Por si algún extraterrestre tuviese la
ocurrencia de leer esto, o algún lector de este mundo nuestro pasara por aquí
dentro de algún tiempo, empezaré explicando que ayer 17 de agosto –el ayer del
día en que me dispongo a escribir este artículo– se produjo un atentado en
Barcelona, ciudad culta y cosmopolita que todos los españoles admiramos. En
realidad, hubo dos atentados yihadistas
en Cataluña en un plazo muy corto. El
atropello múltiple, que se produjo a las cinco de la tarde y dejó un saldo
de trece muertos (por ahora) y más de un centenar de heridos, en pleno paseo de las Ramblas atestado
de turistas y autóctonos que disfrutaban de la tarde veraniega y se vieron
perseguidos por una furgoneta durante unos seiscientos metros, en zigzag y a
velocidad vertiginosa, con premeditación y alevosía evidentes; y la escaramuza que tuvo lugar unas ocho
horas más tarde en Cambrils –bella ciudad
costera de la provincia de Tarragona– entre
la policía y cinco presuntos terroristas armados, a quienes se abatió para
evitar males mayores. Pueden leer una relación de hechos –esquemática pero
clara y completa– en este reportaje de La Vanguardia.
No creo en las señales. Si creyera las
vería por todas partes, pero mi testarudo raciocinio me indica que se trata de
meras casualidades, sin más significado específico que el que tenga a bien
ponerle la mente que las observa. Pues bien, en este preciso momento tengo dos
libros a medias, una novela de SalmanRushdie y una recopilación de
conferencias del escritor israelí Amos Oz titulada Contra el fanatismo. Conocemos la atracción de Rushdie por los mitos, su defensa de la razón en detrimento de la fe, su adscripción a ideales
que impliquen tolerancia, civilización y diálogo, su condena del oscurantismo pero,
sobre todo, su afán por convertir en arte los demonios heredados de sus
ancestros.
“… le enseñó que el jardín era la
expresión exterior de una verdad interior, el lugar donde los sueños de
nuestras infancias colisionaban con los arquetipos de nuestras culturas y
creaban belleza.” (Dos años, ocho meses y
veintiocho noches, S.R.)
El mundo sería más habitable si
abandonásemos la perversa costumbre de
hacer un dogma de fe de cada historia inventada en un pasado remoto y las
valorásemos como lo que son: los balbuceos poéticos del género humano, fábulas
para soñar despiertos, hermosos cuentos para niños de todas las edades.
Oz, por su parte, disertando sobre la
cuestión que nos ocupa, va directamente a la raíz:
“Se trata de una lucha entre los que
piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es
más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida
tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos.” (Contra el fanatismo, A.O.)
Estoy de acuerdo con él en que lo prioritario es conservar la vida –la
de todos– pero encuentro cierto maniqueísmo en la dualidad fanático-no fanático. A ese respecto, pienso que todos deberíamos
hacer examen de conciencia, y cuando digo todos
no estoy pensando en el sufrido ciudadano que trata de vivir lo más
dignamente que puede con los recursos y circunstancias que le han tocado en
suerte, sino a los que tienen alguna responsabilidad en el reparto de la
violencia que se está produciendo en el planeta. Estoy hablando de bloques. No
solo en Barcelona, ayer, a las cinco de la tarde, sino continuamente y en cualquier
latitud se atenta contra la vida de
inocentes. El hambre, las
desigualdades sociales, las guerras y todos los desastres producidos por seres
humanos proceden también del fanatismo –fanático
y soberbio es el poder que se impone por la fuerza disfrazado de verdad
objetiva– y también tiene en su haber millones de muertos. Occidente debería evitar
su exceso de auto-indulgencia y contemplar la idea de fanatismo en su sentido más
amplio. Además del fanatismo religioso,
existe el de la codicia, la adoración por el dinero, el culto a la dominación,
la fe en la manipulación de las mentes por medio de propagandas sibilinas. Creemos
desear la paz, pero mientras se nos induzca a contemplar al otro como enemigo, mientras
nadie intente acercar posiciones, comprender qué es lo que provoca el enfado y la
desconfianza mutuos, mientras el poder no manifieste la menor intención de remediarlo,
continuaremos en guerra permanente por mucho que cerremos los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Explícate: