En una ocasión comparé a Rajoy con un molusco,
ahora ha metido la cabeza bajo la concha y solo la ha sacado el 1 de agosto,
cuando España entera se consumía un año más en el chapapote del atasco o rodando
sobre los raíles del tren. Es verdad que muchos no pueden permitirse esos
lujos, pero tampoco ven la televisión por falta de suministro eléctrico. No se han
perdido nada, Rajoy se limitó a repetir lo mismo de siempre, sin pruebas ni
razonamiento alguno, pero ese cinismo, esa cara dura, al pretender que estaba
explicando algo o comunicando alguna novedad, no solo era digna de verse sino ante
todo y sobre todo de quedar grabada para futuras generaciones como ejemplo de
hipocresía e ineficacia política. Y ahora, en esta España donde muchos no solo
no tienen para pagarse las vacaciones sino que les falta hasta el pan y la sal,
nuestro presidente ha encontrado una nueva concha en que ocultarse o, mejor
dicho, un peñón.
No es que el de Gibraltar me parezca un asunto
baladí. Nunca he entendido por qué los sucesivos gobiernos no han sido más
combativos con él. Pero, puestos a no entender, lo mismo me pasa con otros
muchos comportamientos (por ejemplo el que mantenemos respecto al Sáhara y
algunos bastante más domésticos) ante los que nadie parece sorprenderse.
Incluso es posible que, en el estado actual de cosas, en este revuelo que se ha
montado como serpiente de verano para entretener a los ociosos no vaya a ser
que se pongan a pensar, el gobierno
español tenga su parte de razón, o toda, da lo mismo. Porque lo de menos hoy
día es el asunto de la pesca, el del contrabando de tabaco, los bloques de
hormigón, el traslado de arena, el ministro principal, la intervención de
Bruselas. Lo que me preocupa –naturalmente, sin despreciar ninguna de las cuestiones
mencionadas– es que hayan vuelto a utilizar la cuestión nacionalista, a agitar
las pasiones soterradas, a remover las vísceras del personal. Que, por cierto, todavía
tiene los pies a refrescar pero ya veremos cuando vuelva todo el mundo. Se han
encontrado con que ya no pueden utilizar el tema vasco –pues por mucho que
manipulen, compliquen, estiren como chicle sus consecuencias, ahora mismo no
convencerían a nadie– y que de repente los gibraltareños hayan tenido a bien
darnos un poco de guerra les ha venido de miedo. Esta es una noticia que en cualquier
otro momento se hubiese presentado como un asunto local (mucho más de lo que es
en realidad ya que no suele interesar remover el asunto) y que, precisamente
ahora, convenientemente amarilleada por los medios –que cada vez son más
hábiles en esto–, retocada, exhibida, repasada hasta el detalle, sazonada de
ingredientes populistas y presentada en su lado más emotivo (no olvidemos que
cualquier suceso lo tiene y que aparece o no según convenga) volverá a exaltar
el –hasta el momento– sosegado patriotismo de los televidentes.
Ya preveía el ministro Margallo, nada más acceder
al cargo, que Gibraltar iba a ser el clavo ardiendo al que poder agarrarse en
caso de que viniesen mal dadas. Su exclamación “¡Gibraltar español!” apareció en los medios como una anécdota chusca
pero yo creo que lo dijo precisamente para ser grabado, que era un aviso a
navegantes. No les cabía duda de que iban a necesitar algo así porque el
arsenal de recortes, desahucios, legislación contra los trabajadores y demás,
estaba lista desde mucho antes de ganar las elecciones. No contaban con la
cascada de casos de corrupción que ha saltado a la opinión pública, con la
vergüenza e indignación que consume al país entero, y menos aún con que ellos
mismos –el partido en bloque y no solo alguna cabeza aislada– iban a quedar en
evidencia con la vinculación al caso Gürtel de su propio tesorero y toda la
sarta de vergüenza y escándalo que ha rodeado este asunto. Ahora, no solo es
indispensable sacar al peñón en primera plana, además hay que hacerlo con
campanillas. Aún más, con trompetas retumbantes. Escandalizarse con cada
comentario del exterior, apiadarse falsamente de los pescadores perjudicados, lamentar
el impacto ambiental, alarmarse por las consecuencias económicas del contrabando
tabaquero.
¡Hay que ser hipócritas! Injusticias territoriales,
contrabando, perjuicios económicos se están produciendo a diario, se han
incrementado exponencialmente en los últimos tiempos, continuamente se vulneran
los derechos humanos, con el apoyo o no de
la ley y, fuera de los propios afectados, a nadie parece importarle mucho. Es
más, cualquier amago de protesta se ha reprimido duramente, se desacredita a
todas horas a las víctimas de la crisis, se las silencia. Que se lo pregunten a
los desahuciados, a los habitantes de las costas, a los parados eternos, a
tanta gente a la que se calla la boca, a veces hasta agrediéndoles.
Cuando tenía cinco años –lo recuerdo
perfectamente– soñé que caminaba por el largo pasillo de mi infancia, tan
tenebroso en el sueño como me parecía en la vida real. Me topé con una puerta
mágica que se abría a una sala repleta de luz y de gente, de música y palabras,
una gran librería con bóvedas repletas de anaqueles y una actividad frenética.
Niños jugando, adultos subiendo y bajando escaleras, un mostrador donde se
vendían libros, un orador emitiendo palabras inaudibles para mí, una bailarina
haciendo acrobacias… El día que habló Rajoy, todavía con el eco de su voz en
los oídos, caí en un sopor profundo y volví a recorrer el pasillo, esta vez de
mi casa actual, y a encontrar otra puerta misteriosa. Pensé que estaba
clausurada pero a simple vista no la interceptaban más que dos cerrojos
pequeños. Descorrí el primero, que cedió sin problemas. Me fijé en el de más
arriba, aunque parecía obstruido lo moví con la misma facilidad. Empujé la
puerta, despacio, con un poco de aprensión. Al otro lado se abría un pozo oscuro,
profundísimo, que exhalaba una humedad heladora. La misma que dio lugar al
sudor frío con que me desperté de un salto. Sí, aquel discurso producía
pesadillas. A pesar de estar vacío. Como el pozo. O por eso, precisamente.
El país necesita otra puerta. Pero que no nos
arroje al pozo como la que este gobierno ha abierto ante nosotros desde su
llegada al poder. Ha de ser una puerta con salida al aire fresco, a nuevas
ideas, independiente de las argucias interesadas de Alemania, abierta al pleno
empleo, la prosperidad general, las nuevas ideas, la crítica constructiva, la
ilusión. Una puerta que aporte soluciones igualitarias, algo que nunca, jamás,
por mil años que gobierne, podrá aportar la derecha.
Por ello, posiblemente, sea indispensable una segunda
puerta. Esta bien ancha, para que por ella salga el presidente y el gobierno
entero con él.
Que razón tienes y qué miedo dan con sus decisiones de ópera bufa.
ResponderEliminarHan vuelto celebrando que tenemos 31 parados menos, 31, pero obviando que el 94% de los contratos desde que nos desgobiernan y en este momento son precarios, y que han bajado las altas en la seguridad social.
Son patéticos esos intentos de desviar la atención con trasnochados discursos patrioteros.
Son amorales e ineptos, no lo pueden remediar.
Me ha conmovido ese sueño de tu infancia. La mía también necesitaba de sueños.
Un beso,
Jeje. Dos blogs de dos soñadoras irredentas, pero que saben tener los ojos abiertos y los pies en el suelo y a las que no se les da con queso fácilmente. Los sueños también sirven para eso, ponen cada cosa en su sitio.
ResponderEliminarSi todos esos mangantes e irresponsables supiesen soñar como es debido, no precisarían de corrupciones ni embustes y otro gallo cantaría a esta sufrida población que les soporta.
Besos, guapa