brian Chamberlain, Michael Cyril Creighton, Paul Guilfoyle, Michael
Countryman
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País: Estados Unidos
·
Duración: 121 minutos
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Guión: Thomas
McCarthy, Josh Singer
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Música: Howard Shore
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Fotografía: Masanobu
Takayanagi
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Género: Drama