El
hombre era largo y moreno, de constitución fina, nariz aguileña y anguloso
perfil. Alzó unas manos prolongadas por uñas enormes y levantó de la nada una
nube de humo que acabó envolviendo a los dos. Era espeso y denso como una pared
e impedía que Maite pudiese ver más allá de la gran esfera en que estaba
encerrada. De fuera no le llegaban más que risas contenidas. Estaba inquieta y
se rebullía en su taburete.
Arturo Souto - Accordionist (1931) |
Luego
le alargó una pequeña redoma y le ordenó tomar un espeso bebedizo de color
ámbar que parecía agitarse solo allá dentro. Intentó negarse pero el hombre la
apuntó con sus largas manos sosteniendo fijamente su vista y, antes de darse
cuenta, una llama líquida le quemaba la lengua y bajaba rápidamente por su
esófago.
Con
la mayor ceremonia, el hindú extendió los naipes que ella había elegido y
comenzó a interpretarlos. Entornó los ojos.
-Sé lo que me va a preguntar.
Aún
le lloraban los ojos y era incapaz de tragar saliva.
-Ah… ¿sí?
-No
le interesa el amor, el dinero ni ninguna cosa trascendente, usted es mucho más
práctica.
-¡Ejem!
Bueno…
Intentó
sonreír. No tenía más remedio que seguirle la corriente.
-Mañana
emprende un viaje. No muy largo. Se va a pasar el puente a Asturias.
-Pues…
sí. ¿Quién se lo ha dicho? ¿Mi hermano?
-Señorita,
si conociese a alguien de esta fiesta estaría vulnerando mis principios. Lo he
visto aquí, en esta carta.
Maite
vio una especie de serpiente enroscada de la que surgía, como flecha quebradiza,
una fina lengua carmín.
-Habla
muy bien el castellano. ¿Lleva aquí mucho tiempo?
Por
el rostro del faquir cruzó una sombra negra, de sus ojos salían rayos, mostraba
todos sus dientes.
-¡Si-lencio!
Estaba
hecho una furia, aunque enseguida dulcificó la expresión.
-Esa
es la que describe el paisaje. Esta otra me indica que no sale del país.
Y
le mostró un campanario con un nido de cigüeñas.
-¡Qué
curioso! Son unas cartas muy bonitas, me gustaría aprender a leerlas.
-Señorita,
si no se lo toma en serio, tenemos que dejarlo aquí.
Maite
miró a su alrededor. Se vio encerrada en una especie de bola de algodón en
compañía de un tipo que estaba como una auténtica chota. Nada le hubiese
apetecido más que salir volando de aquel sitio, pero ahora el adivino tenía las
manos arqueadas en torno a su cuello y decidió no tentar a la suerte.
-Claro
que me lo tomo en serio. Esto es mucho más interesante de lo que me había
imaginado.
Él
seguía echando rayos por los ojos. Soltó un aullido:
-¡Miente!
Pero
se tranquilizó en cuanto la vio temblar.
-Usted
quiere saber lo que va a ocurrir en ese viaje. Se diría que el futuro no le
importa.-No es eso. Es que…
La cortó con un golpe seco en la mesa.
-¿He
acertado o no?
-Sí,
sí. Me voy a Gijón mañana a hacer un curso de diseño y… es cierto, he pensado
en preguntarle cómo me va a ir por allí.
-¡Frivolidades!
-Bueno.
Si lo ve así…
De
pronto, todo pareció aclararse.
-Usted,
no será actor ¿verdad? Estos amigos míos siempre han sido muy bromistas.
-¡Chist!
Calle. Concéntrese. Deme las manos.
Se
las sujetó con las puntas de los dedos, entornó los párpados y se mantuvo con
el torso erguido. Maite se preguntó qué haría si intentaba clavarle esas uñas,
tan afiladas como puñales pequeños.
-Conocerá
a una mujer rubia.
-No,
si ya la conozco. La chica que me acompaña es finlandesa.
-Ella
no irá.
-¿Cómo?
-Lo
dice aquí. Mire.
Y
le enseñó una liebre sujeta de las patas por un gancho.
-Oiga,
¿qué le ha pasado a mi amiga?
La
miró como desde lo alto de una torre.
-Eso…
no puedo decírselo.
(Continuará)
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