Se
acercaba un puente de cuatro días y me preguntaba cómo aprovecharlo. La semana
anterior había acabado un guión de lo más tortuoso y me había quedado sin ganas
de escribir una sola línea en todo lo que quedaba de mes, había puesto mis
lecturas en barbecho hasta nueva orden, como estaba lloviendo a cántaros,
recorrer a pie la montaña visitando sus pueblos y pasar penalidades no me
convencía nada, entonces llamó Pili y me propuso que visitásemos a Paco, podía
alojarme en su casa si ellos no tenía sitio. Ya conocéis a Pili, es una vecina
de mi antiguo barrio, ciega de nacimiento o casi, con la que solo he hablado un
par de veces. Me han dicho que no ha vuelto a comprar un libro mío desde que
maté al protagonista de un relato en la última frase y a traición. Esta vez,
tenía un plan.
-Te
necesito, Molina. Una amiga mía quiere conocer a Paco y como tienes confianza
con él…
-Más
que nada, soy amiga de Cris. Puedo preguntar si tienen libre alguna tarde del
puente.
Tenían.
Y nos invitaron a empanada casera, una de las especialidades de Paco. La amiga
de Pili se llamaba Sonia, lo único que entendí de todo lo que me contó esa
tarde. Que si tenía movilidad reducida, que si no dejaba de llorar…
No
sabía lo que iba a encontrarme.
-¿Es
que va en silla de ruedas?
-¿Qué?
No, no.
Su
caso, según dijo, era muy parecido al de Paco, por eso quería que hablasen. Hace
poco se había sentido tan vejada que no se levantaba ni para comer. Le daba
igual perder el trabajo, le daba igual todo.
-Su
novio le ha dicho a su jefa que tiene la gripe.
-Pero
ya no es época de gripes.
-Ya.
Poca imaginación que tiene el muchacho.
-Y
se lo ha tragado.
-Parece
ser.
El
salón de Paco aparecía cuajado de guirnaldas y empapelado con pancartas en las que se leía “Todos se pelean por un papi como el mío” “Queremos hacerte feliz” “Por
ti se inventó el día del padre” y frases por el estilo. Los niños acababan de
representar una obra y estaban desmontando el escenario. Junto a nosotras tres
pasaban cortinas, un guerrero con bigote, una princesa con capirote, una torre
de cartón, una escalera forrada de fucsia, arbolitos de plástico, nubes de
algodón azul. Mientras esperábamos que se apaciguase todo aquel revoltijo, nos
sirvió sangría el abuelo. Luego reunió a los chicos, se aseguró de que no les
quedase ni un churrete y se los llevó al cine con un paso tan marcial que, se
diría, capitaneaba un regimiento.
-Sentimos
interrumpir en un día como este.
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Paco
se pasó la manga por la frente.
-¡Ya
venía bien un respiro!
-Estos
ratos acaban agotándole, –intervino Cris- por eso os citamos para hoy. Habéis
sido una coartada estupenda.
-Pero
tu padre…
-Hoy
también es su día. Está encantado de llevarlos por ahí. Un día por otro, casi
nunca encontramos la ocasión.
Cris
fue sirviendo los trozos de empanada que, por cierto, estaba de muerte y, en
cuanto empezaron a funcionar los tenedores, dejamos hablar a Sonia.
-No
sé cómo empezar, –empezó- es como si me sintiese culpable. Por nada, la verdad.
Hace unos días quedé con mi tío Angel, fuimos a una tasca del centro, una de
mala muerte porque estaba todo a reventar. Tomamos unas cervezas y unos
pinchos.
Sonia
tiene el pelo muy lacio, muy rubio y muy achicharrado por el sol. Me fijé en sus ojeras azuladas,
en que apenas probó bocado, en su expresión de derrota y sus hombros caídos. Al
verla, no cabía duda de que la depresión le estaba clavando los garfios.
-Mi
tío quiere separarse porque su mujer le… Bueno, eso da igual. Está decidido
pero no se atreve a enfrentarse a mi padre, que es muy conservador y un poco
intransigente. Ángel es el pequeño y siempre nos hemos llevado bien.
Cuatro
pares de ojos la miraban. La única que sabía de qué iba el asunto era Pili,
también la única que apenas podía verla.
-Yo
también tengo hipersensibilidad a los químicos. Como tú, Paco. La verdad es que
aún no me lo explico. Estábamos enzarzados en lo del divorcio, cuando Ángel se
paró y dijo: “Ve saliendo rápido que ya me encargo yo de pagar. Estos han
sacado los botes”
“Miré
y vi un espray lleno de líquido azul sobre la mesa más cercana a la puerta y a
un camarero con guantes de goma y un trapo que estaba a punto de agarrarlo.
Cogí el bolso y la chaqueta y eché a correr tapándome la boca. Ya he estado en
urgencias muchas veces por lo mismo y no estoy dispuesta a comprobar si el
producto tiene cloro o no tiene.
Miró
fijamente a Paco.
-Supongo
que sabes lo que es un bronco-espasmo.
-Demasiado
bien. Sigue.
-¿También
tú has ido al hospital?
Paco
puso su mejor cara de guasa.
-Como
todos, miles de veces, hasta que aprendí cuándo hay que irse corriendo de los
sitios.
-Pues
eso. Salí a toda prisa con la pasmina por delante y Ángel se quedó como
alelado, parecía que rebuscaba en la cartera pero en realidad estaba dando
vueltas a lo que habíamos hablado y así pasó diez minutos. Mientras fuera me
estaban machacando entre todos, él seguía allí, en Babia.
“Me
asomé por una ventanita que daba a la barra y le vi al fondo, cabizbajo. Al
otro lado, justo enfrente de mí, cuatro camareros me hacían gestos de mal gusto
y se partían de risa. No lo entiendo, la verdad.
Paco
se había puesto serio.
-¿Cuántos
años te lleva tu tío?
-No
sé, unos quince.
-Pues
te puedes imaginar, cualquier guarrada se les pasaría por la cabeza. Hay gente
que tiene la mente muy sucia.
-Pero
éramos un tío y una sobrina hablando de sus cosas. No lo puedo entender.
-Sonia,
es que los tíos se aburren mucho. – Terció Cris.
(Continuará)
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