De
un tiempo a esta parte siento que ha cambiado todo. No sé si sentir es la palabra, un vértigo extraño se ha apoderado de mí
y me empuja cuesta abajo hacia un
precipicio sin fondo. Me desperté el día de año nuevo con una resaca terrible,
recordaba vagamente la fiesta, pero luego ese recuerdo fue sustituido por otro,
que a su vez se fue diluyendo y, día tras día, una escena nueva ocupaba el
lugar de la anterior. Ya no estoy segura de nada. ¿Asistí a esa fiesta? ¿Pasé
la noche en una cabaña de leñadores, rodeada de jaulas, dando de comer a las
chinchillas que un día adornarían el cuello de una mujer sin sentimientos? ¿O
ese recuerdo es un castigo a mis exabruptos en las perfomances contra el
maltrato animal? ¿Estuve presa el verano pasado? Es todo muy raro, este año se
me está yendo de las manos, cada mes es como un volcán más cerca de la erupción
que el anterior y solo estamos en abril. Desconfío de mi memoria, esa facultad
peligrosa y traicionera que deberíamos erradicar por completo.
Jaime
no parece el mismo. Aquella fiesta de fin de año fue una sucesión de escenas
sórdidas, fuegos artificiales, una oscuridad tibia en la que brillaban treinta
pares de ojos como alfileres de plata, vestidos de noche, champagne y
serpentinas, un camarote en la oscuridad con nosotros haciendo el amor al
compas del balanceo, o un laboratorio brumoso donde alguien con bata blanca
hurga en mi brazo, en la espalda de Jaime, en un tobillo de Medea, y excava
bajo nuestras pieles.
Medea
ya no me reconoce, siento su vista resbalar por mi cuerpo como si fuera
transparente. Es triste convertirse en Nadie, más aún si es tu propia hija la
que se encuentra perdida en su mundo. A cambio, se ha convertido en una
triunfadora, la Directora de Convenciones más joven de la historia de su
empresa, está a punto de firmar un Contrato Matrimonial con el hijo de un
aristócrata, le han implantado mechones de pelo, un iris más azul y brillante,
una barbilla nueva, y han estado enredando en su cerebro. Y no es la única: nos
ha invadido una fiebre que nos lanza hacia adelante casi a la velocidad de la
luz. Mis compañeras del Departamento de Proyectos Estimulantes y su ansia por
destacar en el mundo de los negocios, mis padres y esa manía que tienen de
acumular cachivaches, Jaime y sus delirantes inventos, esas rayas y puntos que
rastrean continuamente el tiempo y el
espacio. Sé que está inquieto, que se empeña en avisarme de algo, pero no
le quiero escuchar, ya no sé quién es, ni él ni nadie. No me fío de ellos. Solo
puedo acudir a mis recuerdos, volveré a confiar en los demás cuando desenrede
por completo esta madeja y mi memoria vuelva a estar tan clara como antes.
Puede que alguna vez ocurra. La verdad está aquí dentro, todavía algo borrosa,
abriéndose paso como una luciérnaga que aletea indecisa y que por fuerza acabaré
atrapando. Entonces se me caerá esta venda en los ojos y sabré quienes somos,
qué ha ocurrido en estos meses, quién o qué nos amenaza y qué debo hacer para
destruirlo.
-Todos
hemos muerto – me susurra el Controlador de la Zona Q.(Continuará)
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