El
sol explotó otra mañana más y a Sebastián le encontró de nuevo fuera del porche, debajo
de uno de los naranjos en flor que su padre había plantado tiempo atrás justo al
borde de la piscina, debatiéndose entre el sueño y amagos de una lucidez
impregnada de resaca. Una resaca con los peores síntomas, una resaca de órdago.
Cada
uno de sus rayos tocó una brizna de hierba. Muchas de ellas contenían un
insecto sorbiendo los últimos restos de rocío. Este césped, surgiendo de la
tierra arcillosa, se extendía como un abanico oscilante a lo largo y ancho de
la finca de los Garmendia. La fuerza del sol se iba intensificando, la potencia
del viento disminuía mientras el día iba cobrando fuerza.
Jacek Yerka: Hay otros mundos dentro del mundo |
Los
exiguos restos nubosos habían dejado de volar y flotaban sobre su cabeza
estáticos. O eso le parecía notar, borrosamente, mientras, con su absurdo
panamá, la camisa floreada que solía exhibir por esa época –como si su aspecto
no fuese por sí mismo lo suficientemente ridículo– y los ojos bien protegidos por
cristales reflectantes, sorbía los restos de whisky salpicado de tabaco húmedo
que aún quedaba en el fondo del vaso.
La
angustia etílica, a la vez que le envolvía sutilmente, le obligaba, con la mayor de
las tiranías, a contar una a una las nubes, cada hebra
de césped, insecto, gota de rocío, rayo solar. Su evidente incapacidad para
abarcarlo todo le producía un sufrimiento atroz. Hubiese querido registrar
hasta las moléculas, sentir y explicar la última partícula de su cuerpo, tener la mente tan lúcida y despejada como el más potente ordenador que se pueda
concebir.
No
es que allí se estuviera mal del todo, bajo el tibio sol matutino, con el agua
fresca a su alcance, saboreando su mugrienta bebida de importación (destilada,
dicho sea entre nosotros, a solo unos kilómetros al norte), escuchando aún, a
retazos, los solos de violín y los tambores, pero le urgía, casi le iba la vida
en ello, conocer el número exacto de notas musicales, gotas de agua, partículas
cromáticas, terrones de arena, corpúsculos luminosos, patas, alas y facetas
oculares de insectos, así como otros millones de innumerables minucias que, de
no ser por aquella congoja obsesiva, hubiesen contribuido a que volviera a sumirse en un reposo más que confortable.
La resaca es más soportable si despertamos debajo de un naranjo. Y contar insectos y complacerse en los pétalso de flores no es mal método para aclarar la mente.
ResponderEliminarHola Amaltea.
ResponderEliminarEn realidad fue un relato que propusimos varios después de leer un ensayo sobre requisitos literarios. Será el próximo libro que reseñe aquí. El último capítulo habla de la Multiplicidad: rasgo consistente en pretender abarcarlo todo, imitar la complejidad del mundo. Y yo he intentado eso pero en forma de parodia.