-¿Pobre? ¡Qué arte! ¡Qué arte, mi abuela! El terremoto la había pillado
en su cuarto, cerca del cofre de los tesoros. Llevaba todas sus alhajas puestas
y se había construido un ataúd. Debió pensar: "Puesto que nadie va a
enterrarme, me entierro yo como es debido".
Y el ataúd le salvó la vida. Fue ingeniosa, se metió en la caja del
reloj de su familia envuelta en una manta gruesa, (el sudario que tenía más a
mano) y, encogida como estaba, los cascotes apenas la rozaron, solo rompieron
el cristal. También fue valiente y muy lista, pero lo que encontramos ya no era
ella. Trastornada por el hambre y el pánico, se había convertido en un ser
adusto, incapaz de sonreír. Y, a pesar de todo, feliz. Feliz a su manera,
disfrutando al contar su historia una y otra vez a los forasteros que llegaban
al pueblo para verla. Orgullosa de su fama, ella a la que nunca, nadie, había
mirado dos veces.
Publicado originalmente el 7/4/20 en Clásicas y Modernas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Explícate: