Esta
coproducción franco-belga narra una historia de relaciones personales y
búsqueda de un lugar propio en el mundo a través de los ojos de Christina, una
joven cuyas tentativas para superarse a través de la vocación artística y el
paso por la universidad, se ven sustituidas por una vida anodina en un círculo
estrecho donde su futuro está ya concertado y el día a día es tan confortable y
seguro que no le permite ninguna otra exigencia.
Lo
que produce la vuelta de tuerca de la trama es una herencia, factor que siempre
ha dado mucho juego en la ficción, pero que en este caso no cumple el papel que
juzgamos previsible. Nuestra heroína no goza de golpe de fortuna alguno, al
contrario, el bien que recibe va a acarrearle un sinfín de problemas y gastos. Cumple
también la función de desencadenar una serie de hechos que acabarán proporcionándole
la excusa para dar ese giro a su vida que, aún sin planteárselo de forma consciente,
estaba necesitando.
Al
momento de romper con todo se le suele atribuir una espectacularidad que no
tiene. Hasta los grandes cataclismos humanos se producen de la manera más
anodina y rutinaria. Nada de lo que nos ocurre, por muy traumático o
maravilloso que sea, va acompañado de sones de trompeta: cubrimos la tostada con
mantequilla mientras hipamos y nos sorbemos los mocos en la habitación contigua
a la que alberga el ataúd de nuestro padre, por poner un ejemplo que despiste.
Ese es, precisamente, uno de los méritos de esta película, correcta, bien
dirigida e interpretada pero, sobre todo, fiel a la realidad más cotidiana,
que, a fin de cuentas, es la que emociona, siempre que se presente con convicción.
Existe
un elemento que se mantiene semi-oculto y, que de haberse desarrollado hubiese llevado
la historia a otro nivel. Hablo de esa pariente que parece conocer muy bien a
Christina, tanto que sus previsiones ejercerán, tras su fallecimiento, un papel
decisivo, no solo en la vida de esta, sino en la de todo su círculo. Pero lo
que, en principio, consideramos astuta
sabiduría de la anciana, bien podría ser producto de un mero capricho, y simple
casualidad lo que sucede más tarde. Considero un fallo del guión esta vaguedad
argumental. Cierto es que nos llevaría muy lejos dar consistencia a estas
intuiciones, pero no se puede negar que no es lo mismo atribuir un vuelco del
destino a los calculados designios de una abuela que ha pasado a mejor vida,
que a una concatenación de hechos monda y lironda.
La
familia en bloque pasa del escepticismo y la oposición fulminante a una resignada
tolerancia para acabar entregándose incondicionalmente. Como suele ocurrir fuera de
la pantalla, la mayor parte de las veces son las circunstancias quienes dan
forma a las actitudes de uno y otro signo. En este caso, los hechos transcurren
con la misma monótona fluidez que en la realidad y se ven interrumpidos por los
sobresaltos e incidencias que asaltan de vez en cuando a todo el mundo. Por
eso, como es lógico, asistimos al momento más típicamente novelesco, la prueba
de fuego que evidencia irrefutablemente la sabiduría narrativa del guionista o su
contraria: el amor. Duculot no se presta a concesiones y conduce a los
personajes por derroteros que, precisamente por estar tan cargados de verdad,
apenas podíamos prever.
En
definitiva y, para bien o para mal, un pedazo de vida. Exactamente como si
estuviésemos espiando a alguien por el agujero abierto en una tapia.
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Título original: Au
cul du loup (Miles from Anywhere)
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Año: 2011
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Duración: 83 min.
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País: Bélgica
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Dirección: Pierre Duculot
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Guión: Pierre Duculot
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Fotografía: Hichame Alaouie
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Intérpretes: Christelle
Cornil, François
Vincentelli, Jean-Jacques
Rausin, Pierre Nisse,Roberto D' Orazio,
Marijke Pinoy,
Cédric
Eeckhout, William Dunker,
Marcelle
Stefanelli, Didier
Ferrari, Thomas
Bronzini de Caraffa, Djemel Barek,
Marie Kremer.
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Coproducción Bélgica-Francia
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Género: Drama
Pues tiene muy buena pinta. A ver si la puedo ver.
ResponderEliminarY lo que tú dices, la vida no es ni tan rutinaria como nos lamentamos ni tan dramática o maravillosa como nos gustaría.
Pienso que está mas cerca de la tragicomedia costumbrista.
Un beso,
(No he podido entrar en blogger durante una semana, pero siempre contesto)
ResponderEliminarAviso que es de las que la gente llama lentas porque ocurren más cosas en el interior de la gente que fuera. Supongo que a ti no te importa, pero quizá a algún lector del blog sí.
Yo tengo un concepto diferente de la lentitud. Llamo lenta a una película en le que una persecución dura tres cuartos de hora, porque en realidad no pasa nada importante y me muero de aburrimiento.
También me gustó porque hay algo que me conecta a ella.