En pleno trasiego
informativo sobre la modificación de la ley de del aborto, en medio de un debate
que, en mi opinión, jamás se hubiese planteado en ningún país ni estaría sujeto
a legislación alguna si fueran los hombres en vez de nosotras quienes tuvieran la
decisión en sus manos, cuando gran parte del país está indignado, sobre todo
las mujeres, a quienes se les priva del derecho a decidir, me parece una buena
ocasión para poner sobre el tapete esta película. Eso por mi parte, por la
vuestra, os recomendaría que la revisaseis, o le echéis una primera ojeada si
es que todavía no la habéis visto.
Un film austero y realista,
con personajes creíbles e interpretaciones convincentes, que en su día valoré, no como un espectáculo amable
y simpático, sino como la convincente y brutal patada en el estómago que realmente
es. Porque, desde la honestidad, no hay otra forma de presentar al espectador
una cuestión así.
Nos asomamos a la pantalla para contemplar la
sordidez y el ánimo de lucro de personajillos sin escrúpulos, que comercian con
la ansiedad, el miedo y la inocencia de dos chicas muy jóvenes engullidas por
una sociedad despiadada, en el ambiente corrupto y represivo de una dictadura
como la que, durante dos décadas largas, impuso Ceausescu en la Rumanía comunista de
la segunda mitad del siglo.
Nos quedamos sin respiración
durante casi dos horas, contemplando la vida tal como se ve cuando el lujo y
las bambalinas simplemente no existen. La presentación descarnada de unos
hechos, la fidelidad del guión a lo que es y no a lo que queremos que sea, nos arrastra
por unos vericuetos que querríamos ignorar porque suponen la entronización de
la tristeza en la vida. En la de todos, si somos medianamente empáticos.
Transitamos por unas situaciones
manejadas de forma tan rigurosa y verosímil, con una técnica tan simple y
desnuda, rodada de una forma tan cercana al espectador, incluso despojada de
efectos musicales, que el resultado se aproxima al documental, aunque no se
hayan utilizado sus técnicas. Es como ver teatro sin escenario, con los actores
al alcance de la mano o, mejor aún, como volvernos invisibles y contemplar tranquilamente
la vida a través de una ventana a ras del suelo.
Disfrutamos (y sufrimos) con
un guión sabiamente dosificado, tanto en la progresión narrativa como en una difícil combinación de ingredientes que impide al dramatismo convertirse en melodrama. Lo que vemos no es tanto lo que pasa como lo que sienten las dos protagonistas, y nos sentimos tensos, incómodos, porque no nos cabe duda de que se nos está contando la verdad.
Porque no solo se nos habla de chicas
desamparadas e indefensas, si fuera así habríamos visto un producto chato y
ramplón. Habla también de la amistad, es divertida, tierna, irónica,
reflexiva, amarga, ácida, dura, tan compleja como la vida misma. Y llegó a
obtener un sinfín de premios. Desde la
Palma de Oro de Cannes 2007 hasta el Goya a la mejor película europea de 2009,
pasando por numerosos galardones europeos, norteamericanos y sudamericanos, incluso,
cómo no, de Hollywood: el Hollywood World Award.
Pero el espinoso asunto de
la ideología subyacente sigue preocupándome después de tanto tiempo. He dicho
que el film es verdadero, que es sincero y, valiente. Al menos la mayor parte.
Hay, sin embargo, dos planos en los que me pareció intuir que, amparándose en
lo subliminal, el director pretende lanzar un mensaje antiabortista: en el
primero aparece una figura –demasiado explícita y sin ninguna justificación –caída
en el suelo y mostrada demasiado cerca y durante demasiado tiempo, una figura
que no puede ser real y que, por tanto, ha sido manipulada no sé con qué
propósito. La otra escena es, precisamente, la última. Aquella en que ambas
amigas vagan por la noche urbana entre cubos de miseria y un desamparo infinito
para depositar el último resto de pasado. Otra recreación innecesaria, que
parece echar algo en cara a un personaje que no es más que una víctima más de la infernal maquinaria
sexista que, desde los tiempos de las cavernas no ha hecho otra cosa que
sofisticarse.
Ese bulto siniestro, ese
peregrinaje por los detritus nocturnos ¿son una acusación? Pregunto.
Lo que yo he visto aquí es que
la clandestinidad conlleva peligro, más aún si va unida al inexperto coraje de alguien
que solo está empezando a vivir. Que existan desaprensivos acechando no
significa que haya que prohibir nada, al contrario, conviene sacarlo a la luz,
regularlo, facilitarlo, ponerlo en manos de profesionales serios que garanticen
una correcta atención sanitaria. La sociedad es despiadada con los débiles,
esto es lo que hay que corregir. El hecho de que afecte directamente a las
mujeres no supone un desdoro, como se da a entender que ocurre en todo cuanto nos
afecta. Somos el cincuenta por ciento de la población y tenemos en nuestras
manos la reproducción humana, nada menos. Si los varones –solo, naturalmente,
algunos de ellos– con su humilde contribución,
ya se consideran los amos del mundo, no quiero ni pensar la importancia que se
darían si fuesen capaces de producir seres vivos, enteros y perfectamente
acabados, algo que –como todos sabemos o deberíamos saber– únicamente se
produce tras un parto felizmente llevado a término. Lo que debe hacerse, con
urgencia y de una buena vez ya, es apoyar nuestras decisiones, ayudarnos en
nuestra tarea y dejar de levantar prejuicios y tabúes. Pero no, se nos sigue
culpabilizando como antaño, es decir, como siempre. Ante nuestros sanos deseos
sexuales se dice que somos unas frescas (o un
poco sueltas que suena más moderno), pero se llama estrecha a la que teme
dejarse llevar por sus instintos, homicida a la que dispone de su cuerpo, mala
madre a la mujer que no ha sabido o podido abortar a tiempo cuando se constata
que es incapaz de hacerse cargo de sus hijos, traidora a la que se embaraza del
hombre que considera adecuado para criar, ella sola, de forma consciente y
responsable. Cualquier comportamiento y su contrario serán deleznables cada vez
que contraríe en ese momento al varón que lo contempla y que, invariablemente,
se creerá con todo el derecho –no solo a juzgar, algo que ya sería indignante
porque, si somos maduras y responsables para hacernos cargo de nuestros
asuntos, nadie debería meter las narices en ellos– sino a condenar sin
paliativos la mayor parte de las veces. Esto sigue siendo una actitud
universal, pero nuestro país tiene la vocación de rezagarse más aún, lo ha
hecho durante la mayor parte de su historia. Digo más: cada vez que, de
milagro, se le escapa un alarde progresista –como ocurrió con los afrancesados durante la invasión
napoleónica, como ocurrió cuando se implantaron esas leyes, tan avanzadas para
la época, aprovechando la Segunda República– invariablemente, algo se interpone
entre España y el progreso, obligándola a retroceder y poniéndola, una vez más,
a la cola del mundo.
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Año: 2007
·
Duración: 113
min.
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País: Rumanía
(Coproducción Rumanía-Bélgica)
·
Director: Cristian
Mungiu
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Guión: Cristian
Mungiu
·
Música: Oleg
Mutu
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Fotografía:
Jules van den Steenhoven
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Reparto:
Anamaria Marinca, Vlad Ivanov, Laura Vasiliu, Alexandru Potoceanu
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Género: Drama social
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