Apenas la llegada de la luz.
Vagones ignorantes.
En Alcalá de Henares, mi amigo José Prada,
cogió en marcha ese tren
que contenía la semilla de la muerte,
(pero también los dos que le siguieron)
ocupó el único asiento que quedaba libre
–
el que le indultaría – y se
puso a escribir un relato sin sangre,
ni muertos ni explosiones, una historia
sencilla sobre una mujer checa
que emigra al sur de Francia.
No podía saber que más atrás, no en el
tren siguiente,
en el tercero, igualmente mortífero,
viajaba Beatriz,
española,
de veinticuatro años,
con la cabeza recostada en la pared,
un sopor en la frente y en los labios,
rodeada de piernas y de codos,
axilas, portafolios, botas.
Un vagón atestado de suculentas víctimas
que el dios glotón del Odio, el
insaciable,
aguardaba, relamiéndose, en Atocha.
José Prada levantó la vista,
las letras que había escrito se amotinaban
en el papel
avisándole de que algo
iba a ocurrir.
Tras la ventanilla clareaba el aire.
La mujer de su cuento recogía a un niño
abandonado en el hospital donde limpiaba.
Luego José parpadeó:
un golpe monstruoso había sonado a pocos
metros.
Y también Beatriz
y los portafolios. Escuchaban ahora
un redoble de explosiones continuado.
Hubo alaridos, golpes y carreras
en el vagón de José.
Él quedó prudentemente inmóvil
y se salvó por ello.
Las ruedas se callaron a la voz de las
bombas
(un fragor sin grandeza)
y hubo que saltar a los raíles.
–
En un vagón vacío quedaba aún
un muchacho
enmascarado por la sangre,
sentado, sin moverse –.
Ayudó a trasladar a mujeres hieráticas,
observó a algunos plantados, como árboles,
(no sabían dónde ir).
La luz se había apagado en los vagones
muertos,
Afuera amanecía, ingenuamente.
A Beatriz los hombros le pesaban.
ignoraba aún si estaba viva
y mejor no saberlo, por ahora.
Pero el día lanceaba sus pupilas,
escuchaba zumbar a las sirenas
de ambulancias y bomberos
y a helicópteros que ametrallaban el
espacio.
Beatriz y José,
vivos e ilesos, condenados
a sobrevivir,
no se conocerán. Ni tantos otros
que cargarán ese fardo para siempre.
A todos se refieren estos versos,
ya fríos, ya inservibles.
Palabras y palabras. Más palabras
concebidas desde la impotencia.
Molina de Tirso
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Explícate: