Íbamos
las dos dando tumbos por la rue des
Bouchers. Se había hecho muy tarde, todos los sitios estaban abarrotados y nuestros
estómagos rugían de aburrimiento. Pero Noelia es la persona más indecisa que
conozco: solo le convencían los locales en los que no cabía un alma, a los
demás les ponía pegas uno tras otro, metódicamente. Los horarios belgas no
son los mismos que en España y estábamos a punto de sobrepasar al límite. Mientras
nos asomábamos a un umbral tras otro, empecé a temer que no comeríamos nunca.
Fue
entonces cuando entrevimos unas manos que se agitaban en el interior de aquel
lugar de aspecto lúgubre. En las caras que sonreían animándonos a entrar
reconocimos a nuestras vecinas de asiento. Pero no parecían las de siempre,
como si de pronto se hubiesen vuelto mucho más tontas o alguien les hubiese
hipnotizado.
-Hemos
conocido a…
-Es
impresionante, os lo tenemos que presentar.
-Ahora
viene, ya veréis, es el dueño de esto pero está sentado aquí, con nosotras.
.Es
español, de Sevilla.
-Jaja.
Y tiene acento belga mezclado con andaluz.
Se
atropellaban la una a la otra y no nos dejaban decir palabra. No tuvimos que
esperar mucho, enseguida apareció un moreno, alto y fibroso, de espaldas anchas
y sonrisa espléndida que nos dio la mano efusivamente al tiempo que solicitaba asientos
para las dos, además de la especialidad de la casa, bebidas y todo lo que se le
fue ocurriendo. Lo que no se le pasó por la cabeza fue preguntarnos qué
queríamos tomar, él lo decidió solo, resultaba evidente que su principal
ocupación en esta vida consistía en asumir el mando. Eso sí, al acabar, nos
hizo a todas un generoso descuento.
Fernando Botero . Los jugadores de cartas |
Prolongamos
la sobremesa en un cuchitril minúsculo, los cinco de pie delante de la barra,
repitiendo lugares comunes y escuchando las siniestras risotadas de nuestro
anfitrión. Noelia y yo empezábamos a hartarnos, los chistes no nos hacían
ninguna gracia, tampoco comprendíamos la razón de tanta euforia. De repente, el
fulano se puso delante de mí con la decisión que le caracterizaba y me señaló
con el dedo.
-¡Eh!
¿Eres de las que se asustan por cualquier cosa?
-No,
-contesté- estoy curada de espanto, la
verdad.
Entonces,
parsimoniosamente, estiró su dedo índice, el mismo que aún me estaba señalando,
y lo coloco en el centro justo del escote de mi casaca, luego tiró hacia abajo
con decisión. Fue un gesto brusco y sin trascendencia porque la tela no cede a no
ser que se rompa, pero debí ponerme como un tomate de rabia y le miré como si
quisiese asesinarle.
-Pues
sí que eres remilgada tú –musitó- ¡Cualquiera lo hubiese dicho nada más verte!
Pablo Ruiz Picasso - Mujer de Argel |
Estaba
furiosa, aunque disimulé lo que pude para no decepcionar a las chicas. No
dejaba de dar vueltas a la cuestión de mi aspecto. ¿Qué impresión debía causar
para que un hombre de mundo como Gonzalo el sevillano pensase que podía bajarme
el escote en público? Dudaba si echarme la culpa a mí o echársela
a él y se me ocurrió llevarme a Noelia al servicio para preguntárselo.
-No
seas boba –me tranquilizó– tu pinta es tan respetable como siempre. Lo que pasa
es que está furioso porque le ha salido mal la estratagema.
-¿A
ti tampoco te cae bien?
-Pues
claro que no. Esas dos deben estar chifladas, ¿has visto como le miran?
Noelia
es charlatana e indecisa, pero tiene una sensatez a prueba de bomba y no se la
engaña así como así.
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