–¿De dónde sales tú?
El chico que le había dado la gominola el día que secuestraron a Bernardo la estaba mirando desde el porche. Ella dejó la taza de café en el fregadero y se acodó en el alfeizar, casi rozándole. Vio cómo se desprendía del arsenal de chinas que había recogido del sendero con el propósito de irlas arrojando de una en una a la mesa donde estaba desayunando. Había llegado a tirar dos, eso había colmado su paciencia.
–¿Qué pasa, Pulgarcito? ¿Tienes que hacer un reguerito para no perderte?
–Mucha guaza tenemos por aquí.
–Oye, que yo estaba muy tranquila, sin meterme con nadie.
–¿Te parece que molezto? ¿Molezto o puedo entrar?
–¿Para qué?
–¿Tiene que haber un motivo? A ver… porque veo que te estás aburriendo.
–Ya. Y vienes a hacer el payaso para ver si me diviertes.
–¿Qué tal si lo dejamos en darte conversación?
–Eso parece que no se te da mal.
–¿Me dejas entrar o no?
–La casa no es mía, puedes hacer lo que gustes.
–¿Y tú? ¿Eres tuya? Porque lo que quiero es hablar contigo. La casa me da igual.
–Entonces prefiero salir yo, a ver si me da un poco el aire. A este paso se me va a caer el techo encima.
Aquella vez Sabino había conducido el coche que nos llevó a la finca. Auko tenía entendido que era sobrino del inspector. Sí, se había informado. ¿Cómo no sentir curiosidad por un chaval tan guapo? Con permiso de Bernardo, por supuesto. ¡Ojalá el otro le hiciese la mitad de caso que este!
–¿Estás estudiando para poli?
Caminaban cuesta abajo arrancando ramitas de los árboles. Él escupió la hoja que estaba masticando.
_¿Has visto alguna vez a algún extraterrestre policía?
–No conozco a ningún marciano, tú eres el primero. ¿De qué planeta has venido?
–No vengo de un planeta sino de un satélite, Baiza. No creo que lo conozcas, no está en tu sistema solar.
–¡Ah! Ya. ¿Y dónde has dejado la nave?
–Se autodestruyó a la hora acordada. Yo ya estaba a muchos kilómetros.
–Entonces ¿cómo sabes que explotó?
–La máquina de contacto dio la señal. Soy un experimento muy importante.
Ella calló. Había pensado decirle que nació en un árbol azul pero decidió dejarle hablar. Le intrigaba, quería saber más cosas, sobre todo caerle bien. Sabino caminaba con la cabeza baja y las manos enlazadas a la espalda dando puntapiés a todo lo que se cruzaba en su camino.
–Estás asustando a los pájaros.
–¿Sabes por qué estamos aquí?
–Para encontrar a Bernardo, ¿no?
–Quiero decir, ¿sabes por qué han secuestrado a ese hombre?
Cuando menos pensaba, le dio la risa.
–Ni… idea… tengo.
–¿Te lo tomas a guasa?
–No, no. ¿Me vas a contar un secreto? ¿No lo tenéis prohibido?
–No te voy a contar nada porque no lo sé. Yo no soy policía, solo extraterrestre.
–Es verdad, se me olvidaba. Lo siento.
¿Por qué disfrutaba tanto de una conversación tan tonta? ¿Estaba olvidando a Bernardo? ¿Tan inconstante era? Mejor no hacerse reproches. Se sentaron encima de un pedrusco.
–Sabino, ¿qué haces aquí? ¿Te están buscando desde hace rato? Haz el favor de ir donde están todos.
Y señaló el claro que había detrás de la casa, allí era donde los policías solían aparcar, donde charlaban y llenaban el suelo de colillas. Aquel era el agente rechoncho, un aguafiestas titulado. Auko miró su espalda con rencor. El muchacho se volvió para decirle adiós con la mano.
–Tengo que contarte más cosas de Baiza.
(Continuará)
Entretenida, muy entretenida esta entrega.
ResponderEliminarEs que hasta ahora no eran más que preliminares, pero ya vamos entrando en materia ;)
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