Goya - La familia del infante don Luis de Borbón - 1784 |
Confieso
con rubor que me fascinan los días históricos. Aparecen envueltos en un halo
especial que no se ve a primera vista. Hay que fijarse un poco, amoldar los
ojos a la sinuosa atmósfera, mirar sin ver, entrecerrar los párpados levemente y
enfocar a través de las pestañas. Los días nublados tienen un tono azulino con
vetas blancas; cuando luce el sol, en cambio, este se muestra algo rojizo. En
cualquier caso, flota en el aire un velo liviano y taciturno que envuelve el
paisaje y que algún día recordaremos sin llegar a saber lo que era.
Y,
a no ser que traigan consigo la catástrofe, suelen ser días alegres. En primer
lugar, por la conciencia –algo ñoña– de que somos testigos de lo que que algún
día se recordará como un acontecimiento. Nos figuramos estar en posición
privilegiada y nos hace ilusión que sea así, sin darnos cuenta que la historia
se va configurando día a día y que los cambios decisivos ni siquiera tienen
fecha fija, es más, el devenir se configura a través de mentalidades y
conductas y no tanto a partir de hechos particulares, por muy trascendentes que
ahora nos parezcan.
Pero
la alegría se convierte en lúcida cuando tiene un motivo explicable. A saber,
todo día histórico conlleva un cambio, el que sea, que cualquier ciudadano conoce.
Y las transformaciones provocan una incertidumbre que no tiene por qué ser
negativa. Sobre todo cuando la desilusión se ha instalado en el panorama
cotidiano y pensamos que, si no hemos llegado a tocar fondo es porque lo que viene
es todavía más sombrío. Algunos, pecando quizá de optimistas, nos atrevemos a imaginar
una situación más soportable, por eso no podemos evitar una oleada de esperanza.
Son
también días obsesivos. Al menos para mí, que suelo sumergirme en la actualidad
como si el tiempo se hubiese parado de repente, y absorbo como una esponja todo
ese moscardoneo constante que acompaña a los periodistas. Funciona como un
mantra y se convierte en la meditación purificadora que me prepara para lo que
venga.
Ya
avanzada la tarde, el aire sigue teniendo esa cualidad rara, como absorta. E igual
que otras veces, se mantendrá a lo largo de la noche, aunque en la oscuridad
esa condensación de moléculas meditabundas, es un poco más difícil de ver. Son
las ocho de la tarde y todavía hace sol aquí, me asomo a la ventana y contemplo
las bolsas de aire invisible que flota ante mis ojos trayéndome quién sabe qué
presagios.
Cada día puede ser un día histórico. Este al que aludes es la impostura obligada ante otro acontecimiento de más calado y esperanza que sucedió algunos días antes.
ResponderEliminarNo puede haber esperanza en la continuidad sobre todo si quién la encarna carece de fuerza real (qué curioso) para hacer cualquier cosa. Estos días se corresponden con la hoja de ruta de ese seguir estando como estamos que tanto se aprecia por los que aún pueden estar.
Aquí debería estar el cartel anunciador de "Novecento"
Hablando claro, está acojonado con la irrupción de Pablo Iglesias II.
ResponderEliminarSí, es lo primero que pensé, primero decían que no, ahora lo están reconociendo. No los interesados, claro.
Por cierto, ¿por qué nadie habla de la coincidencia de nombres? Es como si el primer Pablo no hubiera existido y posiblemente fue la fuente de inspiración que volcó al segundo hacia la política. No vendría mal recordar al fundador del PSOE, nosotros creemos que es obvio pero estoy segura de que la mayor parte de los jóvenes ni siquiera ha oído hablar de él.
En una entrevista con la madre de Pablo Iglesias(Podemos), ella explicó que el nombre no es por casualidad, se lo puso intencionadamente. Creo que ella es abogado laboralista y de tradición de socialista.
ResponderEliminarEn una entrevista con la madre de Pablo Iglesias(Podemos), ella explicó que el nombre no es por casualidad, se lo puso intencionadamente. Creo que ella es abogado laboralista y de tradición de socialista.
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