Aires
austeros, pobres y fundamentalistas en esta película rodada en Arabia Saudí
donde la mirada limpia de dos niños logra poner una nota de frescura en medio
del desértico machismo. Abruma y llena de estupefacción tanta injusticia,
aunque ya la podíamos barruntar, tanta desigualdad descarada. Si bien algunos
detalles traen recuerdos de otras épocas que muchos no habrán vivido pero
conocerán sobradamente de oídas.
El argumento es sencillo. Esa niña que sueña con la bicicleta del título, una ilusión que le está vedada por haber nacido mujer. Pero su deseo no nace de la ignorancia, ella sabe bien dónde se mueve, esos ojos enormes y pizpiretos registran todo lo que ven. Precisamente, el conflicto a causa del transporte se produce en su propio hogar a diario: su madre es profesora y para trasladarse al lejano centro escolar donde ejerce ha de recurrir a un conductor. En aquel país las mujeres no conducen. Junto a este, otros muchos prejuicios van apareciendo con tanta velocidad como contundencia, así como la ternura, ironía e injusticia -y nada mejor que una mirada inocente para ponerlos de manifiesto-, junto a todo el humor posible para dejar correr el tiempo de la manera más agradable.
El argumento es sencillo. Esa niña que sueña con la bicicleta del título, una ilusión que le está vedada por haber nacido mujer. Pero su deseo no nace de la ignorancia, ella sabe bien dónde se mueve, esos ojos enormes y pizpiretos registran todo lo que ven. Precisamente, el conflicto a causa del transporte se produce en su propio hogar a diario: su madre es profesora y para trasladarse al lejano centro escolar donde ejerce ha de recurrir a un conductor. En aquel país las mujeres no conducen. Junto a este, otros muchos prejuicios van apareciendo con tanta velocidad como contundencia, así como la ternura, ironía e injusticia -y nada mejor que una mirada inocente para ponerlos de manifiesto-, junto a todo el humor posible para dejar correr el tiempo de la manera más agradable.
Uno
de los grandes aciertos del guión consiste en presentar como telón de fondo el
conflicto esencial de la trama. Pues, tras las peripecias de Wadjda en su denodado
esfuerzo por hacerse con la máquina, hallamos a unos padres al borde de la
ruptura. Él aparece ilusionado con su nueva conquista que algún día le
proporcionará el anhelado hijo varón, pero el respeto que ella siente por sí
misma le impide transigir con una tradición tan humillante.
La niña representa a la generación que viene, la que, idealmente, habría superado esas trabas y a la que corresponderá una vida más satisfactoria en plena armonía con su ambiente; la que, haciendo abstracción del género, podrá desarrollar sus facultades y ser respetada por sus convecinos. Esto, al menos, es lo deseable para tantas jóvenes cuya existencia ha sido sepultada tras un muro de convenciones estúpidas.
La niña representa a la generación que viene, la que, idealmente, habría superado esas trabas y a la que corresponderá una vida más satisfactoria en plena armonía con su ambiente; la que, haciendo abstracción del género, podrá desarrollar sus facultades y ser respetada por sus convecinos. Esto, al menos, es lo deseable para tantas jóvenes cuya existencia ha sido sepultada tras un muro de convenciones estúpidas.
Perfectamente
verosímil la metedura de pata de la protagonista en el concurso, no tanto su
resonante triunfo ante unas competidoras con una preparación consolidada. La
inocencia y el legítimo orgullo se alían en ella para hacerle confesar públicamente
que su esfuerzo no estaba guiado por la devoción. Su objetivo era mundano, sí, aunque
legítimo, reivindicativo y simbólicamente igualitario.
La
hipocresía, siempre directamente proporcional a la rigidez de los esquemas de
una sociedad concreta, se personifica en la figura de una de las maestras que,
mientras vela por que se cumplan las normas, o se ensaña con dos chicas por su
conducta supuestamente indecorosa, o no quita ojo a nuestra Wadjda afeándole
hasta el menor de sus actos, mientras sermonea a las alumnas incluso por alzar
un poco la voz al considerarla un rasgo erótico en un mundo poblado de oídos
masculinos, recibe a un amante en su propia casa nada menos. Pero una vida tan
radicalmente hermética enseña a quienes la padecen a aguzar el oído y la vista;
en estos casos, todo acaba sabiéndose y la credibilidad de estos individuos –que
pululan por doquier y en esta parte del mundo conocemos bien, por desgracia–
acaba cayendo en picado más temprano que tarde.
Los
actores responden con creces a lo que se espera de ellos, tanto físicamente
como con su espléndida actuación. La fotografía muestra una miseria que combina
muy bien con la tristeza a que da lugar la marginación, la falta de libertad,
la intromisión en la vida privada, la sospecha constante, y que coexiste con la
celebración, con la algazara, la sonrisa cómplice, el cariño, dando fe, una vez
más, de que la capacidad de adaptación del ser humano es inagotable.
Sin
embargo, se intuye cierta dulcificación en lo narrado, no acabamos de creer,
por ejemplo, que el dueño del negocio de bicicletas se muestre tan comprensivo
ante una postura –la de Wadjda- que no consigue más que atraer la franca hostilidad
de todo el mundo. El final, sobre todo, está claramente idealizado: el episodio
de la bicicleta acaba bien, quizá demasiado bien para resultar verosímil,
aunque responda a los deseos del espectador. Si bien, es cierto, todo continúa igual
en el lúgubre barrio testigo de los hechos que se narran.
Una película
sobrecogedora que, no obstante, se contempla con una sonrisa. Y puede que ese
sea su mayor mérito.
Muy aguda la crítica. Yo creo que el final feliz es una de las mejores cosas que tiene, y hace que su mensaje cale más serenamente que si la historia mostrase una trama agria y triste (a la que ya estamos acostumbrados, por desgracia). Por otra parte, está bien que el arte trascienda la realidad, y Wadjda consiga su bicicleta, ya que lo importante no es ni siquiera la carrera, sino el afán de no dejarse ganar por la desolación que tiene la protagonista, todo un ejemplo de resiliencia. Un saludo
ResponderEliminarHola Miguel D. Muchas gracias.
ResponderEliminarBien, admito que una opción es acabar con un soplo de esperanza. Ante tanta amargura latente, que la niña consiga su bici, es un buen final y la posible anticipación de lo que será de ella en el futuro. Pero sigo pensando el/los guionista/s no se han roto mucho la cabeza en este punto: podrían haber justificado un poco mejor esa generosidad. Porque en el contexto que se presenta no me parece creíble, a no ser que me lo expliquen, que me den una excusa que pueda entender. Porque una cosa es lo que pasa por la cabeza del personaje-niña, a la que, seguro, le parece de lo más lógico, y otro la realidad que ve el espectador.