-El padre de Julio y Rosana.
-¡Falso!
-¿Cómo? ¿No es su padre?
-También –ahora parecía divertirse- pero eso es lo de menos.
-¡Ah! Pues… el dueño de un negocio de artesanía.
-Frío, frío.
-Pero está aquí porque él la ha enviado. No le dejarían entrar si tiene la edad que usted dice.
Era verdad. Pero si Agosto llegara a enterarse de que estaba allí por su cuenta y riesgo…
-Bueno, al grano. Le voy a decir quién es su jefe realmente. Era su jefe ¿no?
-¿Era?
-No se preocupe, –otra vez esa sonrisa de hiena- está perfectamente. No pueden hacerle daño, eso sería imposible.
Esta vez se calló a tiempo y no hizo preguntas. Tampoco era necesario.
-Bernardo es un genio. Sí, señorita, no ponga esa cara. Tiene la fórmula para convertir a los hombres en máquinas.
-Bernardo es un genio. Sí, señorita, no ponga esa cara. Tiene la fórmula para convertir a los hombres en máquinas.
Aquello era una locura. Auko se levantó, el otro le cogió la muñeca, una de las camareras se volvió a mirarles.
-Hombres con ojos tan potentes como rayos X, memoria con infinitos archivos, capacidad de percibir ultrasonidos, fuerza colosal, mentes que podrán leer el pensamiento. Tenemos que rescatarle o conseguirán que les entregue toda la información.
Notó que se le nublaba la vista. No era por el alcohol, apenas había probado su copa. ¿O es que habían echado algo dentro? Con terror infinito se fijó en los dedos del hombre. Se estaban alargando, alargando, hasta parecerse a los tentáculos de un pulpo. Se levantó y echó a correr hacia la puerta.
(Continuará)
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