Yo tenía la gripe.
Ella
cose por las casas. ¿Creíais que era una profesión extinguida, que solo en
tiempos de nuestros abuelos tuvo razón de ser? Pues ha vuelto. Oxana, ucraniana
ella, ha decidido rescatarla.
También
hace punto a mano. ¿Recordáis las tricotosas? Ella solo tiene dos agujas. Toma
las medidas cuando hace falta, enseña un muestrario de colores y un día aparece
en el umbral con un jersey precioso, un gorro, unos guantes.
Parecen
de azúcar esas flores superpuestas que cose en las rebecas de las niñas.
Igual
borda mantelerías que plancha o arregla relojes. Si se tercia, te hace la
compra.
Oxana
es la mujer recia, con el pelo muy corto y rubísimo, que encontramos en el
paseo marítimo, a la caída de la tarde, junto a uno de esos desgarbados maduros
cuya cintura adolescente provoca la envidia del personal. Su marido. El abuelo
de su nieto. De espaldas se asemejan a una osa muy elegante paseando de la mano
de un otoñal Jeremy Irons.
Me
trajo el antigripal y se puso a rematar los abalorios de un chaleco que estrenaré
en cualquier sarao que se celebre en el puerto. Con permiso de los virus,
claro.
Hablamos
de la gente. ¡Oh, la gente! Ese infierno –según Sartre– sin el que no podemos
vivir.
La
acompañaba ya por el pasillo cuando se me ocurrió comentar.
-No
creas que el problema es solo tuyo por ser extranjera, existe un rechazo general
a cualquiera que parezca distinto. Da igual que sea más listo, más tonto, más
alto, más bajo, más miope…
-Me
salió un bulto en el pecho.
-¿Cómo?
-Sí.
Me salió un bulto por un golpe que me di. Al principio no me acordaba y me asusté
mucho. Me lo noté en la ducha y tuve que esperar tres meses, muerta de miedo, a
que me atendiera el especialista.
-Suele
pasar, las listas de espera son terribles.
-Pero
cuando llegué a la consulta me enteré de que ninguna había esperado tanto. Dos
o tres semanas, como mucho un mes.
-Suena
un poco raro, sí.
-Y
me quedé sin tres mil euros que le debían a mi marido porque, mientras esperaba y esperaba, se los ofrecí a Dios
si me sacaba de esta.
-¡Oxana!
¿qué me estás contando?
Veía
relucir sus ojos azules en medio de la oscuridad de la escalera.
-Sí,
sí. De una obra que hizo y que no le había pagado el contratista. Quedaban dos
mil ochocientos. Un mes nos pagaba cien, otro cincuenta. Le llamé y le dije: “Mira,
vas a tener suerte, mañana voy al médico, si me dice que lo que tengo no es
nada te perdono la deuda.”
-¿Y
aceptó? Pero ese hombre es un sinvergüenza. Oxana, hazme caso, si se le ocurre
pagarte algo, lo coges.
-Eso
no va a pasar.
-Es
muy probable, pero tú por Dios no te preocupes, seguro que lo entiende, ¡cómo
no lo va a entender! Ese dinero es tuyo, no puede enfadarse porque hayas
incumplido tu promesa.
-Ya.
-Escucha:
fue un momento duro y no lo pensaste bien, la próxima vez que prometas algo no
se te ocurra decírselo a nadie hasta que se te haya pasado el susto.
-Bueno, adiós. Si necesitas algo, llama, que como estás enferma no te cobro.
-Si no me vas a cobrar, no te llamo.
-Bueno, pues págame entonces.
-Chica, ¿sabes que no tienes arreglo?
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