-No
señor. –Terminó de convencerle el empleado– Tanto el bar como el restaurante
están aquí abajo y han cerrado hace más de dos horas. Todos los servicios del hotel
han acabado por hoy, y no creo que encuentre nada en todo el barrio.
-Legal
no, por supuesto. – Dijo, pero en un susurro que solo escuchamos nosotras.
Aquello
no acababa nunca. Todavía delante de los ascensores hizo lo que pudo por
convencernos para que juntásemos el alcohol de nuestras neveras y acabar la
juerga en la habitación de alguna de nosotras. ¿Él encerrado con las cuatro en
una habitación? Solo de pensarlo, Noelia y yo sufrimos un calambre.
Nos
quedamos sin saber qué decirle, pero esta vez protestaron ellas.
-En
nuestro cuarto, imposible. Lo compartimos con una chica que se acuesta todos
los días a las diez.
Sabíamos
que era verdad.
Antes
de que se volviese hacia nosotras, dije lo primero que se me ocurrió.
-Al
nuestro ha subido la gallega que se ha peleado con el novio, a la pobre le ha
dado un cólico del disgusto y la dirección le ha puesto allí una cama turca.
Todas
miraron a otra parte para no soltar la risa, me lo había inventado todo: ni
había gallega ni novio ni cólico ni cama turca.
Los
cinco ascensores seguían allá abajo esperándonos, el recepcionista nos lanzaba ojeadas
recelosas, aquello se empezaba a volver resbaladizo. Gonzalo abrió los brazos:
-Bueno,
entonces ¿qué hacéis? Sé adónde podemos ir, será solo un rato y no está lejos.
-Yo
estoy muy cansada.
-A
mí me duele la cabeza.
Nuestras
excusas ni le importaban ni le sorprendían, nosotras en cambio nos quedamos
pasmadas al oír:
-De
acuerdo, pero nada más que un ratito.
¿Para
eso habíamos estado todo el día haciendo
de niñeras? A Gonzalito le brillaban los ojos.
-No
hables –advertí en el ascensor a Noelia.
-Pero…
-Ni
pienses. Dentro de un rato tenemos que levantarnos para volver a España ¿no?
Pues vamos a dormir bien, no pienso malgastar ni un minuto en preocuparme. Son
mayores de edad y nadie les ha obligado a irse.
Noelia
sonrió.
-Ya
veo. Además de un cabreo mayúsculo y, por mucho que disimules, tienes un susto
de muerte.
Todavía
era de noche y ya estábamos cargando las maletas. De vez en cuando, una de
nosotras dejaba lo que estaba haciendo y volvía la cabeza, pero por aquella
puerta no salía nadie. Esta vez me tocó a mí la ventana. Eché una ojeada vacía
a los manchones de grasa que cubrían la explanada, la risa de las chicas no se
me iba de la mente, me hice el firme propósito de no mirar atrás pero sabía que
esos dos asientos vacíos iban a agriarnos el viaje. Noelia había abierto un
libro para no tener que hablar ni pensar. Un avión nos pasó por encima. El
conserje, que caminaba desabrochándose un casco de moto, se paró para ver subir
a la gente. Llegaba otro autocar.
Y
entonces vi a Gloria. Pálida como nunca, habló con el conductor unos segundos,
luego fue retrocediendo y se paró en nuestra ventanilla. Nos buscaba, tenía una
sonrisa triste.
.¿Qué
pasa? ¿No subes? –le pregunté haciendo muecas.
Noelia
la había visto también y estaba pegada a mi hombro.
-Ma-rí-a.-
Vocalizó.
Ella
hizo bocina con las manos.
-¡Buen
viaje! Nos quedamos unos días más.
-No
se lo cree ni ella. –Rezongué.
Le
indicamos que se acercase a la puerta del centro y nos abalanzamos hacía ella.
-¿Y
María? ¿Está bien?
Asintió
con la cabeza, se le saltaban las lágrimas.
Noelia
tuvo un repentino arranque de valor.
-Mmmm.
¿Está viva?
No
habló, no hizo un solo gesto. Se cerraron las puertas, el motor empezó a
desperezarse.
-Mira,
-me alertó Noelia- fíjate en su mano izquierda. Lo noté en cuanto se la puso delante de la boca.
Como si pudiese oírnos, Gloria echó los brazos hacia atrás, pero aún así me dio tiempo a ver un muñón vendado en el lugar de su dedo índice.
Como si pudiese oírnos, Gloria echó los brazos hacia atrás, pero aún así me dio tiempo a ver un muñón vendado en el lugar de su dedo índice.
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