miércoles, 16 de abril de 2014

El penúltimo suspiro

Anoche el lavabo goteaba y no me dejaba dormir. Lo veo. Se ha convertido en un gran estanque blanco lleno de un agua azul que amenaza con rebasar el borde. Tengo miedo de ahogarme si se inunda el cuarto, pero alargo la mano y toco el rectángulo de cristal que tengo enfrente. Está frío. Es invierno. Me duele la cabeza. El estanque no es un estanque. Ni un lavabo. Es un trozo de cielo resplandeciente y lo miro a través del parabrisas. Parpadeo. Estoy confuso. A veces se emborrona la imagen, pero aún así me doy cuenta de que estoy conduciendo. Un coche que se bambolea. ¿Qué me pasa en la cabeza? ¡Ahum!
 
El techo del vehículo se vuelve blando, es como un huevo frito de color gris que se expande en la sartén. ¡Madre mía! No puedo controlar el volante. ¿Es un volante o un rastrillo? Ese árbol, los arbustos. Debo enderezar la trayectoria, tengo que cavar una fosa, sembrar achicoria, tengo que…
 
Me duele el costado. Pero si me lo toco suelto el volante. El volante, las ruedas. ¿Estoy llorando? Beber tanta cerveza no puede ser bueno. Tanto whisky.  La cabeza me da vueltas, la carretera es una noria. O una novia. O una nutria. Gira la ruleta y la bola soy yo. Color rojo, color negro. Carbón y sangre. Ron y ginebra anoche, cuando Mónica desapareció por la puerta de atrás. ¿Dónde está la puerta? ¿Qué es ese bulto azul? Es el bólido que ataca la bola en que me he convertido. Si chocamos caeré a ese terraplén.
¿Qué son esos bichos? Moscas. Mariposas. Libélulas. Bolas, bolas. Veo bolas de todos los colores en esta mesa de billar tan gris que no es más que asfalto y coches que se mueven. ¿Me he salvado? Pero si no tengo derecho a la vida. ¿Me has perdonado, Mónica?
 
Esta curva es infinita y se convierte en espiral. El arco de la curva y el arco con las flechas. Tiro con el arco y doy en la diana. ¡Premio! Hago eses. Voy a 180. Estoy como una cuba. Me gustaría desayunar un parachoques. Voy sin frenos. Me sudan las manos. No sé dónde las tengo, estoy confuso. Me duele la cabeza. Cuelgo de la pared como un cuadro, me sujetan de las orejas dos escarpias. Todo es borroso y gris. No sé si yo he esquivado al camión o ha sido él quien me ha esquivado. Me duelen los dedos (que parecen garfios) y siento arder la boca del estómago. Algo se desliza debajo de mí, el suelo resbala. Claro, voy conduciendo. Se ha hecho de noche. He perdido las fuerzas.
 
Siento que me desintegro.

2 comentarios:

  1. Un relato inquietante y muy bueno. Con un ritmo endiablado que te lleva a subir y a bajar por la mente del conductor borracho que varía y desvaría entre la realidad y las sensaciones. Parece que bebe para olvidar y trata de recordar entre la bruma de su cerebro encharcado.

    Colgarse como un cuadro, que imagen tan surrealista y sugerente.

    Un beso, y mil gracias por tus comentarios que siempre me elevan el ánimo.

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  2. Gracias Tesa, me divertí mucho escribiéndolo, y eso es lo que intenté, seguir los altibajos mentales del tipo trazando a la vez una línea descendente.

    Tú también me animas. Todavía más porque eres de los pocos que pasan por aquí y dicen algo. No sé qué hay que hacer para que la gente comente pero tú debes tener la fórmula. Ni provocando, oye. No hablo de visitantes, entran bastante teniendo en cuenta lo peculiar que es este blog, pero podrían opinar un poquito. Que no cobro, en serio.

    Je, je. Un beso, guapa

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