-¿Qué
te pasa? ¿Es por él?
-Me
tiene aterrorizada, Elsa. ¿No crees que trama algo? ¿Por qué tantas molestias
si no?
Que
no cunda el pánico, pensé, como nos contagiemos, entonces sí que estamos
perdidas.
-¡Boba!
–la tranquilicé con mi voz más zalamera–
Ahora nos bajamos en el hotel y ya está. Allí hay gente a todas horas,
no te preocupes.
-¿Y
si le ha dado por mandar a un compinche y nos está esperando allí? No me gusta
nada que haya hablado tantas veces por teléfono.
-Esas
cosas las hace para darse importancia, nos quiere impresionar a toda costa y no sabe cómo hacerlo.
-Vale.
Pero algún motivo tendrá para tomarse tantas molestias.
-O
muchos. Es un traficante de órganos y nos quiere dejar huecas. –Fue decir esto
y ver sus ojos casi fuera de las órbitas– ¡Hija, Noe, es solo una broma de las
mías! Pues ¿qué va a querer? Ese tío no es más que un fantasma vanidoso, nunca
se ha visto en otra como esta y se siente más inflado que un gallo con tanta
admiración. Lo único que quiere es prologar el momento, también debe estar algo
picado con nosotras: por mucho que hace, todavía no ha conseguido que caigamos rendidas
a sus pies.
-Yo
antes pensaba lo mismo pero…
Hablábamos
cuchicheando y ocultando la cara tras los asientos delanteros para que no nos
oyese el chofer; cuando se sale por ahí, no se debe bajar la guardia, hay que
pensar que te puede entender cualquiera. Aún así, seguíamos sintiéndonos libres,
por fortuna no se nos pasó por la cabeza que pudiésemos ir a parar a otro sitio
distinto del hotel. Pero no habíamos recorrido ni cien metros a la parsimoniosa
marcha de un coche de ceremonias cuando escuchamos su voz inconfundible.
-Chicas,
¿vais bien ahí atrás? No os escucho hablar ¿os pasa algo?
Se
me cayó el alma a los pies: había micrófonos en los coches. Fue entonces cuando
en mi interior tuve que dar la razón a Noelia, empezaba a presentir que jamás íbamos
a librarnos de aquel demonio..
Noté
un pellizco en el brazo.
-¿Has
visto? –Murmuró– Quiere hacernos sentir que nos tiene entre sus garras.
-Jajaja.
Ni que fuera un águila el hombre.
-Lo
es. –Sonó como si estuviésemos jugando a las damas y ella se acabase de comer
todas mis fichas– Justo has dado con el nombre: todo lo ve, todo lo sabe, y si
agarra a alguna incauta…
Vi
los ojos del conductor por el espejo y me pareció que no se aburrían, pensé que
debíamos haber bajado la guardia y se nos entendía todo lo que decíamos. Ahora
fui yo la que le dio el pellizco.
De
nuevo la voz:
-¿Qué
pasa? ¿No me veis? Os estoy haciendo señas. –Aguzamos la vista y nos pareció
que algo se movía en la ventanilla izquierda del otro coche. –Vuestras amigas
están desorientadas. ¿Vamos bien por aquí?
La
voz de Noelia parecía más bien un grito de auxilio.
-Cuando
lleguéis a aquella glorieta, torced a la izquierda, os metéis por la calle del
anuncio fluorescente y luego ya es pasar el túnel.
-¡Eh!
Mirad esas ventanas. Ahí, detrás del césped. ¿Veis las luces? Menuda orgía
tienen montada esos.
Vi
–o imaginé– un local abarrotado de individuos desnudos que saltaban como
posesos a la anaranjada y mortecina luz de un foco, pero debió ser el eco
siniestro de la voz de Gonzalo resonando en el ambiente enrarecido del coche lo
que me hizo sugestionarme.
Para
nuestra sorpresa, llegamos sanas y salvas. Pero no podíamos despedirnos tan
pronto, acababa de dar la una, la noche era joven, teníamos que tomar la última
en el bar del hotel.
Yo
ya no estaba para bromas.
-Pues
aquí no queda más que el recepcionista, –e intenté dar a mi voz un tinte desabrido–como
tú mismo has dicho, esto no es Madrid.
Y
era cierto, en toda la planta baja, no se veía más luz que la del vestíbulo.
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