7 : AM
Aquí sigo. Tumbada donde Gonzalo me dejó anoche después de
manosearme a conciencia, con el espíritu alborotado y los nervios a flor de
piel provocados por la ansiedad de estar a punto de embarcarse en la aventura
de su vida, por decirlo como yo lo veo, o de abandonarse en manos de un destino
incierto y traidor según sus propias palabras. No sentir la necesidad de dormir
es una ventaja, no cabe duda, las ideas surgen, se complican y adensan, mi capacidad
de observación carece por completo de límites, no hay periodos de modorra ni descensos
de atención, puedo estar siempre alerta y no perderme ni un detalle de lo que
me sea dado presenciar.
Los humanos duermen. No sé si por costumbre, afición o necesidad.
Horas y horas, que paso reflexionando en la oscuridad, algo aburrida, hasta que
él, Gonzalo, enciende la luz del cuarto de baño y se arrastra como un sonámbulo
en dirección a la ducha mientras yo me recreo contemplando en el espejo mi
imagen pizpireta. Soy verde, contundente, suave, resbaladiza y espumosa. Huelo
de maravilla, además. El mayor de mis placeres consiste en deshacerme en manos
de ese gigante que duda entre abandonarme para siempre o dejarme atravesar con
él un océano que, por desgracia, ha perdido su carácter misterioso.
La culpa, naturalmente, es de la ciencia. No niego que sea
útil pero, de una forma u otra, termina aniquilando la magia.
Saldré de dudas muy pronto, la decisión está al caer. En
Méjico le espera el amor y la posibilidad de rodar su primera película. Un
panorama demasiado tentador para escabullirse como es su costumbre. Nadie se lo
pensaría dos veces, pero este hombre es tan pusilánime. No sé qué más tiene que
ocurrir para que se convenza. El mundo es tuyo, le susurro cada vez que rozo
sus orejas, pero le conozco bien, sé que el miedo a lo desconocido le atenaza, que
a veces queda paralizado por el pánico, las piernas agarrotadas y las pupilas
fijas en la lamparita que ilumina el espejo. Esta batalla se libra entre el
miedo y él, nadie más puede intervenir. Veremos quién vence. Hace tiempo que
hice mi apuesta.
Ella, Guadalupe, al contrario que su amado, es menuda,
temeraria y morena. Con su metro y medio escaso y la melena al viento ha
conquistado Centroamérica, Europa y un pedazo de Estados Unidos. Su productora
comienza a estar en boca de los directores de peso, su chequera se abulta cada
día que pasa, los contratos millonarios y las grandes figuras dan paso a más
personalidades, nuevos proyectos, cada vez de mayor envergadura, a contratos
con cifras aún más vertiginosas. Un círculo virtuoso que amenaza con engullir
el mundo del celuloide. Y Gonzalo puede situarse en su centro, convertirse en
su eje, amar y ser amado. Un caramelo al que solo haría ascos alguien que hubiese
perdido el juicio.
Ya estoy viendo los titulares: “El gran actor, Gonzalo Burgos,
ha obtenido un enorme éxito en el estreno de…” Reconozco que soy algo
fantasiosa, que me falta experiencia de la vida. Mi mundo se reduce a estas
cuatro paredes, mi horizonte es Gonzalo, mi futuro consiste en esperar.
Pero ¡calla! Ahí viene. Más pálido y taciturno que nunca. Sueña
bajo el chorro con los ojos cerrados, me aprieta contra su pecho como si yo,
pobre de mí, fuese esa tabla de salvación a la que necesita agarrarse con
urgencia.
10 : PM
No me ha permitido acompañarle. He visto cómo atravesaba el pasillo arrastrando la maleta sin ni siquiera acordarse de
mí.
Me iré consumiendo poco a poco, de pena, aburrimiento,
soledad.
¡Qué no daría por presenciar sus éxitos, contemplar
aquellos parajes, ser testigo de su historia de amor!
¿Quién será el intruso que viene a molestar a estas horas?
Una llave que araña la cerradura, pasos…
Es él. Sin equipaje, con la mirada vidriosa y apestando a
ginebra de garrafa.
Moriría por consolarle pero me es imposible: no soy más que
una humilde pastilla de jabón.
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