Hasta aquella conversación con Sabino, Auko había añorado a Bernardo casi tanto como los niños de la casa. Seguía preocupándole la suerte de aquel hombre pero su pena era mucho menor desde que notaba el embrión de una palmera naciéndole en la garganta. Ya no tenía que esconderse para llorar a gusto. Las hojas de la palmera a veces crecían tanto que le llegaban hasta las puntas de los dedos. Eso ocurría sobre todo por las mañanas, en particular si lucía un sol radiante. ¿Qué le estaba pasando? Se sentía confiada. Ante ella se presentaba un futuro risueño en el que su jefe aparecería sano y salvo muy pronto. Quizá tanto optimismo no fuese más que un síntoma de que la suerte de Bernardo ya no la afectaba como antes.
La suya seguía ligada a la de Rosana y Agosto. Les habían requisado los teléfonos, vivían secuestrados y llenos de incertidumbre. O eso parecía, pues se movían por la casa como sombras y no se acercaban a nadie. Ni siquiera podía contármelo, cada vez que entraba a un cuarto con teléfono, un bulldog trajeado se pegaba a sus talones y no tenía más remedio que esfumarse. Tampoco yo conseguía dar con ella, tuve que inventar un montón de mentiras para tranquilizar a sus padres, pero la inventiva se me estaba agotando.
Una noche vi una cascada de estrellas derramándose sobre el valle. En ese momento, un Agosto despeinado y con ronchas en la cara entró en el cuarto de Auko y la despertó. Llevaba en la mano una piedra blanca y lisa en la que alguien había escrito una dirección. Cualquier adulto en sus cabales se hubiese dejado de chiquilladas y hubiese avisado a los agentes. Pero ella se movía a ventoleras, cogió el proyectil y lo guardó en la mesilla de noche.
Merello - Mujer en la noche (Técnica mixta, lienzo) |
-¿A que estamos jugando? ¿Eh? ¿Qué es esto que traes?
-No es una broma, lo juro. Ha entrado por la ventana y casi me abre la cabeza.
-¡Ya! Ahora las piedras vuelan por los aires, ¿verdad?
-Lo han lanzado con tirachinas. Yo, con el mío, hasta a cincuenta metros las tiraba, y más pesadas que esta.
De abajo llegó el ruido de una portezuela cerrándose de golpe, aquello no tenía ningún sentido. Miró los ojos hinchados del chico, no tenía pinta de estar tomándole el pelo.
-Pero aquí delante siempre hay alguien, y la verja está a más del doble.
-Hay muchas formas de acercarse a la casa.
No eran horas de andarse con misterios. Incluso el ser más novelero de la tierra podía hartarse de un embrollo como ese y pensar nada más que en dormir. Se hundió todavía más en las mantas.
-Dime cuáles.
-Dime cuáles.
-Puede que se hayan subido al árbol que hay junto a la puerta y hayan saltado de uno a otro hasta ponerse enfrente de mi cuarto. Algunos están muy juntos.
-¡No me digas! ¿Cómo en El barón rampante?
-¿Qué?
-Nada. Una novela italiana que cuenta algo parecido. Agosto, mírame. ¿Seguro que no me estás mintiendo?
Tenía las orejas coloradas, pero aún así le creyó. Aquella historia de los árboles parecía más bien cosa de monos, la realidad tenía que ser mucho más sencilla, pero el chico decía la verdad. Escuchó unos golpes en la puerta y, casi a la vez, vio la cabeza de Rosana asomando.
-¿Hace una semana que no os veo el pelo y ahora, a las tres de la mañana, estáis con ganas de fiesta?
Ella se sentó en la alfombra tiritando.
-¿Ha pasado algo?
-Que no me dejáis dormir, ¿te parece poco? ¡Hala! ¡Fuera de aquí los dos!
(Continuará)
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