-Usted no es de aquí.
¿Francesa?
-No, asturiana. Quiero decir,
española.
-¡Ah!
-Nacida en la provincia, pero
llevo en París muchos años. Me llamo Eugenia.
-Mucho gusto. Y bien, ¿qué hace
aquí?
A Eugenia Álvarez, le brilló la
picardía en la mirada, tan emocionada se sentía que hasta la taza trastabilló
por un momento.
-Lo mismo que usted. Me empeñé
y lo conseguí.
-Está muy bien informada.
-Puede. Aquí nos conocemos
todos, tampoco somos tantos los que trabajamos en el juicio de Eichmann.
-Probablemente, –reflexionó–
sea yo la única ermitaña del grupo.
-Es cierto, no se deja ver
mucho. Y, la verdad, me parece la mejor estrategia.
-Soy así, no he premeditado
nada. Cuando vuelva…
-Tendrá que explicar muchas
cosas.
Hannah Arendt |
-Ni se imagina cuántas. Sobre
todo, después de haberse publicado el libro.
-¿Piensa escribir un libro
entero?
-Entero, sí. No lo voy a dejar
a medias.
-No es eso, es...
Hannah se rió abiertamente. A
Eugenia le pareció todo un triunfo haber conseguido que se sintiese tan cómoda.
-No se preocupe, sé lo que
quiere decir. Si con unos cuantos artículos, casi me linchan aquí, puedo
imaginarme lo que pasará cuando explique con detalle lo que pienso.
-Pero ya no estará en
Jerusalén.
-Por suerte, jajaja.
-Jajaja.
-Sospecho que tenemos opiniones
parecidas.
-Mire, me suelo fijar en su
cara. Estoy atenta. La miré cuando se expuso la biografía de Adolf, quiero
decir de este Adolf. Cuando hablaban
de su carácter apocado, de su ansia por destacar, noté que pensábamos lo mismo.
Ese hombre estaba tan obcecado en hacer carrera que todo lo demás le importaba
muy poco.
-Eso es.
-Maldad por omisión.
Justificada por la argucia de la obediencia debida. Excelente excusa, por
cierto. Claro que, con ese letrado, el reo no necesita fiscal.
-Usted ha estudiado derecho.
-Aún me queda el último curso,
¿se nota?
-Sabe que se nota, no se haga
la humilde. No son tantos los que han entendido mis artículos. Termine la
carrera y haga todo lo posible por trabajar en un bufete. Será una buena
profesional.
-Muchas gracias. Pero sigo sin
explicarme lo del libro. ¿Tanto le queda por decir?
-Sí, bastante. He de estudiar
el juicio más a fondo: argumentación, personalidades, profundizar en el
análisis de los mecanismos del poder omnímodo. Propondré, incluso, una nueva
figura jurídica: el crimen contra la humanidad. Estaremos en contacto, si usted
quiere será de los primeros que lean el manuscrito.
-No puede imaginar lo orgullosa
que me siento, Hannah. Aquí tiene mi tarjeta, escríbame. Y si pasa por París no deje de
llamarme. Ya no la molesto más, quédese tranquila trabajando. No, no se mueva,
yo pago esto.
Incluso dejó propina, y eso que
no le sobraba el dinero. Se contoneaba un poco al salir. Probablemente,
escribir una novela sobre Hannah Arendt, Adolf Eichmann y el juicio que
enfrentó a ambos ya no fuese posible. El texto de la propia Hannah invalidaría
el suyo. No había contado con ello y, no obstante, se sentía satisfecha. Había
aprendido algo que no podía expresarse con palabras. Dentro de unos años, si la
filósofa le concedía su permiso ¡quién sabe! ¿verdad?
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