Me
acodé en la barandilla a contemplar la playa desierta. La verdad es que estaba abarrotada.
Aunque no se divisase un alma, centenares de gaviotas formaban, al borde del
agua, una extensa cinta de varios metros de largo y tan ancha que sus extremos eran
inabarcables. Luego entré en casa, saqué una sardina de la lata que tenía
abierta en la nevera, sacudí un poco el aceite en el fregadero y se la pasé al
gato por las narices, a ver si así se le pasaba la modorra.
Justo
cuando abrió el primer ojo, de forma tan súbita y completa que parecía hubiese
pulsado el interruptor de la luz, sonó el teléfono. Entendí que me llamaba un
tal Sabio pero resultó ser Sabino, también conocido como el chofer, el poli
novato, el extraterrestre y otros apelativos que no recuerdo, y que resultó ser
amigo íntimo de Bernardo, el secuestrado y causante de todo aquel embrollo. Me
soliviantaba con solo mencionarlo. Contra el muchacho que estaba al otro lado
del hilo no tenía nada, sí en cambio contra aquel malnacido seductor de
pacotilla que estaría empotrado hasta las cejas en vaya usted a saber qué
turbios asuntos y que le había sorbido el seso a la pobre Auko. Lo que entonces
no podía sospechar es que las tornas estaban cambiando, que ahora era esa voz
quien la camelaba, más que la otra al menos. Aunque es muy probable que en esos
días ni siquiera ella supiese muy bien por donde tirar ni imaginase siquiera lo
enamoradiza que podía llegar a ser.
El
chico estaba impaciente:
-Estoy
cerca de su casa, ¿puedo ir a verla ahora mismo?
-En
este momento, imposible, estoy hasta las cejas de trabajo urgente. ¿el jueves
te parece bien?
Quede
claro que no suelo mentir, y menos con ese descaro. Hasta la mirada que me
lanzó Mancha parecía un reproche a mí desfachatez, pero necesitaba ganar tiempo
y, sobre todo, sondearle.
-Pero
eso es dentro de una semana. Todavía estamos a viernes.
Parecía
tan decepcionado que empecé a sentir pena por él, pero aún me mantuve en mis
trece unos treinta segundos más.
-¿Y?
-Que
esto es un lío de mil demonios, Molina. Necesitamos ayuda. O mejor, los consejos
de alguien sensato y, por lo que sé, Auko confía en usted más que en nadie.
Total,
que esa noche Sabino cenó conmigo en la azotea una tortilla de patatas con
cebolla y gambas al ajillo, la mayor parte de las cuales acabaron en el
estómago del gato que, con tanta guindilla, no sé cómo no explotó.
(Continuará)
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