Solo
en una ocasión, alguien pudo hablar con David Lamarque, conocido también como
el Francés, incluso acompañarle algunas horas en su celda. La historia no
tiene constancia de ello porque el periodista que tuvo la idea de entrevistarle
recibió después cuantiosos sobornos. Aquella suma, tras su fallecimiento, fue a
parar, íntegra, a su amante y a un hijo secreto nunca reconocido en vida. Los
rumores proceden de su despechada familia que intentó contar al mundo –con
bastante poco éxito, es verdad– la traición que produjo la fortuna de su
pariente.
Entre los papeles del difunto, se hallaron decenas de diarios y centenares de cartas escritas o recibidas por David Lamarque, junto al borrador del cuestionario que desveló el contenido de la entrevista.
Contaba el reportero que encontró al presunto autor de aquella inmensa y sesuda obra, por desgracia todavía inédita, medio desnudo, muerto de hambre y frío, apaleado hasta acabar cubierto de llagas y aislado en una celda inmunda sin recibir jnunca un rayo de sol. Aún así, se mostraba animoso y lúcido y miraba al futuro de frente. Rodeado como estaba de los libros que quiso, contando con material de escritura suficiente, David parecía optimista. Expuso sus ideas más recientes, solicitó permiso para que sus nuevos proyectos pudiesen ver la luz, bromeaba y hasta se permitió tomar un poco el pelo al que, en su opinión, no era más que un joven imberbe. De todo ello, lo que más me ha llamado la atención ha sido este colofón autobiográfico:
Prometeo encadenado por Vulcano (1623) - Óleo sobre lienzo de Dirk van Baburen - Museo Nacional de Ámsterdam |
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