La
primera vez encontraron una cafetera, bien embalada en su caja, en uso pero completa
hasta en el mínimo detalle: filtro nuevo y hasta cacillo de medir. Los chicos
del 5ª D la encontraron cuando salían hacia la escuela y la apartaron de una
patada. Un poco más tarde, cuando las vecinas del rellano averiguaron de qué se
trataba, acordaron cedérsela al anciano que malvivía en el sótano. Les constaba
que solía prepararse un infame café de puchero y pensaron que le vendría bien.
Gardenia, la niñera del Ático A, se ofreció para enseñarle a utilizarla.
El
boté de champú apareció en una ventana del descansillo dos semanas más tarde y
nadie lo relacionó con el otro objeto, pero después de aquello casi todos los
días encontraban algo. Aquello supuso el alborozo general. Organizaron rifas
benéficas y hasta una porra para adivinar con qué iba a sorprenderles a
continuación el benefactor misterioso. Aunque tuvieron que suprimirla porque
nadie adivinaba nunca y enseguida dejaron de apostar.
Hasta
un pájaro vivo, pero mudo, hallaron una vez en su jaula. Esta vez se subastó
por todo lo alto en la explanada del ayuntamiento y, con lo que recogieron, el avispado
hijo de la viuda del 2º B entró en la universidad aquel curso.
Gustav Klimt - El árbol de la vida |
Más
de diez meses duró aquello. Todo el mundo especulaba. No estaban seguros de si
debían alegrarse, hubo quien afirmó que todo aquello atraería la mala suerte.
Se organizaron turnos para espiar pero lo cierto es que nadie vio nada nunca.
Lo curioso del caso es que el valor de los obsequios se iba incrementando casi insensiblemente.
Lo último que depositaron, que se sepa, fue un flamante abrigo de piel de
conejo, con su garantía y su ticket de compra, adquirido en la mejor peletería
de la provincia.
Y de
repente, cuando más entusiasmados estaban los vecinos, tanto que hasta habían
dejado de hacer preguntas, acabó todo. Ya hacía mucho que se habían extinguido
las rifas, ahora el primero que encontraba lo que fuese se convertía en su
propietario. Se habló –todavía se habla– de trampas y zancadillas, de cortes de
electricidad para asegurarse la ventaja, de vigilias interminables tras las
mirillas, de traición y hasta de violencia. Los rumores persisten. Se comenta que
los hallazgos no cesaron entonces, que todavía se recibieron algunos. Joyas,
talones con varios ceros, costosos aparatos electrónicos, cada uno de ellos un
poco más valioso que el anterior. Pero nadie tuvo nunca la certeza, pues quienquiera
que fuese el agraciado se guardó muy bien de divulgarlo.
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