Una vez en la calle, y
tras comprobar que nadie la veía, se metió en una tienda de saldos. Oculta por
una hilera de perchas atestadas de ropa, espió el escaparate. Al otro lado del
cristal, dos hombres cruzaban la calle a paso rápido, el que había hablado con
ella y otro. Miraba sus espaldas alejarse a toda prisa y sintió un escalofrío
en la rabadilla, un chico rubio con el pelo rapado y una camiseta negra con el anagrama del local de al lado taladraba el cristal con los ojos. Dio la vuelta cogió tres
camisas, un par de pantalones y se metió en el probador. Estaba temblando.
Pensaba pasar allí el tiempo que hiciese falta, pero debía tener cuidado de no
despertar sospechas. Las dependientas estaban hablando de un novio, o de un
suicidio, o de alguien que se suicidaba por culpa de su novia, ni siquiera la
habían visto atravesar la tienda. Pensaba comprarse cualquiera de las prendas
que había cogido al paso, cuanto más exótica mejor, algo que no se pareciera en
nada a lo que llevaba puesto. Detrás de la cortina, habían dejado colgado de un
gancho un vestido rojo frambuesa con cuello de babi colegial y cinturón ancho
con hebilla redonda, de un color tirando a nazareno. Se lo probó. Parecía otra
pero no le sentaba mal y costaba cuatro perras. Le hubiese gustado agenciarse
un sombrero pero tampoco quería parecer demasiado llamativa ni dar la impresión
de que estaba tratando de esconderse. Llevaba unas gafas de sol en el bolso
pero al llegar al mostrador encontró un expositor de gafas y se encaprichó de
unas con montura rosada y forma de mariposa que conjuntaban bien con el
vestido. Tendría que tirarlo todo a la basura en cuanto llegase a casa, o quizá
regalárselo a Rosana, pero por el momento le pareció un buen camuflaje. ¿Quién
iba a pensar que era la misma? Para distorsionar aún más su imagen, sacó de
su estuche uno de los pintalabios de prueba y se dio una pasada en los labios
dejándolos de un color naranja brillante. Se había convertido en un adefesio de
anuncio, pero de anuncio de colonias para frikis de la moda, que para salir del
paso tampoco estaba tan mal.
-¿Tienen puerta a la
calle de atrás?- Se encontró preguntando a la chica que envolvía el vestido sin
haberlo pensado previamente. La otra dio una voz como si fuese lo más natural.
-Mariló, mira a ver si
hay alguien espiando en la otra puerta.
La compañera, que llegaba
desde el fondo de la tienda, se puso un dedo en los labios.
-No he mirado. Espera,
voy a ver.
Y se dio la vuelta
andando de puntillas. A los diez segundos se oyó:
-Aquí hay un camiseta
negra.
-¿Chico o chica?
-El pringao de Efrén.
La dependienta que la
atendía preguntó mientras alargaba el ticket:
-¿Necesitas apartamento
para esconderte? Te lo podemos dejar por un par de días, es ahí, a la vuelta.
Ahora el escalofrío
surgió de su coronilla y llegó hasta los talones.
-¡Qué tontería! Ya
tengo una casa. ¿Por qué pensabas que me estaba escondiendo?
-Porque es justo lo que
haces. A veces vienen rebotados del pub. Ese sitio es un antro, pero aún no han descubierto que la tienda es un buen
escondrijo. Además, tú te has disfrazado. Y las preguntitas que haces…
-Pero me estoy
escondiendo de mi novio. Acabamos de tener una bronca y no quiero verle más.
La otra puso cara de
guasa.
-¿Y crees que tu novio
no te va a reconocer así vestida? Eres un poco rara ¿no?
La tercera chica se
había sentado en una silla de tijera y se abanicaba con mucho garbo. Soltó una
risita tonta y terció en la conversación.
-Otro candidato al
suicidio, ji ji ji ji.
-Lo siento –continúo la
primera chica- Te lo había ofrecido de corazón. Que tengas un buen día, gracias
por venir.
En cuanto llegó a la
acera paró el primer taxi que encontró. Aquella aventura le iba a salir por un
pico.
(Continuará)
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