Vivo
en un palomar enfrentado a las nubes, rodeado de arena, en un cubo transparente
alrededor del cual las golondrinas se mueven en alborotados círculos, chillan
como condenadas, arman un jubiloso alboroto o se persiguen, reclamándose con
largos aullidos de angustia.
Vladimir Kush |
Soy el ermitaño que escudriña los cuatro puntos sin divisar un solo viajero. De mis ojos surge la luz que otea el horizonte. Una vez pretendieron orientar al buque extraviado, a la rezagada ballena, soñaron con ser los aliados de Neptuno. Pero acabaron por resignarse. Mis ojos saben que han quedado muy lejos de los peces, de los cofres rebosantes de esmeraldas, de las olas caprichosas, de las heladas corrientes; que en su horizonte el sol no se sumerge en agua sino en un cenagal pantanoso, en ese lodo en que el diluvio ha convertido las polvorientas pizcas de sílice.
Vladimir Kush |
Una
niebla espesa cubre la montaña, el horizonte, la llanura y la torre; se ha
tragado a las golondrinas, se lo ha tragado todo. Todo menos mis ojos, que no
se dejan envolver, que permanecen fijos en la llama de la vela y en el reflejo
que esta proyecta sobre el vidrio. No desfallecen. Por eso, nunca, nada, ha podido
cegarlos.
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