miércoles, 26 de junio de 2024

El agresor burlado (Relato paradójico)

Edward Hopper. Ventana del hotel (140 x 102 cm.)1955


Se bajó del autobús a la entrada del puente, como siempre que salía de noche, y caminó sin fijarse en las vías ya que a esas horas su brillo le provocaba un poco de vértigo. Aquel domingo, día de Reyes por cierto, había quedado a cenar con Rosa para aclarar cierto incidente fastidioso relacionado con el ex de la susodicha y una mujer con quien Elena se había encontrado en su último viaje a Galicia. Este encuentro casual amenazaba con destruir aquella amistad incipiente y ella se arrepentía ahora de haber contado a una recién divorciada que había coincidido, casualmente, por supuesto, con la amante de su ex marido. ¡Un lío de narices! No es que pretenda que lo entiendan, solo quiero mostrar a una mujer cabizbaja y con algún remordimiento avanzando bajo las farolas en la noche de invierno sin atisbar un alma en todo lo que abarcaba la vista.

Un vez rebasado el puente, siguió su camino y no miró atrás hasta que llegó al arranque de su calle. El hombre llegaba en ese momento a su punto más alto y, pesar de la distancia, envuelto en luz como estaba, se podía distinguir la gabardina, una bufanda oscura y algo bajo el brazo que parecía una cartera. Elena salvó los tres metros de calzada y al llegar a su acera, algo como una vibración del aire la impulsó a volverse otra vez. El fulano debía haber corrido lo suyo porque ahora le pisaba los talones. Conmocionada pero haciendo acopio de sangre fría se desvió por el camino que llevaba a la primera casa de la urbanización para aparentar que vivía allí y no al otro extremo de la avenida. Pero el hombre le cortó el paso. No dijo qué pretendía, solo ordenó: "Camina. Rápido. Y como chilles te pego un tiro".

Como la mente humana es imprevisible, en ese momento crucial de su vida, Elena se concentró en banalidades. "Ha dicho chilles y no grites, tengo que recordarlo cuando lo cuente mañana en la oficina" "¿Será verdad que lleva pistola? seguro que es un farol, pero cualquiera sabe, desde luego no pienso llevarle la contraria" "Elena, no tiembles que es peor, tienes que aparentar serenidad".

Segundos más tarde habían llegado a ese portal que no era el suyo, bastante bien iluminado por suerte. Agitó el llavero, que llevaba bien sujeto en el puño, y arañó como pudo la cerradura pensando que aquel simulacro no podía engañar a nadie; era absurdo intentar abrir la puerta y hacía un ruido tan poco convincente que casi parecía una broma. Sin embargo coló. El agresor desapareció por la esquina del edificio para internarse en los jardines circundantes. Esperó un poco y aún tuvo valor para asomarse por el hueco para comprobar que no estaba siendo espiada. Lo vio a pocos metros, montando guardia en el terraplén que caía sobre la acera por donde ella tenía que haber pasado minutos antes, encendiendo un cigarro y esperando pacientemente a otra incauta. Este primer intento debió parecerle demasiado arriesgado, pensó Elena, y ya más tranquila tocó varios botones hasta que alguien decidió abrirle la puerta.

Justo en ese momento, escuchó un estruendo terrible que venía de la parte de atrás. Nunca sabría de dónde sacó valor para poner un libro entre las dos hojas de la puerta y asomarse de nuevo al peligro. El hombre estaba tendido en la acera, la luz de una farola le daba en toda la cara, rodeada de tiestos rotos y adoquines. Parecía inconsciente, seguramente había perdido el equilibrio. Ya no había de qué preocuparse, así que volvió a la puerta milagrosa, quitó el libro y entró. Conocía bien aquellos portales, con sus dos alas, sus cómodos tresillos, la gran mesa esquinera con su lámpara iluminada y los cuadros de la pared, todo por duplicado. Una excelente calefacción mantenía el lugar calentito. Se sentó y llamó a emergencias para que vinieran a recoger a quien la había amenazado de muerte.

Lo peor del caso es  que la telefonista le obligó a facilitar su nombre y dirección. "No conozco de nada a esa persona". "Da igual, si ha ocurrido un accidente necesitan sus datos, y si no los tienen investigarán hasta dar con usted". Así que dijo la verdad y esperó acontecimientos.

Una semana después recibió una llamada del hospital. El herido había vuelto en sí -dijo el comunicante anónimo- y había testificado que su accidente se debió a una imprudencia suya. La voz se preguntaba si Elena no estaría interesada en ir a verle, ahora que estaba casi restablecido y que, probablemente, desearía darle las gracias. "¿Él ha pedido que vaya?" "No no. Está un poco aturdido aún, pero si lo desea le doy los datos."

Y allá que se fue. Es difícil saber qué le pasó por la cabeza, pero media hora después estaba mirando por segunda vez esa cara. Lo que leyó en ella fue una mezcla de sorpresa, estupor y pánico, a lo que correspondió con una decidida sonrisa de triunfo. No hablaron. Se contemplaron durante treinta segundos eternos, luego ella se volvió en redondo agarró el picaporte y salió de allí. La enfermera, que lo había presenciado todo, se puso a su lado en el pasillo. "Dijiste que no le conocías" "Y es verdad, si tienes un minuto te cuento toda la historia."

Tomaron un refresco en la cafetería reservada al personal. La chica escuchaba extasiada como si le estuvieran contando una película. Cuando acabó, le hizo una promesa. "No te preocupes, ahora mismo me pongo al ordenador y borro tus datos. Ese malnacido no va a poder acercarse a ti nunca más."

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