Joel Corrales - El gran sueño -2010 - (Óleo sobre tela) |
Solo yo tenía la certeza, no solo de que la habían secuestrado, también de que su vida corría un peligro inminente. Sabino conocía la verdad pero todo indicaba que le habían quitado de en medio. Volví a ser consciente, una vez más, de la necesidad de no perder ni un minuto, también de mi ridícula impotencia.
En cuanto di la espalda al hombre de madera, un pañuelo tirante me tapó la boca, noté como el nudo se cerraba sobre mi nuca con fuerza. Aquello, a menos de diez metros de la comisaría, no podía estar sucediendo. Noté que me ahogaba, vi, como en un espejo, mis ojos, que el terror abría hasta el límite. No se trataba de ninguna fantasía: una mano lo sostenía como un trofeo, vi, reflejado junto al mío, el rostro sonriente.
En cuanto di la espalda al hombre de madera, un pañuelo tirante me tapó la boca, noté como el nudo se cerraba sobre mi nuca con fuerza. Aquello, a menos de diez metros de la comisaría, no podía estar sucediendo. Noté que me ahogaba, vi, como en un espejo, mis ojos, que el terror abría hasta el límite. No se trataba de ninguna fantasía: una mano lo sostenía como un trofeo, vi, reflejado junto al mío, el rostro sonriente.
-¡Ya eres mía! –Masculló.
A pesar de mi angustia, fue inevitable percibir un acento gutural de fondo con suaves notas externas. No pude responder. Hice señas desesperadas de que desanudase el pañuelo. En cuanto me hizo caso, aspiré una gran bocanada de aire.
-¿Qué cree que quiere? Le advierto que se está equivocando.
-Que te estés quieta. Nada más. ¿Has visto lo sencillo que sería liquidarte? Incluso aquí mismo. –Y miró con ironía hacia la puerta.
La comisaría estaba cerrada a cal y canto, nadie parecía reparar en nosotros. Aún así decidí arriesgarme. Ya me tenía en sus manos, no tenía mucho que perder.
-¿Porqué no liberáis a Auko? No hay nada suyo que os pueda interesar.
-Yo con el enemigo no hablo.
El sujeto, a pesar de su juventud, habría recorrido unos cuantos países. Me pareció reconocer Alemania, también algún país del Este. Hungría quizá, o Bulgaria. Y, entre los de lengua española, Canarias o algún rincón de Sudamérica.
Egon Shiele (1890 - 1918) |
-Precisamente eso es lo que quiero que entiendas. Ni yo ni Auko somos tus enemigas, tus amigas tampoco. Con vosotros, quienquiera que seáis, no tenemos nada que ver.
Tomé apresuradamente nota de sus rasgos: si, por casualidad, salía con vida de allí, tenía que poder describirlo. No demasiado alto, fornido, con una barba tupida tan dorada como su piel, iris de un gris pálido, como dos perlas hostiles, la cabeza cubierta por una gorra azulada, gruesos bíceps que se marcaban bajo la ceñida camiseta. Nunca me había encontrado con un matón a sueldo, solo los había visto en películas y no se parecían mucho a este. Pero eso no quería decir gran cosa, solo que el modelo no suele ser tan fotogénico como su copia. Y que la realidad supera con mucho a la ficción.
Cuando menos lo esperaba, se sumó otro sujeto.
-No tenga miedo señora, este es Ángel. Inofensivo, se lo puedo asegurar. Más que nada, hace juego con su nombre. Venga, tío, no seas fanfarrón. Dile a esta mujer para qué estamos aquí.
Decidí seguirle la corriente.
-¡Encantada! Me llamo Molina. ¿Y usted?
-Pues… yo. Vamos a dejarlo en Demonio. ¡Jajajaja! Así todo queda en su sitio.
Provocaba escalofríos aquella risa.
(Continuar)
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