Cuando amanece entre brumas,
sin vientos ni mareas, ¿alguien se ha fijado en el mar? Es como una lápida.
Una superficie veteada,
infinita, campo de batalla que oculta sus trofeos bajo una masa de agua indiferente.
¿Es cómplice el océano que
inunda barcos atestados, lo es la arena que sepulta esos cuerpos?
No son de mármol todas las tumbas.
Absolvamos al mar y a los campos
porque rezuman inocencia, a los alimentos pues no son culpables del hambre de
los pueblos y a las armas porque no se fabrican a sí mismas.
El hombre lobo está en París.
En Siria. En Arabia Saudí. En Washington. Cualquier rincón es bueno para él.
Un camposanto infinito se extiende
por oriente y occidente. Y tan verdugo es
el compulsivo acumulador de riquezas como el que decide comprar y
dispersar las bombas en algún punto concreto del planeta, ese que más conviene
a su bolsillo.
Solo las víctimas son
asesinadas, unas a la fuerza, otras convencidas de hacerlo por propia voluntad.
El que sale a cenar, a escuchar un concierto o al cine y acto seguido se
convierte en rehén o en palpitantes restos que albergan aún sueños felices; el
que se tienta la cartuchera con manos temblorosas por el pánico, el odio, la miseria,
el fanatismo inducido, la ignorancia; los que, seducidos por engañosos cantos
de tritones, se hunden en el cieno abisal del Mare Nostrum; los que atraviesan caminos
y tierras de labor, o languidecen esperando un ferrocarril que no arrancará
nunca, sucios, exhaustos, ateridos, con la conciencia intranquila por haberse
dejado estafar a costa del pan de sus niños.
Amanece y somos muchos menos.
Menos jóvenes viviendo en París por culpa de las bombas, menor censo en los campamentos
por culpa de hambre, plagas, clima inmisericorde, menos nómadas atravesando
Europa por culpa del hambre y la fatiga, menos desembarcados en las costas
mediterráneas por culpa de la tempestad y del hambre.
Y la tragedia se perpetuará por los siglos siempre
que el privilegiado siga designando como "esa gente" al pobre que nació allá
lejos –sea inmigrante, refugiado o ciudadano de un país cuyas costumbres es
incapaz de entender– e incluya en un tranquilizador "nosotros" a aquellos que, refugiados (en este caso de élite) en
cómodos, lujosos y protectores despachos, pulsan el botón que inicia la
batalla. Sean dirigentes que envían drones y misiles, caudillos que producen autoinmolaciones
en cadena, fabricantes de armas –masivas o no– perpetuados en el poder por
décadas gracias a sus mafiosas tácticas o especímenes de cualquier calaña dedicados
a esparcir dolor.
Un océano de lágrimas, extenso pero no tanto, se extiende entre un confín y otro. Para salvarlo a nado no hacen falta más que un par de brazos vigorosos, sólidas cabezas a prueba de insidias y una mano tendida al inocente, de aquí o de cualquier lugar el mundo.
Un océano de lágrimas, extenso pero no tanto, se extiende entre un confín y otro. Para salvarlo a nado no hacen falta más que un par de brazos vigorosos, sólidas cabezas a prueba de insidias y una mano tendida al inocente, de aquí o de cualquier lugar el mundo.
Se puede decir más alto, pero no de una manera más bella.
ResponderEliminarAquí hay víctimas en ambos bandos y verdugos y cómplices. Sobre todo cómplices que disimulan su culpa rugiendo más alto su indignación y queriendo ser los primeros en apretar el botón que inicie la "destrucción masiva" ésta vez sí, si no nos paramos a reflexionar.
Creo que nos sobran ineptos, fanatismos, mesias y dioses... y religiones. No estaría de más buscar por ahí algo de cordura, generosidad y humanidad.
Te he leído texto maravillosos, y éste es uno de ellos.
Un abrazo,
No me extraña que estemos tan de acuerdo y te agradezco las alabanzas. Aún me queda algo en la recámara, espero saber sacarlo adelante.
EliminarBesos enormes
Hay momentos determinados del día en que luces y sombra se confabulan para mostrarnos una imagen diferente de lo que nos rodea. El mar, en este caso (preciosa foto).
ResponderEliminarNo sé qué hace falta para cambiar este mundo. Estadísticamente son menos numerosos los que lo manejan y destruyen. Pero el porcentaje de gente que se deja manejar sin parecer importarle siempre que su día a día no se altere, es taaaaan grande que no sé qué es peor.
Cada vez que miro alrededor, cerca o lejos, me crece la fatiga.
Un abrazo (el texto es precioso)
Muchas gracias, Ana. El otro día me sorprendió tu vena poética pues solo conocía tu prosa. Un poeta es el que expresa sentimientos universales en el que todos podemos reconocernos de una forma más bella y elaborada. Tú, por ejemplo.
EliminarHay pocos culpables pero bastantes cómplices. Y lo peor es que muchos no se dan cuenta. La famosa "banalidad del mal" que tu tocaya (Annah Arendt) descubrió para la historia no acabó con la última GM tal como era de prever.
Un abrazo
Hola ☀ Soy nueva en tu blog, y ya estoy dentro de tus seguidores para poder leer todas tus entradas. Me encantaría que te pasases por el mío y te unieses a la familia.
ResponderEliminarEn días como hoy, hacen falta muchas palabras como las tuyas.
✍(◔◡◔) Nos leemos y comentamos.
La Reina Lectora ❤
Desde la noche del 13,y más tarde, con los nuevos acontecimientos, mucha gente ha levantado la voz contra la radicalización de Occidente. Espero que se pongan los suficientes granitos de arena para impedir la sinrazón.
EliminarMe paso por tu blog ahora mismo