Perderse en el rastro infinito del océano.
Aspirar la húmeda arena.
Dejarse enceguecer por el sol de mediodía,
conmover por llantinas y ladridos
y gritos de triunfo entre las olas.
Pero la tarde es ya gris tras la ventana.
El aire se ha
impregnado de otoño,
la llovizna está empapando
el césped
y no encuentras ni
un destello amarillo
derramado en el
cristal de media tarde.
Vasili Kandinski - El jinete azul (1903) |
Escuchar al guacamayo parloteando
en la fluidez de las palmeras
más acá de ese asfalto
dónde el vértigo es dogma
y la velocidad emblema temerario.
Pero el carámbano ya
cuelga en el
alfeizar
Y vuelves a cargar
sobre los hombros
el blanco lienzo de
tu calle,
su atmósfera de
hielo,
la lentitud. El
silencio como agujas.
Intuir una barbilla chorreante
de jugo frutal multicolor,
e infinitos horizontes entoldados,
con el torso chamuscado por horas de
canícula
entre chorros de grasa goteante
rebosando del borde de las fuentes.
Pero te ciegan las
cortinas del diluvio
que anega los
arriates.
Un barrizal atasca
los neumáticos
en la explanada que
colinda con el parque
produciendo una
catástrofe en cadena
que se disolverá a
la vuelta de dos siglos.
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