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El
corazón le latió con fuerza mientras estaban leyendo la carta, continuó
aporreándole el pecho cuando ella se encargó de pedir por los dos y todo el
tiempo que empleó el chef en intentar convencerles de que eligiesen lo más caro.
Era incapaz de articular palabra, pero tampoco tuvo que esforzarse mucho, no hubiera podido meter baza ni queriendo. Daniela se perdió en detalles sobre la tragedia de perder a alguien por
culpa de un cáncer inmisericorde. Le sorprendió que fuese viuda, no lo parecía,
su imagen era la de una mujer despreocupada que aún vive con sus padres.
-¿Tienes
hijos?
-No.
Llevábamos poco tiempo casados cuando empezó con los síntomas. Han sido tres
años terribles.
Aquella
era una herida demasiado reciente, se diría que intentaba saltarse el
inevitable periodo de duelo colgándose del primer incauto. Craso error.
Suponiendo que aquella mujer mereciese la pena, tenía que evitar caer en la
trampa. Le quedaba demasiada angustia aún, sus ojos pedían socorro mientras
seguía dando detalles de operaciones, terapias y crisis. Decidió aprovechar la
coyuntura.
-A
mí me pasa algo parecido, siempre estoy en el límite.
Por
fin pareció interesarse.
-¿Qué
quieres decir?
.Pues…
Ya os he contado antes que tengo problemas de pulmón. Una obstrucción crónica
de bronquios complicada con un asma tremendo.
-¡Ah,
sí!
María Goñi |
Y
se quedó mirando al infinito con la más absoluta indiferencia.
-Te
advierto que es bastante peligroso, ten en cuenta que afecta a la respiración.
-Ya.
Pues eso es lo terrible. Cuando los médicos desahuciaron a Ángel...
Y bla, bla, bla. ¿Cómo explicarle que lo
suyo estaba sucediendo allí y ahora? Le hubiese encantado hacer de paño de
lágrimas tal y como ella pretendía, pero lo suyo empezaba a ser preocupante.
Necesitaba que abriese los oídos y escuchase lo que trataba de decirle.
El
resultado fue que apenas habló, solo para intentar avisar (sin éxito) a Daniela
de que no se dejase engañar por su aspecto, que casi no probó la comida porque
el estómago lleno le hubiera impedido respirar, que no llegó a disfrutar de la
conversación, aunque comprendía a la pobre chica y era consciente del peso que
estaba soportando. Atando cabos, calculó que no llevaría sola más de seis
meses. Tal vez más adelante, cuando atravesase una temporada algo más liviana y
ella estuviese menos obcecada en lo suyo, suponiendo que eso sucediese alguna
vez, podrían volver a intentarlo.
Pagaron
la cuenta a medias porque ella insistió en hacerlo así y la dejó acodada sobre
la barandilla de roble escrutando las manchas montañosas del fondo. Ya en los
aseos, aspiró la boquilla del inhalador con todas sus fuerzas las dos veces
reglamentarias en un intento desesperado por evitar el servicio de urgencias,
al menos antes de dejarla en casita.
Se
había levantado viento. Daniela se puso la vistosa chaqueta de color esmeralda
que hasta el momento llevaba en el brazo. Resultaba bastante atractiva, no solo
porque tenía una figura envidiable, le gustaban también los reflejos dorados
del pelo, que casi parecían naturales, y aquel mentón voluntarioso que ponía de
manifiesto un carácter fuerte.
Metros
antes de llegar, no tuvo otro remedio que acercar el coche a la acera y hacer
un gesto con la mano para que Daniela se callase de una vez. Había seguido
acumulando detalles de aquellos tres años funestos y, en lugar de dejarla
explayarse sin más, había cometido la imprudencia de animarla con comentarios
demasiado enérgicos para el estado en que se encontraba. Ya no podía más. Ella
le miró extrañada pero no abrió la boca. Cuando le pareció que el hospital
podía esperar un poco, avanzó hasta dejarla en su puerta. Fue entonces cuando
se atrevió a decir algo.
-No
lo has entendido, ¿verdad?
Ella
se puso en guardia, ahora le tocaba hablar a él. Pensó que estaban en el peor
sitio y, sobre todo, era la peor hora para que una mujer captase que no se
trataba de ninguna estrategia.
-Es
natural –concedió –los que respiráis sin problemas no podéis entender del todo
una cosa así. Pero, en serio, antes lo he visto realmente chungo, por eso he
tenido que pararme.
-Sí,
sí, vale. Bueno, tengo que irme.
Nunca
volvió a verla.
En estas tres historias de Paco queda reflejada la soledad del enfermo. Todo el mundo está dispuesto a contarte sus penas y miserias, pero muy pocos están dispuestos a oír a los demás y sobre todo a empatizar con lo que les ocurre.
ResponderEliminarTambién es cierto que en estos tiempos el umbral de zozobra que la mayoría están dispuestos a soportar está a la altura de la puerta del Ratoncito Pérez. Por eso somos un país con un alto consumo de ansiolíticos y demás fármacos que nos prometen la felicidad.
Teniendo a mano conversar, amar, reír, compartir..., ya ves.
Escribes muy bien, Tirso. Es un placer leerte y aprender
Un beso,
Muchas gracias. Parece que Paco empieza a resultarte familiar, eso es buena señal. Su nombre viene, voy a decirlo, de la palabra "pacotilla". Lo descubrió un lector (muy perspicaz por cierto) y me dejó patidifusa.
ResponderEliminarUn beso