Antes
de hacer ningún comentario sobre la película en sí, me gustaría recordar a los
lectores que el cine, como arte y medio de expresión, ha atravesado, desde su
invención, una serie de etapas hasta adquirir la madurar que tiene hoy día. Su
lenguaje y su estética, en parte gracias al auxilio de la publicidad, están
perfectamente calculados y medidos, por tanto, la dosificación de las imágenes,
el impacto emotivo, el rol que en el conjunto juega la sucesión de secuencias,
el vestuario, la escenografía o la música son elementos que se aprenden y, por
tanto, no son, como en un primer momento, producto de la genialidad de sus creadores.
A estas alturas, hay poco nuevo bajo el sol en el séptimo arte, y esto, que
podría constituir un acicate para emprender nuevos caminos y explorar
territorios por descubrir se convierte en la práctica en coartada que, con el
pretexto de la belleza del envoltorio y la corrección de los guiones, evita a
toda costa cualquier innovación.
Dicho
esto, señalaré que nos encontramos ante una película francesa, con el estilo
consabido de idílica casa de campo, bellos y bien alimentados especímenes
humanos, corrección burguesa con cierto tinte progre, y argumento erótico-amoroso-familiar
bastante manido por cierto, aderezado con algún toque picante cuyo objetivo es
escandalizar moderadamente al público cuidando de no excederse. Antes de
continuar, aclararé que yo disfruto con este tipo de productos, me hacen pasar
un buen rato en mi butaca, naturalmente, porque son agradables, desarrollan
relatos coherentes y retratan con bastante fidelidad a un sector social de este
momento (un mérito que los españoles no podemos adjudicarnos por resultar
demasiado histriónicos delante de la cámara). Podría, incluso, realizarse un
estudio sociológico bastante exacto sobre la evolución de la sociedad francesa –también
de la americana– en el último siglo, exclusivamente a partir de sus películas.
Se trata, pues, de una buena foto en movimiento, de un producto cuidadosamente
calculado, correcto en cualquiera de sus partes pero en absoluto sincero, con
poca o nula aportación personal.
Por
otra parte, encuentro de lo más preocupante la tendencia, que observo desde
hace algún tiempo, de justificar la prostitución, de normalizarla y dotarla de
un glamour a todas luces falso, de ensalzar
sus supuestas ventajas, de situarla en un marco respetable con protagonistas
indiscutiblemente llenos de encanto. Además, ver esta película un par de
semanas después de que la primera cadena de la televisión pública, en horario
matinal, invitase a la dueña de una academia encaminada al adiestramiento de potenciales
prostitutas, sin ironía ni crítica alguna –a excepción de la siempre sensata
Lidia Falcón, cuya proverbial lucidez no mengua con los años– no me puede dejar
indiferente. ¿Llegará a entrar esta ocupación en los archivos del INEM,
penalizando a las solicitantes que se nieguen a aceptar las ofertas? No crean,
el cuadro que les estoy presentando no es tan insensato como parece. De momento,
voluntariamente o no, se está haciendo lo adecuado para desembocar en esa
situación. Y no solo con películas, resulta más que evidente el retroceso experimentado
desde las conquistas del pasado siglo. Ahora se utilizan todos los medios
posibles para que la dignidad de la mujer vuelva a encontrarse en entredicho, como
consecuencia, la actitud de desprecio hacia nuestro género se incrementa a toda
velocidad.
Pero
introduzcámonos, de una vez, en el contenido de esos fotogramas, portadores de un
mensaje a todas luces ambiguo, que deja en el espectador un poso de inquietud y
sobre todo un regusto decididamente amargo. En un verano de siestas y aire
libre, Isabelle, la protagonista, a punto de cumplir los diecisiete, experimenta
un –discreto pero intensísimo– amor juvenil. Quien la envuelve en una moderada,
aunque amable, ceremonia de seducción, es un muchacho alemán que, presumimos,
volverá a su país tras las vacaciones. De ahí que la culminación no pase, por
su parte, de un trámite rutinario que cumple con indiferencia y que se
convierte para ella en una experiencia traumática.
A
partir de ese momento, la transformación del personaje es radical. Isabelle se convierte
en una furibunda profesional del sexo que persigue el lucro a toda costa,
conoce todos los resortes del oficio e intuye perfectamente cual es la mejor forma de sacar
partido a sus encantos. Una reacción bastante inverosímil, sobre todo por la
rapidez con que produce y la fría actitud que preside cada uno de sus
movimientos. Los que la rodean, desconociendo el episodio que originó ese
comportamiento, la tildan de rara. No me lo parece, imagino que esa actitud: la
rabia, la curiosidad, el ansia por quemar etapas, es una consecuencia posible.
No obstante, el guión se equivoca en dos aspectos. El más evidente, quizá, es
la evolución que sufre ella, sin altibajos, sin dudas, con una sabiduría
excesiva, sin necesidad de pedir consejo. El que subyace y, a mi juicio, el más
importante, consiste en confundir la liberación femenina con la venta del
propio cuerpo. La libertad sexual es justo lo opuesto al comercio sexual. Quien
recibe dinero se convierte en esclavo, en acreedor de todos los desdenes, en
alguien que, al haber puesto precio a esos minutos, se encuentra –no solo
inerme – también, y sobre todo, sin derecho alguno como ser humano, pues el
otro ha pagado y, por tanto, es quien dispone, quien se siente legitimado a
usar a capricho el objeto en que se ha convertido ese ser humano que comercia.
Algo
de esto se apunta en la película. No podemos decir que se presente la realidad
tal como es pero tampoco se elude el asunto. Aunque ni siquiera esas escenas
afectan tanto como sería de esperar a una chica tan joven y tan rodeada desde
siempre de confort y de mimos. Ya he dicho que la secuencia lógica de los
hechos es irreprochable, por eso ha de pasar algo que acabe con ese estado de
cosas, inverosímil para la lógica e intolerable para muchas mentes. (Ya he
dicho que se pretende escandalizar en dosis mínimas, lo suficiente para
suscitar cierto interés). Y sucede. Pero en un entramado psíquico apenas
hilvanado, el desenlace nunca puede ser armónico, es preciso recurrir al
absurdo, alterar los resortes de lo
esperable para que la sorpresa enmascare
la falta de coherencia y lleguemos a preguntarnos si el guionista guarda alguna
clave en la manga que no sabemos desentrañar.
En
resumen, un planteamiento interesante que evoluciona sacando las cosas de
quicio y, por tanto, ha de resolverse de forma tramposa y algo simple.
* Año: 2013
* Duración: 95 minutos
* País: Francia
* Director: François Ozon
* Guión: François Ozon
* Música: Philippe Rombi
* Musica: Pascal Marti
* Reparto: Marine Vacth, Géraldine Pailhas, Frédéric Pierrot, Charlotte Rampling, Johan Leysen, Fantin Raval, Nathalie Richard, Laurent Delbecque, Akéia Sari, Lucas Prisor
*Género: Drama
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