En el rincón más oscuro del restaurante había encontrado refugio la imagen de la desgracia. Su enorme figura se distinguía desde cualquier punto. Con esos lacios mechones blancuzcos desparramándose por su frente, la enorme figura flanqueada por tres bolsos no menos enormes, su aura solitaria y esa charla descarada con cualquiera de los comensales que tenía a su alcance aunque no le hiciese ningún caso, tenía toda la pinta de ser una sin techo con muchos años de vagabundeo a cuestas. Un efecto que inmediatamente desmentían sus palabras, cuidadosamente escogidas, su esmerada pronunciación y la delicadeza con que manejaba los cubiertos. Había inundado la mesa de platos y, como cada uno de sus bocados era tan minúsculo como el anterior, y aunque el local estuviese hasta los topes, era fácil de adivinar que iba a abandonarlo la última.
Le eche una ojeada distraída y ya no pude dejar de mirarla. De vez en cuando rebuscaba alguna cosa en una de las maletas que había a sus pies o se enjugaba, sin disimulo, una lágrima.
El camarero, un desgarbado adolescente en la cincuentena, ejercía de cómplice ocasional. Adivinando mi curiosidad susurró:
-La conozco. ¿Quiere usted que se la presente?
Mi marido y el de Petri se habían enzarzado en una discusión acerca del penúltimo penalti de un partido celebrado hacía un mes. Ahora es cuando empezaban a ponerse colorados y a subir el tono más de la cuenta, aquel era un ritual que nosotras dos conocíamos bien. Ella bostezaba sin cesar. Como nadie iba a reparar en mi ausencia, me levanté y le seguí.
La anciana, en el límite de su angustia y tras consumir infinitas copas de ajenjo, lloraba ya a moco tendido. El hombre me guiñó un ojo. La vi apretar contra su regazo un gran lirio con la misma ternura que si se tratase de un niño de teta. Todo ese cariño convertía a aquella linda flor rosada en la imagen de una cabeza a punto de separarse del cuerpo.
-Doña Eulalia ¡qué planta tan bonita trae!
-Es para mi hijo. Hace veinticinco años que no le he visto y hoy me quiero hacer una foto con él. Los dos solos, con la planta. Un recuerdo para toda la vida.
-Es preciosa, -intervine yo- y muy grande. Va a quedar muy bien en la foto. Pero tenga cuidado, no vaya a estropearla.
-Descuide. Me la ha dado una señora que he encontrado en la calle y tiene que llegar intacta. Con ella le entrego todo mi amor.
Y sin embargo la estaba destrozando. Hay cariños que matan, pensé.
Woman with Plants - Óleo - Grant Wood (1891-1942) |
El mozo hizo ademán de retirarse pero antes colocó sus labios de refilón contra mi oreja y le escuché murmurar:
-Que le cuente de dónde viene. Daba pena a todo el barrio, yo a veces iba a verla aunque no creo que se acuerde. Ni de mí ni de nadie.
-No crea que siempre he sido así. Trabajé muchos años de comercial en una empresa de cosméticos. En aquellos tiempos la mejor de todas. Aún sigue viva pero creo que ha cambiado de nombre.
Nos habíamos quedado solas. Yo allí, de pie como un pasmarote, oculta tras la columna para evitar las burlas de mi gente, Eulalia con el aire reconcentrado de quien no se fija en nada concreto, probablemente explorando en su interior. La lengua, un poco pastosa ya, se soltó definitivamente entonces.
-Él la mató, ahora puedo decirlo; he cumplido la condena íntegra y le he puesto a salvo, ya no hay vuelta atrás ahora. Todavía empuñaba el cuchillo cuando le sorprendí junto al cadáver. Pero aún no había cumplido los veinte, estaba en la flor de la vida y ella se merecía un buen castigo por follar con medio barrio a sus espaldas. No digo que estuviese bien lo que hizo mi hijo pero puedo comprenderle. Al menos en ese momento le entendí muy bien, no podía consentir que le encerrasen solo por haber amado tanto.
El camarero había vuelto de improviso. Escuché su voz a mi espalda.
-Doña Eulalia, ¿sabe usted dónde está ahora Eduardo?
-Sé que tuvo miedo. El juicio fue muy enrevesado y larguísimo. Tardé un siglo en convencerles de que la culpable era yo pero sabía que lo iba a conseguir. Para eso me había gastado todos los ahorros en un abogado de primera. Él anduvo escondido mucho tiempo, luego creo que huyó al extranjero, me han dicho que ahora vive en mi casa. Que es la suya. -Quedó un momento pensativa, cabeceando un poco, parecía borrosa, como si una nube de vapor la rodease. A esas alturas, las palabras emergían chapoteando.- No quiero molestar, por eso he almorzado antes. Hoy le entregaré esta mata con su flor, me lo comeré a besos, y el fotógrafo que he contratado grabará nuestro encuentro para siempre.
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