Una
vez sentados, Paco empezó a hablar y ya no hubo forma de pararlo. Contó que
estaba vivo tras cinco años de habitar en otro mundo. Que comprendía
perfectamente a Lázaro; sí, el bíblico, ese que se escapó de la tumba. Que el
pánico constante se había ido y no tenía que disimular el ahogo. Yo sabía de lo
que hablaba pero la camarera le miró como si delirase. Creo que él se dio
cuenta pero le dio lo mismo. Estaba feliz. No olvidaba –dijo- que algún día
debería recurrir a la bombona de oxígeno, pero esperaba que eso ocurriese
cuando fuera muy mayor.
-Hasta
he vuelto a practicar boxeo.
-¡Pero
Paco!
-Pensarás
que no estoy bien de la cabeza pero sé lo que estoy haciendo, mientras no haya
peligro puedo hacer los esfuerzos que quiera. No, espera. Más que poder, debo hacer
mucho ejercicio, eso significa aumentar la capacidad torácica. Y si practico un
deporte que me encanta, mejor.
-Eso
sí lo sabrá Cristina.
-Naturalmente.
-¿Piensas
volver a competir?
-No,
claro. Ni siquiera pelearé como amateur, sería de locos arriesgarse incluso a
tener un oponente. Solo voy a practicar en el gimnasio. ¿Ves? –abrió los brazos
sonriente- Es cierto que estoy buscando uno, ya sabes que no miento casi nunca.
No
dejaba de preguntarme qué estábamos haciendo allí, apenas escuchaba sus planes:
que montaría en bicicleta, subiría a la montaña, jugaría al futbol con los
niños… Presté atención. De repente, había cambiado de asunto:
-…
y no sé si eso es una crisis matrimonial. Me avergüenzo de lo ingrato que soy,
pero no puedo remediarlo. Ahora que no necesito enfermera a todas horas, mi
cariño por Cristina está empezando a enfriarse.
Me
quedé de piedra; de Paco podía esperarme todo menos eso. Creo que lo notó.
-Espera.
Antes de que me pegues, te diré que no
es solo cosa mía. A ella le está pasando lo mismo. Es fácil de entender, sencillamente, llevamos demasiado tiempo cimentando la vida matrimonial en algo
que ya no existe. Cuando se producen cambios bruscos en una relación, suelen
suceder estas cosas.
-¿Y
qué quieres de mí?
-¿A
quién más piensas que puedo contarle esto?
-¿Encima
tengo que darte las gracias?
Hacía
mucho que no veía sonreír a Paco con tanta frecuencia.
-Ya
contaba con que te sintieses molesta, pero sé que, en el fondo me entiendes y
que no vas a decir ni una palabra.
-Eso
es mucho suponer ¿no crees? Ante todo…
Aparto
una mosca invisible con la mano.
-Ya
sé. Ante todo Cris es tu amiga. Pero, mira, esto no es algo que se pueda
elegir, ni me has dejado que acabe de contártelo: estoy empezando a mirar más
de la cuenta a las chicas. Nada serio, todavía, pero hace ya cuatro meses que
puedo hacer vida normal y esta situación está empezado a agobiarme. Me siento
eufórico, estoy deseando volar porque llevo siglos encerrado en la jaula.
-O
sea, que quieres separarte. En fin, es una opción. Sabes que no soy de los que defienden
continuar a toda costa por los hijos, pero pienso que te estás precipitando.
Seguramente es una reacción lógica, pero si aguantas sin hacer ninguna
tontería, es posible que las aguas vuelvan a su cauce.
-Te
digo que ella está igual de fría, Molina.
-Creo
que te equivocas.
-¿Te
ha comentado algo?
-Ya
has visto que no tenía ni idea de esto. Pero no me hace falta, conozco bien a
tu mujer.
-Ya,
pero la mitad de la pareja soy yo y sé bien lo que me digo.
-Tú
sabrás, chico. ¿Ya has tenido alguna aventura?
-Claro
que no, pero con el pensamiento a todas horas.
Me
daban ganas de insultarle. Más aún. De retorcerle el pescuezo como a un ave de
corral. Creo que me sobrevaloró al considerarme la persona adecuada para
escuchar sus confidencias.
-Lo
siento, sé que esto te está haciendo daño, pero, compréndelo, necesitaba un
hombro.
Ahora
fui yo la insensible.
El
mío es el hombro menos adecuado de todos los hombros que conoces.
-¿Y
a quién se lo cuento? ¿Eh? ¿A mis padres? ¿A mis hijos? ¿A esos amigos que
desde hace cinco años vienen de vez en cuando a comprobar cómo sigo amarrado a
mi sillón?
-¡Hombre!
Algo salías.
-No
estamos hablando de eso –respondió con voz rencorosa.
-Ya
no estamos hablando de nada. Esta es la última cosa que sé a espaldas
de Cristina, la próxima vez que quieras
contarle algo a alguien lo escribes en un cuaderno.
Ni
siquiera se inmutó, en ese momento me acordé del asco que da la confianza
-No
creas que no se me ha ocurrido empezar un diario. Pero no sabría donde esconderlo,
y reconocerás que tú eres mucho mejor que un papel.
Ya
no iba a dejarme engañar.
-Hazme
caso, Paco, date tiempo y solo cuando lo veas más que claro, toma una decisión.
No te precipites pero tampoco te quedes con ella por la fuerza de la costumbre.
-¿Ves?
No me he equivocado al confiar en ti. Ahora me encuentro mucho mejor.
Lo
dijo mientras me sujetaba la puerta. Yo pensaba dónde diablos podría llevarle a
comer, a un sitio, cuando más ruidoso mejor pues si volvía a las andadas iba a
tener que frenarle. Fui tajante.
-Y
yo mucho peor, claro. Como me acabas de colgar el muerto…
Visita mi nuevo blog sobre la cuestión respiratoria: http://charlasconpacotella.blogspot.com
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