La estaba esperando en la puerta del ascensor. Intentó bajar por la escalera, pero él la agarró del brazo con firmeza, aunque intentando parecer amistoso.
- Está enferma, ¿verdad? La escucho toser todas las noches.
Ella le quitó importancia a lo suyo.
- Sí, es un problema crónico, por fumar. Da lo mismo, de lo que no tiene remedio no hay por qué preocuparse.
-Pero mujer. Claro que lo tiene, yo he pasado por lo mismo y ahora estoy curado, ¿sabe quién es mi médico?
-Sí. El doctor Peña. Somos vecinos de escalera y nos pertenece el mismo especialista.
Estaba encerrada en la cabina con aquel tipo que olía a rancio -a aguardiente o algo peor- y aún quedaban trece pisos de escucharle decir sandeces y de aguantar esa sensación de secuestro.
-¡Ah! El bueno de Peña. No le quito mérito pero no me refería a él.
Bajó la voz y sus palabras salieron silbando. Pretendía parecer misterioso pero sonó como si escuchase a una serpiente.
-Ha sido dios quien me ha curado, ¿sabe? Solo tiene que rezar. Rezar con fe, por supuesto.
-Pues no va a poder ser, porque la fe se tiene o no se tiene. Lo siento por mí.
Y todavía andaban por el sexto piso. ¿Es que no había un solo vecino en todo el inmueble que apretase el botón de bajada? Le urgía que alguien abriese esa puerta antes de que le diese un síncope.
-¿Ah! que no cree en dios.
Con ese mismo tono podría haber afirmado que Ana era un ser con dos cabezas o que tenía alas en lugar de omóplatos. Luego se quedó pensativo.
-Bueno... algo podrá hacerse.
Misión cumplida: había conseguido alarmarla.
¿Qué quiere decir?
-No se preocupe, deme un año de plazo.
¿Un año? ¿Para qué?
Nunca el suave topetazo del ascensor frenando en la planta baja le había producido tanto alivio. La puerta se abrió y ella salió la primera, mejor dicho huyó en dirección a la puerta principal como si la estuviese persiguiendo el demonio.
Pero su voz aún podía alcanzarla:
-Veintiocho de febrero, recuerde la fecha de hoy. Rezaré por su salud desde el otro lado de la pared que nos separa y de aquí a un año habrán desaparecido sus síntomas.
- Está enferma, ¿verdad? La escucho toser todas las noches.
Ella le quitó importancia a lo suyo.
- Sí, es un problema crónico, por fumar. Da lo mismo, de lo que no tiene remedio no hay por qué preocuparse.
-Pero mujer. Claro que lo tiene, yo he pasado por lo mismo y ahora estoy curado, ¿sabe quién es mi médico?
-Sí. El doctor Peña. Somos vecinos de escalera y nos pertenece el mismo especialista.
Estaba encerrada en la cabina con aquel tipo que olía a rancio -a aguardiente o algo peor- y aún quedaban trece pisos de escucharle decir sandeces y de aguantar esa sensación de secuestro.
Giorgio de Chirico |
Bajó la voz y sus palabras salieron silbando. Pretendía parecer misterioso pero sonó como si escuchase a una serpiente.
-Ha sido dios quien me ha curado, ¿sabe? Solo tiene que rezar. Rezar con fe, por supuesto.
-Pues no va a poder ser, porque la fe se tiene o no se tiene. Lo siento por mí.
Y todavía andaban por el sexto piso. ¿Es que no había un solo vecino en todo el inmueble que apretase el botón de bajada? Le urgía que alguien abriese esa puerta antes de que le diese un síncope.
-¿Ah! que no cree en dios.
Con ese mismo tono podría haber afirmado que Ana era un ser con dos cabezas o que tenía alas en lugar de omóplatos. Luego se quedó pensativo.
-Bueno... algo podrá hacerse.
Misión cumplida: había conseguido alarmarla.
¿Qué quiere decir?
-No se preocupe, deme un año de plazo.
¿Un año? ¿Para qué?
Nunca el suave topetazo del ascensor frenando en la planta baja le había producido tanto alivio. La puerta se abrió y ella salió la primera, mejor dicho huyó en dirección a la puerta principal como si la estuviese persiguiendo el demonio.
Pero su voz aún podía alcanzarla:
-Veintiocho de febrero, recuerde la fecha de hoy. Rezaré por su salud desde el otro lado de la pared que nos separa y de aquí a un año habrán desaparecido sus síntomas.
Giorgio de Chirico |
ALGUNAS PERSONAS INSULTAN CONSTANTEMENTE NUESTRAS CONVICCIONES ATEAS Y NADIE LES PONE UNA DENUNCIA. LOS NO CREYENTES NO TENEMOS TAN MAL GUSTO.
TODO MI APOYO A WILLY TOLEDO, AL QUE SE ACABA DE NOTIFICAR UNA ABERRANTE SENTENCIA
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