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-Aquí mismo, ¿te parece?
Estaban
delante de un modesto bar de tapas. Ella dio un toque de misterio a su sonrisa.
-Déjate
llevar.
-Pero
es que…
-Confía
en mí ¿vale?
María Goñi |
Atravesaron unparaje salpicado de casas gemelas, alambradas, instalaciones deportivas, jardines.
Por un sendero lleno de baches, accedieron a una de las urbanizaciones. La
furgoneta daba tumbos, doblaba recodos y Paco se empezaba a arrepentir. Desembocaron
en una plazoleta, frente a ellos se alzaba un restaurante italiano con
pretensiones de casita de cuento.
-Allá
arriba hay balcones como palcos desde los que se divisa toda la zona. Ya verás
que bonita es.
Se
había hecho de noche, pero ella –y no Paco, que nunca había estado allí– era capaz
de verlo todo con los ojos del recuerdo.
-No,
vengo siempre a esta pizzería porque la encuentro muy agradable.
Un orondo cocinero gigante sonreía desde el trozo de fachada mejor iluminado mostrando unos mostachos casi tan apabullantes como la fuente de espaguettis que ofrecía.
Subir
una escalera disimulando que uno está a punto de ahogarse y tratando de
reprimir el sonido de los bronquios es algo que Paco no desearía a nadie jamás.
Aquella era de caracol, con suelo de madera bruñida, y daba la impresión de no
acabarse nunca.
-¿Falta
mucho?
-Jajaja.
Por algo dice mi abuela que los hombres de hoy día no servís pa ná.
-Bueno.
Es que yo soy asmático.
-Sí,
da muchas vueltas pero no son más que tres pisos. Ya verás que bien se está
allá arriba.
Era
como si se hubiese vuelto sorda de repente. Había dicho asma. A-s-m-a.
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