En
lo más profundo del sueño escuché una música, como si desde la estratosfera
alguien tocase un laúd y las notas que desgranaba cayesen una a una encima de
mi frente. Me desperté de golpe y salté de la cama. Tenía el corazón encogido.
Algo estaba ocurriendo, algo decisivo, y se me avisaba por vía telepática. Me
acerqué a la tinaja de Auko. Ella vino de ahí pero antes había aparecido en la
copa de un árbol azul, sin olvidar que su madre atestiguaba que la había parido
ella. Arrastré la gran panza de barro a la ventana y miré dentro.
Allá
al fondo, un arbolito, cuyas hojas brillaban con reflejos metálicos azulados y
negros, titilaba suavemente. Parecía el reflejo de algo que había fuera, pero
tapando la boca de la tinaja solo estaba mi ojo. Aquel era un espejo de agua
que arrojaba una figura nítida. Arranqué una rama seca de un tiesto y la
introduje hasta tocar fondo: la madera salió seca. Decidí acudir de inmediato a la tétrica comisaría por la que ya había pasado hacía tiempo, precisamente el día que Sabino apareció.
-Alguien
acaba de morir. –Le espeté al sonámbulo que me escuchaba desde el otro lado de
la mesa. Por fin estaba en un despacho. Llevaba dos horas y media suplicando al
agente que tuvo la mala suerte de estar esa noche de guardia, luego hablé con
cinco o seis personas distintas. No podía contar casi nada, lo que sabía solo
podía escucharlo un superior e incluso con él tenía que emplear toda la cautela
del mundo.
-¿Cuenta
con fuentes fiables, señora? Le advierto que este caso nos está volviendo locos.
Está claro que todos ustedes son cómplices. Agresores, víctimas, no hay nada de
eso. Una panda de sinvergüenzas que finge un secuestro y constantemente se está
inventando daños quién sabe para qué. Han sido nuestra pesadilla de los últimos
meses y no estoy dispuesto a consentirlo.
-¡Naturalmente
que hay víctimas, inspector, se lo puedo garantizar! Hay dos niños inocentes,
una amiga mía que no tiene ni idea de lo que está ocurriendo…
-Su
amiga. ¡La pobre! No me haga reír. Está viviendo como una reina junto a esos
enemigos tan terribles.
-Lo
sé.
-Bien
¿Y qué le parece?
-Que
no está con ellos por su propia voluntad. Mire, ni siquiera estoy segura de que
Bernardo esté secuestrado realmente. Yo tampoco me fío de nadie ya a estas
alturas. Estoy de acuerdo en que han organizado un lío terrible y no tengo ni
idea de quién es quién. Pero si algo me consta es que los chicos no tienen la
culpa de nada, Auko tampoco, y ahora,
además, hay un cadáver que deben descubrir.
Resopló.
Parecía infinitamente cansado.
-Usted
diga dónde está y ya veré si vamos a recogerlo.
-No
lo sé. –Repuse, y mi voz sonó lastimera.
-¿Quién
es la víctima? ¿Y el asesino? Vamos, hable.
-Eso
tendrán que averiguarlo ustedes.
-¡Por
la protuberancia del sagrado unicornio! ¿Será posible? ¿Me queda algo más por oír?
Salga usted inmediatamente de aquí o la arresto ahora mismo.
Sus
ojos echaban chispas. Alguna vez fueron unos bonitos ojos, todavía lo eran,
pero encima de esas enormes bolsas ya no lucían como antes. Lo que más
destacaba en su rostro eran los grandes mofletes colorados y una doble papada
incipiente.
Me fui
corriendo antes de que se arrepintiera y me metiese en la cárcel.
Cuando crucé el umbral, todavía con un solo pie en la calle, escuché una voz en
sordina.
-Señora.
Alguien,
pegado como un palo a la pared, intentaba llamar mi atención.
(Continuará)
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